4 - Traicionada

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***
Lentamente, Cristina abrió los ojos. En la cama frente a ella estaba Severiano, sentado, mirándola. Se sintió un poco confundida, no reconoció la casa, su cabeza daba vueltas.

— ¿Qué pasa? ¿En donde estoy? —Preguntó sin imaginar la respuesta por venir.

— No necesitas saber la ubicación de esta casa, Cristina, ni ningún otro detalle. Lo que necesitas saber es lo que te diré ahora. Vivirás en esta casa hasta que nazca este maldito bastardo. Federico y todos en la ciudad creen que estás enferma y eso es lo que creerán en los próximos meses. Debes de dar las gracias al buen corazón de tu hermana que me pidió que no matara al desgraciado que te desvirgó.

— Por favor, papá, Héctor no. — suplicó Cristina entre lágrimas.

— El nombre de este imbécil no me importa, no me interesa nada de él y no te importará a ti desde hoy. Esta casa está muy bien vigilada, no sirve de nada que pienses intentar algo. Guadalupe vivirá aquí contigo estos meses y siempre vendré a verte. Cuando nazca el niño... Cuando nazca este niño, decidiré su destino.

— ¡No me quitarás a mi hijo, no lo permitiré! — Gritó Cristina.

— ¿Hijo? ¿Qué hijo? Nunca tuviste un hijo Cristina. Estás enferma, sometendote a tratamientos en el DF y regresarás a la casa en unos meses en la fecha de tu matrimonio con Federico. No te preocupes, hija mía. Me aseguraré de que seas feliz. — Dijo Severiano.

Feliz... Felicidad. En ese momento estas palabras no existían para Cristina. Nada más le quedaba su inercia, las lágrimas que le acompañaban ese día y por los próximos meses. Por mucho que quisiera y se rebelara contra su destino, en ese momento era solo una niña. Un animalito asustado que otras personas se habían apoderado de su destino, de su vida y de sus sueños.

***

El embarazo de Cristina fue tranquilo a pesar de las circunstancias. Poco más de siete meses después, dio a luz a una niña a la que vio nada más unos minutos. La propia Guadalupe, que era partera, le dio a luz. Luego llamó a Severiano según lo acordado que llegó a la casa y tomó despiadadamente a la recién nacida de una madre que cedió a la depresión, estaba perdiendo fuerzas y luchaba para vivir sin sus sueños.

Severiano la visitó para advertirle que en unos días se casaría con Federico, quien ignoraba la razón de tantos meses de ausencia de Cristina. Ella aceptó ese destino con resignación, a pesar de que tenía la esperanza de poder estar con Héctor y que él la ayudaría a escapar incluso después de su matrimonio y juntos encontrarían a su hija. Carlota aplastó esta esperanza cuando la visitó junto con Severiano en un momento.

— Lamento darte esta noticia, Cristina. Héctor te ha extrañado tanto, que se entregó al alcohol. Una noche, muy borracho, fue atropellado en las calles de la ciudad y... y murió. Después de todo, nunca quise darte esta noticia, Cristina. Todo lo que hice fue por tu felicidad, mi hermana.

El cinismo de Carlota golpeó el corazón de Cristina. ¿Cómo podía hablar así y fingir que no había pasado nada?

— Gracias Carlota. — Cristina contestó con la misma moneda. — Nunca olvidaré todo lo que hiciste por mi felicidad. — Terminó con una sonrisa amarga en su rostro.

***

Pocas personas asistieron a la ceremonia de boda de Cristina y Federico. Cristina era un espectro de esa joven feliz de meses anteriores, con todo el mundo en sus ojos. Federico se dio cuenta y se compadeció de ella cuando se pensó que a los dieciocho años su vida se había decidido en contra de su voluntad. Quizás fuera solo una impresión, quizás fuera la enfermedad que había. Unos minutos después, el juez de paz exclamó la sentencia que selló el destino de esas dos vidas:

— ¡Los declaro marido y mujer!

Cristina volvió la cara cuando debía recibió el beso de su marido. A la mañana siguiente, Carlota y Luciano se irían a vivir al extranjero por mucho tiempo. Cristina no notó nada extraño porque estaba muy arraigada en su propio dolor. Nunca sería la mujer de Federico, nunca se entregaría a él, eso era todo lo que pensaba en ese momento.

Héctor podría estar muerto, pero su memoria... su memoria siempre estaría viva dentro de ella y en esa hija... En esa hija que nunca volvería a ver. Ningún hombre tomaría el lugar de Héctor en su vida y mucho menos Federico. Ningún niño tomaría el lugar de esa hija. Ella no construiría otra familia porque la familia que quería, que sería su felicidad, era la que Carlota y su padre le habían arrebatado.

Cristina entró en la habitación y notó los detalles de la decoración. La habitación había sido preparada por Carlota como último regalo antes de su partida. Sabía por los empleados que Carlota y Luciano iban a intentar otro tratamiento en el extranjero para tener hijos, esa era la razón del viaje. Lo pensó con desprecio. Carlota debió de avergonzarse de perseguir la felicidad, construir una familia después de aplastarla y robarle la oportunidad de construir la suya, la familia de sus sueños. Pero la vida le cobraría, la vida trataría de cobrarle a Carlota todo lo que ella le había quitado. Nunca perdonaría a su hermana por la traición que le había hecho, nunca volvería a ver a Carlota con los mismos ojos inocentes.

Unos segundos más tarde entró Federico, ansioso por ese momento que siempre había deseado: conocer el amor de Cristina, la única mujer que le interesaba en el mundo y ahora era su esposa, su Cristina.

— Cristina... — Dijo Federico ansioso. — No sabes cómo esperé por esta noche.

— Yo puedo imaginármelo. — Contestó Cristina llena de desprecio.

— Esta noche comenzamos nuestra vida, mi amor...

— Comenzamos... — Cristina estuvo secamente de acuerdo — Por eso, Federico, aclaremos algunas cosas.

— Por supuesto, lo que quieras, será todo, como quieras. — dijo Federico enamorado. — Estoy aquí para escucharte. ¿Qué quieres dejar en claro?

— Quiero aclararte que este matrimonio nunca dejará de ser la farsa que tú y mi padre acordaron.

— ¿Qué? ¿De qué estás hablando? — estaba sorprendido, Cristina parecía otra mujer.

— En ningún momento ni tú ni mi padre me preguntaron mi opinión sobre este maldito matrimonio, ¿verdad?

Federico no pudo escapar del silencio. ¿Qué diría él? Era la pura verdad. Severiano decidió el destino de Cristina, y afortunadamente él fue el elegido, y nunca discutió ni trató de respetar los deseos de Cristina y su espacio por el deseo de que ella fuera suya, de que ella fuera su esposa como él anhelaba.

— Puede que no haya tenido la fuerza para evitar este compromiso y otras cosas... — Miró hacia abajo recordando a su hija — Pero no permitiré que otras personas decidan y vivan mi vida por mí, Federico. Querías casarte conmigo, ser mi esposo, te felicito, lo lograste. Seré tu esposa hasta que pueda cambiar este hecho. ¡Pero nada más de eso, Federico, jamás seremos más de eso!

— ¿Que estás diciendo? — Hizo un esfuerzo por fingir que no entendía las palabras de Cristina.

— Estuve mucho tiempo fuera de esta casa, ya lo sabes. La gente estaba decidiendo mi destino como te acabo de decir. Pero sé que al lado hay una habitación de invitados. Ocuparás esta habitación si quieres vivir en la misma casa que yo. ¡Jamás seré tu mujer, Federico, jamás!

***

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora