9 - Empezar por la amistad

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***

— Ven Cristina, siéntate aquí, será una larga conversación. — Le dijo Federico.

Cristina estaba intrigada por saber qué le diría Federico. Mentiría si dijera que no tenía curiosidad. Aunque fue un momento difícil, con la muerte de su padre y la situación de no conocer el destino de su hija, había dejado en claro que la muerte de Severiano la había liberado de seguir casada con Federico.

Ahora, por fin, tenía en sus manos el destino de su vida como siempre había deseado, aunque ahora este logro tenía un sabor amargo por las muertes de Héctor y Severiano, y sobre todo por ausencia de la criatura a la que le había dado la vida. La sensación de que nunca volvería a ver a su pequeña era lo más terrible para ella.

— Como bien dijiste, nuestro matrimonio no ocurrió en condiciones normales. Fue una articulación de tu padre...

— Con lo que estuviste totalmente de acuerdo y incluso actuaste para hacerlo posible, Federico, ¡no te hagas la víctima! — Reprendió Cristina.

— Sí, lo reconozco. Hemos pensado poco en ti Cristina, mucho menos de lo que merecías y... yo también. Ahora que sé lo que realmente sucedió durante estos meses, me doy cuenta de que toda esta situación ha sido extremadamente injusta para ti.

— ¿Entonces estás de acuerdo en que no tiene sentido que nos quedemos casados? — Cristina le preguntó, creyendo en ese momento que la propuesta de Federico sería aceptar el divorcio o la anulación del matrimonio como ella quería.

— No exactamente. Eso no es lo que quiero decir. — Federico estaba teniendo problemas para ir al grano, quería retardar el momento lo más que pudiera.

— ¿Y que es lo que quieres decir? — Cristina se levantó sospechando otra vez de Federico, caminando hacia las escaleras.

— Cristina tú misma dijiste en nuestra noche de bodas que te das cuenta de cómo te miro... Sabes bien que no me eres indiferente y me imagino que eso está claro para ti...

— Pero no estoy segura de que esta fue tu único interés en casarte conmigo, Federico. Y eso también lo dejé claro esa noche. — Cristina recordó totalmente apartadiza.

— Soy consciente, Cristina, consciente de que no confías en mí y en mis intenciones. Pero quiero una oportunidad. Una oportunidad para demostrar que estás equivocada y al menos lograr lo que me recordaste que nunca tuve de ti: tu amistad.

— ¿Amistad? — Cristina estaba sorprendida. — Pero si es mi amistad lo que quieres, ¿por qué insistes en que sigamos casados?

Federico se acercó tranquilamente a las escaleras. Se paró frente a ella, cogió su mano seductoramente y se la llevó a la boca, besándola.

— Me hiciste ver que tenemos que comenzar por la amistad. Es justo lo que quiero de ti en este momento. Y a cambio de esta oportunidad, yo te daría algo. — Dijo Federico.

— ¿Qué? — Cristina dijo tomando su mano ligeramente de la de él.

— Te ayudo a buscar a tu hija. Cristina he conocido a tu padre, sus contactos y relaciones. Me cuentas cómo sucedieron las cosas y puedo encontrar elementos para investigar, ayudarte a encontrar a tu hija.

— Encontrar a mi hija? — Preguntó, incapaz de evitar la sorpresa.

Estas palabras agitaron profundamente las emociones de Cristina. Era todo lo que quería y necesitaba escuchar en ese momento cuando sus esperanzas se desvanecían. De hecho, ella se perdió con la muerte de Severiano. Sabía que con la muerte de su padre sería muy difícil encontrar la pista del bebé, pero Federico... Para Federico esto podría ser más fácil porque había estado cerca de Severiano.

— No necesitas contestarme ahora. — Dijo Federico con calma. — Por cierto, después de todo lo que ha sucedido entre tú y nosotros últimamente, todo lo que no necesitamos es prisa. — El padre de su hija no está y sola difícilmente encontrarás el paradero de la niña. Todavía eres solo una niña, Cristina. — Dijo Federico, extrañamente tierno. — Déjame cuidarte?

Esas últimas palabras que dijo levantando la mano para acariciar su rostro, pero Cristina se volvió apartadiza como lo que se había convertido.

— ¡Voy a pensarlo! — Dijo ella, subiendo un escalón.

Levantándose dos más, se volvió hacia Federico y le dijo.

— Pero hay dos errores principales en tus palabras. Primero: no soy una niña. ¡No más, la mataron! Ella está muerta. Y segundo: no esperes que necesite que alguien me cuide. Si hay algo de lo que estoy harta, Federico, es de que me cuiden. Si estoy sola, fue una elección de Dios, de la vida, del destino de uno, y una razón para eso: ¡me soy suficiente!

Federico observó a Cristina subir las escaleras con tanta seguridad y dejarlo con palabras tan firmes después de poco más de 12 horas en las que enterró a su padre y no pudo evitar sorprenderse. Tenía razón cuando dijo que ya no era una niña. Con tantos sueños e ilusiones aplastados, nadie permanece inocente.

***
A lo largo de las semanas, Cristina y Federico se acostumbraron a la compañía el uno del otro, lo que no fue sencillo, especialmente para ella. Cristina se estaba acostumbrando a la presencia de Federico y incluso la estaba disfrutando. Era un hecho que estaba sola. Sola en el mundo. Tenía a Vicenta que la había criado desde la muerte de su madre, pero había perdido a todas las demás personas que la amaban y a quienes amaba y había amado.

Había perdido a Héctor para la muerte, a Severiano para las penas, y luego a para la muerte, y a su hija, a quien no conocía, y a Carlota. Sí, había perdido a Carlota o había elegido no tenerla más como hermana, ¡eso no importaba! Había confiado en Carlota. Le confió sus secretos y sentimientos más íntimos, y a cambio recibió de ella la mayor traición de su vida. Por eso se sentía como una persona solitaria, sin hogar, sin família. Nada más quedaba Vicenta.

Y este aislamiento forzado la acercó a Federico, quien en un momento tan conveniente le ofreció su amistad. Por supuesto que sabía que Federico quería más, mucho más, pero no podía darle, y si él se conformaba con eso, no lo sería ella a impugnarle. Pasaban parte del día juntos, comían, hablaban sobre las amenidades mientras él estaba en la casa como una pareja normal.

Cristina no necesitaba contestarle con todas las palabras que aceptaba su propuesta para poder entender, por su actitud, que su respuesta era positiva. Ella nunca le dijo que se fuera, y eso evidenciaba que estaba de acuerdo con este matrimonio inusual en las condiciones que ambos se pusieron de acuerdo. Ella mucho más que él. Cristina exigió un matrimonio sin intimidad, con habitaciones separadas, que él no esperara que ella actuara como una esposa común.

Él no hizo demandas, simplemente acepto las suyas. Empezó a trabajar en la hacienda que Cristina heredó de su padre, junto con su hermana Carlota, mientras trabajaba en la producción de su tierra, Ojo de Água. Desde el momento en que se dio cuenta de que Cristina había aceptado su promesa, comenzó a emprender una intensa investigación sobre su hija.

Cristina también se metió en la búsqueda, era imposible no hacerlo. Estaba en contacto con el detective que Federico contrató, a veces viajaba a la región de Villahermosa donde había estado durante su embarazo y hacía preguntas, pero no encontraba nada. La criada que la acompañó, y también la persona a la que Severiano entregó la niña, desaparecieron con el bebé. Nadie sabía de ella, nadie la conocía, y la investigación resultó ser un trabajo muy complicado. Con el paso implacable del tiempo, ese dolor echaba raíces y se extendía por el corazón de Cristina.

No quería, no podía aceptar que viviría su vida sin su hija, la única persona que la quería a su lado. Federico lamentó que las investigaciones no procedieran con el paso de las semanas. No le lastimaba como a Cristina, pero le afectaba su consternación con la acción implacable de la época que erosionó sus esperanzas.

Así que se pasaron dos meses en la tranquila ciudad de Teapa, donde la vida transcurría lentamente y si la vida se hacía más lenta aún en algún lugar, era en la hacienda Plantanal. En medio de un miércoles por la mañana, Cristina estaba bajando las escaleras cuando encontró a Vicenta.

— Iba a tu habitación para llamarte, niña. Tu hermana está hablando por teléfono.

— Dile que no quiero hablar con ella. Entiende que ya no hablaré con Carlota, Vicenta, jamás volveré a hablar con ella y es bueno que lo sepa de una buena vez. — Cristina respondió con calma.

***

Las sombras del pasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora