Cuatro

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El resto de su día transcurrió de manera normal, la lluvia había sido desplazada por el sol, pero el frío no daba tregua

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El resto de su día transcurrió de manera normal, la lluvia había sido desplazada por el sol, pero el frío no daba tregua. Ningún imprevisto se presentó, así que para las siete de la tarde ya era el dueño de su tiempo. Cansado, y como un robot autónomo, se dirigió al local de Alba por su cena.

La ventaja de ir temprano, era que tenía todo el escaparate para elegir. Su tentación se debatía entre una porción de lasaña o un trozo de pollo al spiedo, teniendo en cuenta el horroroso frío que hacía, se decidió por su primera opción. Y cuando el muchachito que lo estaba atendiendo se preparaba para cortar su porción, Alba salió del fondo del local a toda prisa.

—Guido, no. Esperá. Tengo el plato de él acá.

Paulo levantó la cabeza de la lasaña que observaba con atención hasta la cortina plástica que dividía el frente del local de la cocina, Alba le hizo una seña con la mano para que se acerque al mostrador.

—¿Te encargué mi cena dormido o qué? —bromeó Paulo en voz baja.

—No, no... —Alba rio mientras bajaba la cabeza—. ¿Te acordás lo que hablamos anoche? ¿El pastel de papas de pollo?

—Sí... —asintió dubitativo.

—Bueno...

Alba corrió hacia la cocina dejando a Paulo con cara de duda, y salió con una pequeña fuente entre sus manos. La colocó delante de él y le extendió un tenedor para que probara el plato.

—Si no te gusta me decís, es experimental. Usé la misma receta, reemplazando la carne picada por pollo previamente cocido y deshilachado.

Paulo miró el plato y luego a ella, no podía negarse a esa cara expectante de una devolución. Tomó una pequeña porción y la llevó a su boca, los sabores hicieron efecto en su lengua y sonrió.

—Alba... —habló con la boca todavía llena—. ¡Esto está buenísimo!

—¿En serio? —Enlazó sus dedos mientras daba pequeños saltitos—. Si te gustó puedo probar venderlo, total si no tiene buena repercusión ya sé quién sí se lo va a comer. Es tuyo, llevalo.

—No... Es mucho, ya viste que ayer de esta misma porción comimos los dos...

—No importa, te queda para mañana al mediodía.

En el fondo, Paulo esperaba que ella se auto invite a cenar con él. Pero era temprano, aún faltaban cuatro horas para que bajara la persiana. Lo mejor era volver cuanto antes a su rutina solitaria de cena y programas deportivos, Alba era una mujer casada, y que hayan cenado juntos una vez por un imprevisto climático no implicaba que lo repitieran con frecuencia. Lo mejor era pagar y volver a su solitaria vida.

—Decime cuánto te debo.

—¿En serio creés que te voy a cobrar por un prototipo? No me debés nada, ya me pagaste con tu consentimiento.

—Ya van dos días que no me cobrás, si seguís así...

—Si sigo así, nada —lo interrumpió—. Andá y disfrutá tu cena, que la hice con mucho amor.

Alba desmoldó el pastel con sumo cuidado, lo cortó en dos mitades, y dispuso cada una de ellas en una bandeja distinta. Empaquetó y embolsó la comida con destreza, y se la entregó a Paulo.

—¡Buen provecho!

—¡Gracias, Alba! Te veo mañana.

Se despidieron con una cálida sonrisa, Alba se internó nuevamente en la cocina, ya convencida en poner a la venta esa misma noche su invento culinario. Y Paulo, por su parte, volvió a su departamento con una extraña sensación de vacío y felicidad.

«Disfrutá tu cena, que la hice con mucho amor.»

¿Cuántos años hacia que nadie le cocinaba algo con cariño? Recordó a su madre, desde que se había mudado a Buenos Aires que no la veía, tal vez ya iba siendo hora de pasar a visitarla a ella y a su hermano menor, en su Misiones natal. Hablaban a menudo y eso acortaba la distancia, pero una comida preparada por sus manos y un abrazo suyo eran cosas que siempre echaba de menos.

Esa noche cenó como siempre, puso su programa preferido de debate futbolero, pero su mente estaba en otra parte. Tenía demasiadas inquietudes, demasiadas preguntas sin respuesta. ¿Por qué Alba era tan amable con él? ¿Le estaría coqueteando al igual que algunas inquilinas del edificio? Mujeres casadas que se deslumbraban ante un joven amable, cordial, y por qué no, con todo en su lugar. Mas de una suspiraba inconscientemente al ver la mandala que tenía tatuada desde su hombro hasta llegar casi al codo, en su brazo derecho. Y ni hablar de los regalos que recibió de ellas por realizar tareas de reparación domésticas que sus esposos no querían realizar, solo por cambiarle el cuerito a una canilla se había llevado un fino perfume importado que en su vida siquiera podría pagar. Pero él era inmune a esos flirteos, porque «donde se come no se caga», y porque amaba su libertad.

Aunque ya estaba empezando a sentir el peso de su soledad.

Siguió su impulso y tomó su celular, tecleó sin pensarlo dos veces.

Siguió su impulso y tomó su celular, tecleó sin pensarlo dos veces

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Y desapareció de línea

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Y desapareció de línea. Era el comienzo de todo lo que sucedería después.

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