Cuarenta y cinco

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Era entrada la madrugada cuando por error entro al chat de él

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Era entrada la madrugada cuando por error entro al chat de él. Los mensajes que venía ignorando se marcaron en visto. Los leyó rápidamente a pesar de que Raúl estaba acostado junto a ella.

«Hola... Es raro que te escriba esto, pero necesito una amiga en este momento.»

«Está muy loca, no sé qué hacer. Es peligrosa, me amenazó con destruir a todos mis conocidos. No creo que te haga nada, pero igual...»

Pensó en responderle, pero se abrazó a Raúl y reposó la cabeza en su pecho. Y cuando estaba a punto de caer en un sueño profundo, Paulo entró por la puerta de la habitación. Agitado pero sonriente, sosteniendo un ramo de calas blancas, que le extendió a pesar de que ella todavía estaba recostada sobre el pecho de Raúl. Tomó el ramo algo desconcertada, mientras paseaba la vista entre las flores y su marido, quien no emitía palabra alguna a pesar de que Paulo había irrumpido en su vivienda.

Ella se sentó en la cama para escuchar todo lo que él tenía para decirle, realmente necesitaba hablar y desahogarse con alguien. Raúl los dejó solos, y volvió cuando Paulo ya se había marchado, pero reparó en que aún estaba su mochila.

—¿No se había ido? Dejó la mochila acá.

Ella solo alzó los hombros en señal de desconcierto, y Raúl se volvió a acostar junto a ella, visiblemente molesto, aunque no lo expresara verbalmente. Le explicó en simples palabras que él era su amigo desde hace un tiempo, y que no estaba pasando un buen momento con su pareja. Pero no pasó mucho tiempo para que Paulo vuelva a irrumpir en su habitación.

Decidida a resolver la situación sin alterar más a Raúl, salió de la cama dispuesta a tranquilizar a Paulo, quien aún seguía inquieto por todo lo que había descubierto de su pareja. Hablaron largo y tendido en el balcón de la habitación, incluso discutieron un poco cuando él se ponía necio sobre algunas cosas que ella le marcaba sobre su relación. Tan ensimismados estaban en la charla, que ni siquiera notaron que una rata correteaba por el suelo.

Finalmente, cuando Paulo ya estaba más calmado, ella elevó la vista al cielo y vio cinco lunas gigantes. Brillantes y rosadas, la misma luna de cada noche se erguía un poco más grande en el centro, y las otras cuatro la acompañaban alrededor de manera desordenada.

Paulo sonrió relajado, pasó su brazo sobre los hombros de ella mientras disfrutaba de la asombrosa noche. Hasta Raúl se unió al espectáculo lunar, omitiendo que su mujer estaba abrazada a otro hombre.

Era su amigo, no había nada que temer.

Alba despertó pero no abrió los ojos, aún tenía el sueño fresco en su memoria, y se esforzó por recordar cada detalle. Quería encontrar un significado a escenas que no tenían ningún tipo de sentido. ¿Cinco lunas? ¿Paulo irrumpiendo en su habitación con Raúl recostado a su lado? Pero lo que más le llamó la atención es que, en su mundo onírico, Paulo tenía novia. Una mujer que en palabras de él era peligrosa, y lo tenía amenazado con hacerle daño a sus más cercanos.

«¿Será que Érica es peligrosa?»

«Pero ella no es su novia.»

Su mente escupía preguntas incansablemente, pero nada tenía sentido. Se movió un poco sobre el colchón, comprobando que faltaba peso tras su espalda, Raúl ya se había ido. Consultó su celular, habían pasado pocos minutos de las once de la mañana, y maldijo por lo bajo haberse permitido dormir tanto. Si cambiaba sus hábitos de sueño, luego le costaría retomar la actividad cuando volviera a trabajar en la escuela, después de las vacaciones de verano.

Saltó de la cama, y de camino al baño se quitó la poca ropa que vestía, una remera de tirantes y un viejo culotte. Ya después juntaría la ropa, lo único que le interesaba en ese momento era la libertad de cada mañana de verano, en la que disfrutaba esa vida de soltera que había perdido al juntarse con Raúl. Si bien eran una pareja consolidada, las pocas veces que lo hizo delante del hombre, éste lo tomó como una provocación de su parte, y siempre tuvo que verse obligada a satisfacerlo sexualmente.

«Mirá lo que provocás. Vos lo buscaste, vos lo tenés.»

—Cerdo de mierda —se dijo a sí misma al recordar las veces que Raúl la obligó a tener sexo solamente por haberse desvestido delante de él. Y el pensamiento subsiguiente fue inevitable.

«¿Cómo sería desvestirse delante de un hombre como Paulo?»

Abrió el agua fría de la ducha mientras se imaginaba a sí misma siendo abrazada por la cintura en ese mismo instante. Paulo pediría permiso dejando un camino de besos en su cuello, mientras ella no haría más que rendirse a sus caricias juguetonas. El ambiente sería diferente, no existiría el silencio sepulcral. Alguna alegre canción sonaría en la radio, y ella serpentearía su cuerpo al ritmo de la música. Como lo estaba haciendo en ese momento en el silencio de la mañana, con la música sonando en su cabeza, y Paulo en el oasis que sus ojos habían creado.

No podía imaginar a Paulo tomándola bruscamente del brazo para manosear su entrepierna mientras su cara se tornaba en una mueca asquerosa de lujuria. Paulo jamás se desabrocharía el pantalón para penetrarla a la fuerza, mientras ella cedía sin opciones, solo rindiéndose a satisfacer sus instintos y nada más.

—Como una prostituta—rezongó para sí misma—. No más, basta.

Se metió bajo el agua fresca de la mañana de calor agobiante, y dio rienda suelta a la fantasía que había reprimido hace un par de años. Acarició su cuerpo con el jabón mientras imaginaba una sensual escena con Paulo de protagonista. Se permitió gemir como siempre quiso hacerlo, sin temor a que le digan «putita» despectivamente, como solía hacerlo Raúl cuando su mente se desprendía en el acto y se dejaba llevar. Gimió fuerte, hizo las caras más sensuales para ese Paulo que su pequeño oasis había puesto con ella dentro de la ducha, y se dejó llevar con un imponente grito que retumbó en la pequeña y antigua casa que habitaba.

Y nunca se sintió culpable.

Lloró de felicidad, estalló en risas, se sintió feliz. Lo admitió.

Estaba enamorada de Paulo.

Estaba enamorada de Paulo

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