Treinta y nueve

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Para las dos de la tarde, Paulo ya había separado el juego de café turco, algunos utensilios de cocina de la misma época que el cezve, un viejo fondue de hierro, y una sartén de cobre en perfecto estado

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Para las dos de la tarde, Paulo ya había separado el juego de café turco, algunos utensilios de cocina de la misma época que el cezve, un viejo fondue de hierro, y una sartén de cobre en perfecto estado. Colocó todo en una caja, separó las cosas para donar, y una caja de herramientas para él, que podría serle de gran utilidad. Dejó todo en un rincón bien tapado, y solo se llevó la bolsa con la basura para sacarla en la noche.

Subió a su departamento, se duchó y almorzó fruta en tiempo récord antes de que Érica llamara a su timbre, puntual a las tres de la tarde.

—¿Cómo va?

Paulo saludó casualmente, pero Érica ni siquiera respondió antes de devorarle la boca. Prácticamente lo empujó adentro del departamento en dirección a su habitación. Paulo sonrió perversamente, olvidando su cansancio, cuando Érica desabrochó su parca para quedar completamente desnuda frente a sus ojos.

Y olvidó todo. La falta de sueño, el cansancio corporal, y cuánto amaba a Alba. Olvidó a Raúl y el peligro que suponía para su familia, se permitió relajarse envuelto en la lujuria a la que lo empujaba Érica. Abandonó la habitación cuando cayó la tarde para ducharse antes de robarle treinta minutos a Érica, quien dormía exhausta en su cama, para sacar la basura y hacer la última revisión del día. Y aun así, la mujer lo sorprendió en la ducha para otra sesión de sexo rápido.

Mientras Paulo recorría los pisos en busca de la basura, Érica bajó a pedir asado por delivery, mandando el pedido a la portería del edificio. Paulo se sorprendió al volver a su departamento y ver a Érica preparar la mesa para cenar, ya vistiendo ropa cómoda. Cenaron amenamente y se engancharon a ver una vieja comedia romántica en el cable, cuando menos se dieron cuenta, ya era hora de despedirse.

—No quiero, pero tengo que irme. En cualquier momento Claudio me trae a Lauti, y conociéndolo, ni siquiera le habrá dado de cenar.

—No te preocupes, siendo sincero, necesito descansar. Anoche apenas dormí, y vos lo sabés —Paulo bajó la mirada mientras ocultaba una risa cómplice.

—Sobre eso... —tanteó Érica—. No quiero sonar pesada ni celosa, pero... ¿Qué hacía la maestra acá?

Paulo levantó la mirada y la observó en silencio, no quería decirle por infinidad de motivos. Entre ellos, que Érica le comentara a su tía, y que la mujer se encargara de desparramar por el consorcio el chisme de que posiblemente Alba estaba siendo engañada por Raúl. Así que se limitó a decir verdades a medias.

—Nada... Raúl tuvo que ir al interior por una emergencia familiar, Alba no se sentía bien, y yo le ofrecí pasar la noche acá como amigos que somos—. Érica hizo una mueca de fastidio, pero no emitió palabra alguna. Obviamente, ese gesto no pasó desapercibido para Paulo. —Igual, tranquila. Nadie nos vio, a la hora que llegamos y a la hora que se fue el edificio dormía, no te olvides que la mayoría son gente mayor.

—No es eso lo que me preocupa... Me preocupa perderte, ¿sabés por qué? Vos mismo lo dijiste, esto tiene fecha de caducidad. Yo soy solo esto —señaló con su mano hacia el cuarto—, y ella es todo lo que yo quería ser.

—Eri... Te dije que si esto te lastimaba lo dejábamos acá y listo —Paulo arrimó su silla a la de ella—. Esto no te está haciendo bien, creo que lo mejor va a ser volver a ser vecinos.

—No... ¿Y sabés por qué? Porque vos estás enamorado de ella, así como yo estoy enamorada de vos. ¿Me vas a negar que si ella te diera un ápice de pelota vos la vas a rechazar? No —se auto respondió—. Bueno, yo estoy en esa situación. No, yo estoy peor que ella —se corrigió finalmente—, ¿y sabés por qué? Porque lo de ustedes es recíproco, los dos se atraen.

—No, sería lo mismo. Alba jamás dejaría a Raúl, ni por mí ni por nadie.

Érica hizo un silencio antes de continuar. —Anoche, anoche cuando vine... —le costaba hablar por contener el llanto—. Anoche, cuando la vi asomar la cabeza desde tu habitación, pude ver la desilusión en sus ojos mientras intentaba besarte. Te juro por mi hijo que vi su corazón roto en sus pupilas, y hasta me pareció verla hacer puchero mientras le temblaba el labio. Fue esa fracción de segundo en la que me di cuenta que nos espiaba, y que ella se sintió descubierta por mí. Paulo, esa mujer también está enamorada de vos. Y no la culpo, pero me duele saber que te voy a perder algún día.

Se hizo un silencio sepulcral en el departamento. Paulo analizó cada palabra de Érica, pero no halló la mentira. ¿Qué ganaría con hacerlo? Después de todo, esa confesión solo lo empujaba a los brazos de Alba, a intentar descifrar qué tan cierta era su percepción.

—No es tan así —trató de minimizar la situación—. Yo solo soy un oasis en su desierto, así como la ves tan risueña, Alba se siente muy sola. No tiene amigos más que los chicos de local, y yo soy su primer contacto social en mucho tiempo. Está deslumbrada, eso es todo.

—Sí, está deslumbrada por un hombre dulce, atractivo, y sobre todo, soltero. Nada más deja al marido y puede empezar de cero con vos, ella la tiene más fácil que yo, teniendo a Lauti. Si lo nuestro prosperara, después me tocaría trabajar para que Lauti te acepte y te vea como su nuevo papá, mientras rezo para que mi hijo no afecte nuestra relación.

—No tenés ni idea de lo que decís, pero no tiene sentido seguir dándole vueltas al asunto. Al pedo que te lastimes así. Yo no quería que te enamores de mí...

—Yo tampoco quería —lo interrumpió—, pero pasó. Ya está... Solo... Disfrutaré tenerte lo más que pueda —sonrió mientras se ponía de pie—. Me voy, Claudio no debe tardar en llegar, y no quiero hacerlo esperar.

Se despidieron con un casto beso y sin mediar más palabras que un «nos vemos». Paulo cerró la puerta del departamento con llave, acomodó todo el departamento y se fue a dormir.

Pero era difícil hacerlo cuando en su cabeza retumbaban una y otra vez las palabras de Érica.

«Vi su corazón roto en sus pupilas.»

«Paulo, esa mujer también está enamorada de vos.»

—Dame tiempo, Abi... Dame tiempo para sacarte de esa vida de mierda y hacerte feliz —susurró una y otra vez hasta rendirse a un sueño profundo. 

 

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