Veinticuatro

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Caminaba por el pasillo ansiosa, estaba segura que era allí, se había colado aprovechando que la puerta estaba abierta porque todos estaban expectantes por el comienzo de la reunión

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Caminaba por el pasillo ansiosa, estaba segura que era allí, se había colado aprovechando que la puerta estaba abierta porque todos estaban expectantes por el comienzo de la reunión. Había muchas puertas color caoba, pero no podía darse el lujo de allanar cada una de ellas. Era libre, pero no para tanto. La libertad era solo un sentimiento personal. Debía encontrarlo, solo rogaba que no la hubiera olvidado.

Alba despertó confundida, la cabeza le daba vueltas, y se sentía culpable por su pequeña aventura en la soledad de la ducha. Raúl, como era costumbre, no estaba. Consultó la hora y saltó de la cama, se había quedado dormida.

Corrió como loca, y llegó con lo justo a dar clases en su sala. No fue hasta el mediodía, cuando despidió a su último alumno, que recordó el extraño sueño que había tenido, y achacó el mismo a su anhelo de buscar la felicidad. Interpretó el pasillo como su vida, y las puertas como las oportunidades que tenía disponibles. Culpó a lo sucedido la noche anterior, ella nunca soñaba, y haberlo hecho esa noche luego de las sensaciones que había experimentado era un claro indicio de que algo no andaba bien en su vida.

—Abi... Cariño, ¿estás bien? —Sus pensamientos erráticos fueron interrumpidos por la directora del jardín.

—Olga... Sí, solo un poco cansada, anoche no dormí bien.

—¿Algo de qué preocuparse?

«Sí. Que estoy jodidamente confundida con otro hombre.»

—No, solo no dormí bien —mintió con una sonrisa en su boca.

—Sabés... Estos últimos días... Desde el lunes exactamente, te noté distinta. Tenías un brillo que hace mucho no veía en vos... Y hoy te me volviste a apagar de nuevo. ¿Qué pasa? Podés contarme.

Alba enmudeció, sus ojos se cristalizaron y Olga no perdió el tiempo. Se acercó hasta ella y la abrazó, ese gesto bastó para que Alba liberara una inmensa cantidad de lágrimas en silencio.

—Chiquita... —Olga sobó la espalda de Alba con dulzura—. ¿Qué pasó?

—No lo sé —sollozó en el hombro de la mujer—. De verdad, no lo sé.

—¿Es Raúl? ¿Te hizo algo ese sinvergüenza?

—No... Y creo que es justamente eso lo que me tiene mal. —Alba se separó de Olga y la observó fijamente con los ojos inundados de lágrimas. —¿Por qué a nadie le cae bien Raúl? ¿Qué hay de malo con él?

La mujer enmudeció, pensó bien su respuesta antes de continuar. —Hija... Es que vos estás en la flor de la vida, tenés muchas cosas por qué vivir, y al lado de un hombre como él te estás perdiendo muchas cosas que después no vas a poder recuperar.

—¿Y qué serían esas cosas? ¿De qué me pierdo? Tampoco soy tan joven, a mi edad la mayoría ya formó una familia, y yo...

—No todos, hija —Olga acomodaba el cabello de Alba mientras hablaba—. De seguro allá afuera hay algún hombre que espera lo mismo que vos. Formar una familia, tener hijos...

—Paulo... —susurró para sí misma pero la mujer la escuchó.

—¿Paulo? —Alba enmudeció, y Olga sonrió—. Nena... Te enamoraste de otro hombre, ¿no?

—No, no... Paulo es mi amigo, es sólo que...

—¿Está comprometido? ¿Casado? —interrumpió con seriedad.

—Algo así.

Olga tomó el rostro de Alba y le clavó una mirada seria. —Abi... Si ese hombre es libre y es tu felicidad, no pierdas tu tiempo marchitándote al lado de un hombre que solo quiere verse joven a tu lado.

—No es tan fácil, Olga... No te olvides que tenemos un negocio en común, tengo dos amigos que dependen del sueldo que les pago, y yo también invertí mucha plata como para perderla de un día para el otro.

—La plata va y viene, y tus amigos pueden conseguir otro trabajo, al menos hasta que abras tu propio negocio. Lo que no vuelve es la vida, los años perdidos al lado de un hombre que no te merece ni vale la pena. Y decime... ¿Quién es Paulo? ¿Lo conozco?

Alba comenzó a contarle todo sobre Paulo, desde el día en que lo conoció, hasta cómo llegaron a hacerse amigos en poco menos de una semana. Y finalmente le habló de a Érica, y de cómo ella lo había incentivado a que Paulo avance con ella.

—Y si te gusta... ¿Por qué hiciste eso?

—Yo no dije que me gustara —acotó sonriendo.

—Vos no. Pero tu cuerpo sí. Mientras hablabas de él, volvió esa Alba llena de chispa. ¿Ves? Estás sonriendo —señaló su boca con el dedo índice—. No seas tonta, no lo dejes ir.

—Tarde... Ya me dijo que había cambiado de opinión respecto a Érica, y que quizás sí se permitiría llegar más lejos con ella.

—¿Y si él te está diciendo eso porque te ve con Raúl? ¿Y si también le gustás a él? ¿No pensaste eso? —cuestionó con una larga pausa entre cada pregunta.

—Prefiero no pensar esas cosas. Es mejor dejar fluir todo, si tiene que ser, será en algún momento. Aunque no lo creo.

—Prometeme una cosa. No reprimas ningún sentimiento, ni tuyo ni de él. Justamente por eso que decís. Si tiene que ser, será. No intenten cortar el hilo rojo porque no van a poder.

Olga dejó una caricia reconfortante en el brazo de Alba, y se alejó de la sala de maestros sin decir más. Y entre las millones de dudas que se sumaron a su mente, una sola certeza se asomó entre ellas.

Alba ya no amaba a Raúl. Y debía encontrar la forma de seguir con su vida de la manera más sana posible para todos. 

 

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