Quince

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La hora pasa rápido cuando uno está en buena compañía

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La hora pasa rápido cuando uno está en buena compañía. Alba no habló mucho más acerca de su situación sentimental, Paulo tampoco preguntó, y así fue como de a poco fueron girando los temas de conversación hasta hablar puras banalidades.

Cuando Alba consultó su celular, faltaba media hora para la apertura de su local, la tarde se le había pasado volando. Ya estaba de mejores ánimos, aunque su cara no expresaba lo mismo, y Paulo no se quedó tranquilo.

—Es re tarde, en media hora tengo que volver a abrir, che —se lamentó mientras bloqueaba su teléfono nuevamente.

—Al menos estás acá nomás —expresó Paulo algo desilusionado porque cada vez se acostumbraba más y más a la compañía de Alba, quien notó ese sentimiento.

—¿Tenés algo para hacer ahora?

—No... ¿Por?

—¿Querés venir conmigo al local? Puedo enseñarte algunas recetas, y si querés te quedás a comer conmigo. Así ya directamente venís a dormir.

Paulo lo dudó por el hecho de no querer ser tan dependiente de su compañía, pero estaba tentado con la oferta. ¿Qué otra cosa tenía para hacer? Su respuesta llegó por WhatsApp. Sin abrir el mensaje, leyó el contenido del mismo desde la notificación.

Lauti se va a quedar a dormir en lo de Claudio. Me recomendaron un nuevo bar en San Telmo, querés salir a tomar algo? En plan de amigos, obvio. No pienses mal.

Otro plan tentador. En vistas de que dirigiría todos sus cañones a Érica, esa era la mejor opción. Pero el brillo en los ojos de Alba lo arrimó a deslizar la notificación, ignorando por completo a la mujer. Aunque tuviera que poner toda su fuerza de voluntad para verla como su amiga, justamente tenía que comportarse como un amigo, y no podía dejarla sola después de haber intimado sentimentalmente con ella.

—Me gusta tu idea, pero no me quedo hasta el cierre, tipo diez me pego la vuelta, sino mañana no me levanta nadie. Y los lunes siempre hay mugre acumulada de los domingos.

Habiendo aceptado la invitación, ambos partieron hasta el local, minutos antes de las siete ya estaba todo listo. Guido se sorprendió al llegar y ver el lugar abierto, puesto que siempre tenía que esperar a Alba, y en el peor de los casos, insistirle por mensaje para que se apurara.

—¿Y este milagro? —La pregunta de Guido quedó resuelta al ver a Paulo salir de la cocina. —Ah, ya entendí todo... —susurró.

—¡Ey! ¿Cómo estás? —Paulo se acercó a saludar al anonadado Guido, quien no dejaba de mirar a Alba, tratando de comprender qué había cambiado en el transcurso de la tarde.

—Bien... —Le devolvió el saludo chocando su mano—. Que bueno verte por acá, ¿a qué se debe el honor? —No dejaba de observar a Alba.

—Yo lo invité —intervino ella—. Es que me lo encontré cuando te fuiste, me invitó a comer a su casa, y quise devolverle la gentileza —mintió, y Paulo comprendió sus intenciones.

Guido los miró a ambos, una sonrisa nerviosa dibujada en la cara de cada uno. Sabía que estaban mintiendo, aún así les dejó pasar la mentira, satisfecho porque creía que Alba le había hecho caso y había ido a buscar su felicidad.

—Bueno... Tampoco es que vine a comer solamente — acotó Paulo ya más natural—. Vine a darles una mano en la cocina, y de paso, aprendo un poco de la mejor.

Todos rieron en el momento que llegaba Cristian. —¡Paulo! ¿Cómo va, amigo?

El recién llegado saludó a todos, y luego de cruzar algunas palabras pusieron manos a la obra para preparar la noche. Paulo se sorprendió del nivel de organización que tenían esos tres para tener todo listo a las ocho, hora en que se abría la atención al público. Él siempre permaneció junto a Alba en la cocina, mientras Cristian tomaba y armaba los pedidos, y Guido se encargaba de la caja.

Paulo estaba en su mundo, mirando a Alba cocinar mientras ésta le daba tips de preparación de los platos. Lo que menos sospechaban, era que el par que estaba en el sector del mostrador tenía su propio momento de cuchicheo.

—Le dijiste algo, ¿no? —indagó Cristian en voz baja mientras embalaba un pedido.

—Sí... No podía verla más así, no lo merece. Bah, el que no la merece es el sorete de Raúl. Ojalá abra los ojos.

—Me imagino que no le dijiste...

—¡No! —Guido lo interrumpió rápidamente, prolongando la vocal—. ¿Estás loco? Ella sola tiene que darse cuenta, no podemos decirle nada, bro. Si le llega a hacer algo a mi hermanito... No quiero ni pensarlo.

—Pero ¿qué le dijiste? A ella también le gusta él, ¿no?

—Mirá... Me lo negó a morir, pero se le re nota... Tiene facha el chabón, además, lo anda rondando una del edificio en el que trabaja. La mina es un camión, si Abi no se apura... Hoy al mediodía vino al local, una cheta de Palermo, pero mal. Miraba todo con asco... Una hueca total.

—Es una boluda —expresó con los brazos en jarra mientras los miraba reír en la cocina, a través del poco espacio que estaba abierto. —Hacen una linda pareja, ojalá se dé cuenta, no merece estar con un tipo como Raúl...

Cristian se alejó a atender al cliente que acababa de llegar, mientras Guido cobraba el pedido que su amigo acababa de embalar. Cerró la registradora algo frustrado, ya no sabía cómo iba a seguir ocultando lo que sabía acerca de Raúl. Alba no merecía su silencio, pero la vida de su hermano estaba en riesgo.

—¡Guido! ¡Tenés que probar esto! —Alba lo sorprendió por la espalda, seguida de Paulo sosteniendo una fuente—. Nuestro chef intelectual lo volvió a hacer, mirá que rico.

Guido observó lo que Alba sostenía entre sus dedos, parecía el laureado pollo Pau pero la porción era más pequeña, del tamaño de un snack. Tomó lo que le ofrecía Alba y lo llevó a su boca sin consultar qué era. Saboreó para descubrir que era carne empanada y frita, con los mismos condimentos del pollo, pero sin queso de relleno.

—No sé qué es, pero está buenísimo —habló con la boca llena.

—Tampoco es que inventé nada nuevo —intervino Paulo con algo de pena—. En vez de usar pollo quise probar carne picada, y se me ocurrió hacerlo en pedacitos para que puedan comerlo los chicos, como si fueran patitas de pollo, pero de carne.

—Amigo... ¡Sos un genio! —Guido abrazó por el hombro a Paulo en señal de felicitación.

—A mí no me digas nada, Abi me incitó a que improvise algo... Y salió eso. Ella es mi inspiración.

Paulo pasó su brazo libre por la cintura de Alba, mientras ella lo miraba algo embelesada. Se abrazó a la cintura de Paulo ante la mirada de Cristian y Guido. Pero alguien más observaba la escena con confusión y algo de ira.

—¿Qué pasa acá?

Los tres amigos se sobresaltaron al escuchar esa voz, Paulo lo hizo también por efecto secundario.

Raúl aguardaba una respuesta con semblante tranquilo. Había vuelto sin previo aviso.

 Había vuelto sin previo aviso

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