Cuarenta y dos

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Una vez que Paulo tuvo las revoluciones bajas, le tocaba pensar qué era lo que había hablado con Raúl

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Una vez que Paulo tuvo las revoluciones bajas, le tocaba pensar qué era lo que había hablado con Raúl. Él sabía bien que lo que quería hablar era justamente lo que discutieron, pero ¿qué le diría a Alba? Pensó un rato, y encontró una buena excusa que pondría a Raúl en jaque.

 Él sabía bien que lo que quería hablar era justamente lo que discutieron, pero ¿qué le diría a Alba? Pensó un rato, y encontró una buena excusa que pondría a Raúl en jaque

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Alba le clavó el visto pero seguía en línea, probablemente Raúl le estaba escribiendo

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Alba le clavó el visto pero seguía en línea, probablemente Raúl le estaba escribiendo. Volvió a los pocos minutos.

 Volvió a los pocos minutos

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Y se desconectó. Paulo meditó unos segundos la conversación, no entendía cómo todos podían pensar que Alba estaba enamorada de él, si era evidente que buscaba mil excusas para permanecer junto a Raúl. O realmente el hombre tenía un increíble poder de manipulación para mantenerla a su lado, o Alba estaba confundida pero lo suficientemente enamorada como para permanecer a su lado.

Sea lo que fuere, él no cuadraba en ese momento de su vida.

Y lo dejó pasar. De aquel apriete que Paulo le hizo a Raúl no hubo consecuencias, el hombre dejó de vigilar los pasos de todo el entorno de Paulo, y Alba estaba más tranquila en cuanto a su relación con él. Los falsos viajes al interior de Raúl mermaron, o ya no eran más que un fin de semana. Paulo no volvió a insistirle a Alba para que fuera en busca de su libertad, no quería que ella se sintiera presionada, ni tampoco quería influir en sus decisiones.

El invierno se fue, pasaron meses planos, tranquilos. Con el tiempo, Paulo aprendió a racionar en correcta medida la soledad y su nueva vida social. A Alba y Érica se sumó Luis, con quien se permitía salir algunas noches como colado en los afters que organizaban los chicos de la obra. Adicionalmente, Alba implementó el sistema de delivery en el local, y era Luis el encargado de llevar los pedidos a domicilio con la moto que se había comprado para manejarse por la gran ciudad, de paso sumaba unos pesos extra a su economía ajustada.

Su círculo íntimo se iba ampliando.

Sus encuentros con Érica mejoraron desde aquella noche en que la mujer se confesó enamorada de él. Ya no le recordaba lo mucho que se había enamorado de él, a cambio, Paulo trataba de no mencionar que algún día lo de ellos se acabaría. Vivir el momento era la premisa de ambos.

Y el amor que Paulo sentía por Alba crecía en medidas inmensurables.

Aunque quisiera, no podía controlarlo. Las charlas interminables, saber que uno siempre iba a estar para el otro a pesar de las circunstancias, hacían que el amor por ella crezca a pesar de sus intentos por olvidarla. Si Érica no pudo lograr que Paulo olvidara a Alba, mucho menos pudieron las mujeres de una noche que conquistaba de vez en cuando las veces que salía con Luis. No había forma de quitar a Alba de su cabeza y de su corazón.

Quería todo con ella, y si no podía tenerla en su vida, prefería la soledad.

Los meses se agruparon en tres años. Y nada había cambiado para ninguno de los dos ni para su entorno. Raúl aprendió a convivir con Paulo como el mejor amigo de Alba, y hasta en ocasiones lo observaba con recelo y algo de temor. Pero no podía objetar nada, su relación con Alba permanecía intacta, Paulo efectivamente había cumplido cada palabra que le había dicho cuando le afirmó que solo quería libertad para su amistad.

Para ese punto, ya estaba completamente resignado a tenerla como amiga, prefería eso a no tenerla en su vida. Entendió que Alba era suya en sus extraños sueños reiterados del pasillo y la multitud reunida, un mundo onírico en el que no podía pasar el nivel de la reunión en la que la misteriosa chica se ocultaba del gentío. Escena de más, escena de menos, distintos puntos de vista, pero el sueño siempre era el mismo. Y supo que era Alba en el momento en que reconoció su vieja gorra gris, y el cabello decolorado de la chica. Esa gorra que él le dio como garantía un mediodía, y que no aceptó de vuelta cuando Alba quiso devolvérsela.

Con todos estos factores, Paulo aprendió a vivir y a ser feliz. No contaba con que en algún momento la burbuja se rompería.

 No contaba con que en algún momento la burbuja se rompería

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