Tres

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El bar estaba vacío, solo estaba ella trabajando con su laptop

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El bar estaba vacío, solo estaba ella trabajando con su laptop. El barman lustraba la barra ensimismado con su trapo mientras ella conversaba amenamente con alguien por WhatsApp. Luces bajas y música suave hacían un clima ideal para pasar un buen rato con amigos. Era tarde pero temprano a la vez, las diez y monedas.

Su amena conversación se vio truncada cuando a ella le avisaron de una emergencia en su trabajo, a esas horas. Tenía que irse, así que le pidió a su interlocutor que la esperara, que ya iba para allá por su emergencia laboral.

Pero el barman despertó de su letargo, y comenzó a darle charla a ella, los minutos pasaban, ella había olvidado su emergencia hablando con el hombre, hasta que su celular sonó con una llamada entrante. Atendió inmediatamente sin decir una sola palabra, se había dado cuenta de su pérdida de tiempo.

—Corazón, ¿dónde estás? Estoy preocupado. ¿Ya llegaste?

Paulo despertó antes de que sonara su despertador. Eran las cuatro de la mañana, faltaba una hora para comenzar su día. Otra vez tenía esos sueños raros con gente desconocida en los que tampoco era partícipe. Pero esa vez algo había cambiado.

La voz preocupada al otro lado del teléfono era la de él. ¿Pero quién era la chica?

Automáticamente pensó en Alba, tenía la misma contextura física, pero la chica de su sueño era rubia, a pesar de que tenía las raíces del mismo color de cabello que Alba. Definitivamente no era ella, pero ¿qué había sido ese sueño? Estaba acostumbrado a soñar cosas surrealistas, pero ese sueño había sido más real, pudo escuchar su voz. Esa frase... Retumbaba en su mente una y otra vez mientras daba vueltas en la cama.

«Corazón, ¿dónde estás? Estoy preocupado. ¿Ya llegaste?»

Y reaccionó. Alba. Le había dado su número y no le había preguntado si había llegado bien. De hecho, ni siquiera la había agendado. Tomó su móvil de la mesita de luz y revisó los mensajes, capaz la chica le había avisado que había llegado bien. Nada. Él estuvo a punto de mandarle un mensaje pero recordó la hora. Era inapropiado, así que bloqueó su teléfono y se levantó de la cama dispuesto a desayunar.

Mientras calentaba la pava para prepararse unos mates, pensaba y pensaba en Alba. ¿Por qué no podía dejar de pensar en ella? Quizás era su sentimiento sobreprotector hacia las personas, la tormenta de la noche anterior ya era historia, en unas horas el sol saldría, secaría el pavimento, y todo quedaría en el olvido. Lo mismo debía hacer él.

Y así lo hizo. Trabajó como cada mañana, baldeó la vereda, repartió la correspondencia en los departamentos, enceró los diez pisos del edificio, y cuando quiso darse cuenta ya era el mediodía. Su última tarea era encerar todos los bronces de la entrada, tomó su franela, y cuando aplicó una cantidad generosa de Brillo Metal en el paño recordó a Alba.

El rosado de la crema limpiadora era igual al labial que lucía la noche anterior. Y volvió a preguntarse si había llegado bien, si aún recordaba el ameno momento que habían pasado cenando en su departamento, o sólo había actuado amablemente por conveniencia. Se asomó al cordón de la vereda y miró en dirección al local, el cartel de promociones estaba en la esquina como cualquier día. Decidió salirse de dudas y cruzó hasta el local para de una vez quedarse tranquilo y así olvidar el tema.

Apenas entró quedó algo sorprendido. Los empleados no eran los mismos de la noche, y eran comandados por un cincuentón bastante intimidante. De contextura robusta, calvo, y con algunos tatuajes a la vista, era la contrapartida de Alba. Se movía por el local con firmeza, y los platos exhibidos no lucían como los que él acostumbraba a comprar. De seguro era su padre, y comenzaba a temer por ella. Quizás se había enfermado por la mojada de la noche anterior, ya comenzaba a sentirse culpable, así que se acercó al mostrador y preguntó por ella.

—Buen día, ¿está Alba?

—No, mi mujer no está, viene a la noche —respondió con rudeza y sin responder a su saludo—. ¿Para qué la buscas?

«Mi mujer.»

Obviamente no esperaba esa respuesta. Se quedó petrificado sin saber qué responder. ¿Y si estaba enojado porque Alba había llegado tarde la noche anterior? ¿Qué le respondería? ¿Por qué la buscaba? Debía pensar una mentira de inmediato.

—Es que ayer le quedé debiendo diez pesos y venía a pagarle.

—Yo te cobro.

El hombre extendió su mano y Paulo sacó un billete de cien, éste le dio el cambo y se alejó sin más. Aturdido por el tenso momento que había vivido, dejó de dar vueltas y le mandó un mensaje a Alba.

Guardó su teléfono más tranquilo, y se dispuso a terminar de lustrar los bronces

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Guardó su teléfono más tranquilo, y se dispuso a terminar de lustrar los bronces.

«Mi mujer.»

Sin dudas, a Alba le gustaban mayores. 

 

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