Treinta y cuatro

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—Ah

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—Ah... Alta joda se armó acá —acotó pícaramente Cristian cuando entró a la trastienda y vio a Paulo y Alba bailando en medio de la cocina—. Y el pobre afuera, trabajando.

—Caballero, le concedo la siguiente pieza con la dama —bromeó Paulo mientras le extendía la mano de Alba—. Yo puedo atender un rato a la gente.

—Ay, no. No te preocupes. Vine porque justamente está muerto ahí adelante. Yo cerraría ahora, Abi... Afuera hace un frío de cagarse, no creo que venga nadie más ya, son las diez y veinte. Podemos cerrar y probar tu invento de hoy, se me antojaría una sopa bien caliente. La llevó tanta gente que ya quiero probarla.

—Sí, sí... Cierren y vengan, ya les preparo una sopa a cada uno.

—Voy con ustedes, les vigilo las espaldas mientras tanto.

Salieron de la trastienda mientras Alba se disponía a preparar cuatro vasos de su nuevo invento. Mientras los chicos bajaban la persiana y colocaban la puerta de metal, el teléfono de Paulo vibró en su bolsillo.

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Y se desconectó

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Y se desconectó. Sintió un alivio y a la vez remordimiento, porque sus primos por poco matan a golpes a Raúl. Si bien creía que se lo merecía, él siempre estuvo en contra de los actos ilegales en los que sus primos de la infancia estaban involucrados en su adultez.

—¿Te vas a quedar mucho tiempo ahí parado? —Guido llamó su atención.

—Perdón, me distraje. Vamos adentro.

Y al llegar a la cocina, quien tenía su teléfono en la mano y cara de pocos amigos era Alba.

—Abi... ¿Pasó algo malo? —Cristian se acercó a ella.

—No... Es Raúl. Dijo que su hermana se puso peor, intentó suicidarse y ahora está muy grave. Calcula que va a estar fuera dos semanas, que si necesito algo le pida a sus chicos.

Guido miró a Paulo, pensando que nuevamente estaba con su otra familia. Pero él sabía que no podía volver con la cara desfigurada y algunos dientes menos, sería demasiado sospechoso para Alba y tendría que darle muchas explicaciones.

—Abi, nos tenés a nosotros tres —expresó Paulo—. Cualquier cosa que necesites, nos pedís a nosotros, ¿si?

—Ya sé, es solo que... Estoy harta de estar sola, y cuando está, tampoco está nunca, así que...

Cristian abrazó a Alba, y Paulo aprovechó la oportunidad. Tomó a Guido del brazo y lo llevó al frente del local.

—Seguro se fue con la otra mina. ¡Que hijo de puta!

—No... Está en mi ciudad, en Puerto Iguazú. Me está investigando. Te voy a mostrar algo, pero jurame que no vas a decirle nada a nadie, ni a Cristian.

—No, ni loco. Ni siquiera sé cómo me atreví a contarte todo lo que sé de él.

Paulo abrió el chat con su primo y se lo enseñó a Guido. El chico leyó la conversación con las facciones endurecidas.

—Esto es de recién... ¿Con él estabas hablando en la calle?

—Sí... Ahora te das cuenta por qué no puede volver ya. Va a esperar a que se le desinflame la cara, no es idiota.

—¿Creés que tu primo puede tenerlo cortito?

—A estas alturas debe estar cagado encima, escondido en dónde se esté alojando, y con mucho hielo en la cara para volver lo más pronto posible.

—¿Para tanto? No imagino a Raúl teniéndole miedo a alguien. ¿Quién es tu primo? ¿Pablo Escobar? —bromeó.

—Algo así... Ah, y por favor. Hacé de cuenta como que no leíste nada.

—Me das miedo ahora... ¿Cruza?

—Olvidá mi sobrenombre también, ¿sí? El Cruza lo dejé allá en Misiones, acá soy Paulo. O Pau, si prefieren.

—Hablás como Raúl... En serio, me das miedo. Te conté todo lo que sabía y ahora Raúl aparece así golpeado, por poco lo matan.

—¡Tranquilo! Yo no pertenezco a ese mundo, aunque sí me crié con ellos, y bueno. Ellos me decían así porque soy fanático de Crucero del Norte. ¿Te creés que si a mí me gustara el negocio de mis primos estaría acá? ¿Lejos de mi casa y lustrando horas por un sueldo de mierda para un montón de piojos resucitados?

Guido lo pensó un momento, y luego relajó su postura. —Esta te la dejo pasar. No voy a hacerte más preguntas, sólo... Si hacés, o hacen algo... No me involucren, ¿sí? No quiero que le pase nada a mi hermanito.

—No le va a pasar nada... Y Abi se va a librar de él en poco tiempo.

—¿Qué tanto cuchichean ahí? —Alba los sorprendió justo cuando cerraron la conversación—. Ya está lista la comida, ¿vamos?

Los chicos la siguieron a la trastienda, Guido palmeó la espalda de Paulo y éste hizo lo mismo.

Cuanto menos supiera de su secreto familiar, mejor podría operar para frenar a Raúl.

Cuanto menos supiera de su secreto familiar, mejor podría operar para frenar a Raúl

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