Trece

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—¡Pau! ¿Esa no es la que te tira onda por WhatsApp? —gritó en voz baja mientras se reincorporaba de un salto y Paulo se sentaba nuevamente en el suelo con las piernas extendidas

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—¡Pau! ¿Esa no es la que te tira onda por WhatsApp? —gritó en voz baja mientras se reincorporaba de un salto y Paulo se sentaba nuevamente en el suelo con las piernas extendidas.

—Eh... ¿No?

—¡Es la misma que te escribía anoche! ¡La que te sacó la foto!

—Sí... ¿Y?

—Esa mina está enloquecida con vos, ¿sabés que hizo hoy? Me fue a ver al local, debe estar fúrica ahora que me vio acá con vos...

—Por mí no me preocupa que nos haya visto juntos, me preocupa por vos. Abi... Esta gente sabe que estás en pareja, y andan murmurando boludeces porque nos ven mucho tiempo juntos.

—¿Te crees que a mí me importa? Yo estoy juntada, no estoy casada. Sí, vivimos juntos, ¿y qué? ¿Acaso alguien no puede enamorarse de otra persona estando en pareja?

Paulo tragó saliva, ¿Alba se había enamorado de él en tan solo tres días? Lo esperaba de Érica, lo esperaba de las cuarentonas alzadas del edificio, ¿pero de ella? Miles de cosas pasaron por su mente en un segundo, y en la oleada de pensamientos que lo azotaron, sus ojos también se convirtieron en ojos de hombre.

Y la vio hermosa, se perdió en ese mar de acero líquido que hace momentos atrás se había derramado por sus mejillas rosadas. Vio su boca y se antojó de saborearla, su figura escueta y algo rellenita, pero conservando unas curvas que lo volvieron más loco que la foto de Érica en trapos insinuantes.

Definitivamente, el sí estaba jodido. Porque Alba era más prohibida que Érica, era menos nocivo el ser la sobrina de la presidenta del consorcio, que en el peor de los casos necesitaba la mayoría del consorcio para despedirlo, que Alba, estando juntada con un hombre que tenía mala reputación en el barrio.

—No estarás pensando que... —Alba continuó hablando mientras Paulo seguía mudo y con la expresión de piedra por lo que había descubierto de sí mismo.

—No, no... —respondió perdido en su descubrimiento— ¿Que no estoy pensando qué?

—Nada... Olvidate... Cuestión que la tipa vino esta mañana al local, según Guido, vino a verme a mí porque flashea que estamos juntos. Dijo que puso cara de asco por la comida, eso sí me jodió un poco.

—Se hace la fina y se olvida que está en Once, uno de los barrios más populares de la capital. No te voy a negar que está buena, pero no me gustan las mujeres pedantes. Además, su ex era modelo de alta costura, no entiendo qué me vio.

«Yo sí sé que te vio. Lo mismo que estoy viendo yo ahora, la puta madre...»

—¡Bueno! Tampoco te tires abajo así... —comentó entre risas nerviosas por lo que gritaba su mente—. No sos feo, Pau...

—Ah... ¿Sí? ¿Te parezco lindo?

—Bueno... Sí... —comenzó a titubear—. No pienses mal, es solo una opinión objetiva —se corrigió rápidamente—. Pero no me cambies de tema, ¿qué esperás para invitarla a salir?

—En realidad... No sé si me interesa lo suficiente como para perder esta libertad, tiene un hijo, dudo que esté buscando relaciones casuales. Porque para más que eso no me interesa.

—Si le ponés los puntos de entrada... No habría problema.

—Es que el problema es que ustedes se enamoran muy rápido. ¿Y si se enamora?

—¿Y si te enamorás vos? —contraatacó.

—Lo dudo... —filosofó Paulo mirando un punto al vacío—. A mí me enamoran otras cosas. No sé... Que me haga reír, que aguante mi locura por el fútbol, que sea una compañera en la casa... Sinceramente no la veo así a Érica. Yo soy muy independiente, pero a veces me gustaría abrazar una cintura mientras lava los platos, o que ponga la mesa mientras yo cocino...

Alba lo miró instantáneamente al escuchar la última frase, se recordó a sí misma poniendo la mesa la noche en la que se conocieron. Cerró sus ojos y rememoró la noche de la tormenta, y automáticamente pensó en lo que actualmente tenía en su casa. Un hombre que aplastaba el culo en la silla del comedor a mirar películas por el cable, quejándose de lo hambriento que estaba mientras ella corría para servirlo.

Definitivamente, eso no era felicidad. Felicidad para ella era lo mismo que estaba describiendo Paulo, y por eso volvió a mirarlo con ojos de mujer. Le faltaba saber una sola cosa para saber si estaba jodidamente confundida.

—¿Y no te gustaría tener hijos?

—Uno... No más de eso. Y tampoco quiero que viva en una portería, tendría que conseguir otro trabajo, estudiar algo... Cualquier vida menos esta.

—¿Pero qué tiene de malo? A mí me parece un laburo piola, no tenés que viajar para ir a trabajar, te dan un techo...

—Ese es el problema —la interrumpió—. Si quiero cambiar de trabajo me tengo que mudar, y eso no es bueno para una criatura. Además, no conozco más gente que la que vive en este edificio... De pedo te conocí a vos. —Paulo revolvió su cabello.

Alba lo había comprobado, estaba jodidamente confundida. Paulo era el opuesto a Raúl en todos los aspectos, principalmente en el tema de los hijos. Raúl no quería porque ya no se sentía en edad para criar a uno. Era un tema que acababa en discusión cada vez que salía a flote.

Paulo era todo lo que Alba buscaba en un compañero, pero descartó rápidamente la idea de ilusionarse con él y darle un giro drástico a su vida. Dejar a Raúl implicaba empezar de cero con su negocio de comida, y sin contar que tampoco la dejaría ir tan fácil. Raúl era un ser bastante posesivo y territorial, no era celoso, pero sí se ponía como loco si alguien osaba posar sus ojos en Alba.

Y eso, era un peligro para Paulo. Lo mejor iba a ser intentar matar toda posible ilusión en él, a costa de arrastrar también sus propias ilusiones de conseguir una vida mejor.

«Porque si veo que me dejás por otro, a vos no te hago nada, jamás le pondría el dedo encima a una mujer. Pero a él sí, se va a arrepentir de haber puesto sus ojos en vos.»

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