Doce

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—Abi

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—Abi... ¿Qué pasó? ¿Por qué llorás?

—No sé —siseó entre llantos mientras se abrazaba a la cintura de Paulo.

—Te propongo algo, vamos arriba, comemos algo, y si después de comer querés hablar, yo te escucho, ¿sí?

Alba asintió con la cabeza todavía hundida en su pecho, se separó y limpió las lágrimas con sus palmas. Paulo abrió la puerta del edificio, la tomó de la mano y la condujo hasta los ascensores. Subieron en completo silencio y todavía tomados de la mano, solo se escuchaba a Alba sorber, producto del llanto. Paulo no la soltó hasta estar dentro de su departamento, dejó las llaves sobre la mesa del comedor, y se dirigió a la cocina por un vaso de agua, que le extendió a Alba para apaciguarla un poco.

—Si querés, buscate algo en la tele para mirar, yo voy a cocinar. Solo tengo un paquete de fideos y una salsa lista de lata, a la noche te iba a pedir comida —ambos rieron.

—Me hubieras pedido, me sobró un montón de comida recién... Tenías razón, se ve que Raúl no vende mucho, no vino nadie.

—¿Abriste vos? ¿Y tu marido?

—No sé... Todavía no volvió, tampoco se cuánto más va a estar allá...

—Abi... —Paulo se arrodilló frente a ella, que estaba sentada en el sillón de su sala—. ¿Por eso estás así? ¿Porque no te escribió y no sabés nada de él?

—No, siempre lo hace, es solo que... No lo sé...

Y volvió a llorar, y Paulo la volvió a abrazar. Se sentó a su lado y la atrajo contra sí mientras pensaba en las palabras de Rita esa mañana. Quizás era cierto que Raúl andaba metido en cosas raras, y por eso desaparecía así. De todos modos, no era nada que debiera mencionarle a Alba en esas condiciones. Recordando también las palabras de la mujer, el barrio decía que ella no sabía nada de los asuntos de Raúl, no iba a sembrarle una duda que no tenía gratuitamente.

—Abi, no me gusta verte así, sé que nos conocemos desde hace poco, pero... Me rompe el corazón verte así... —repitió mientras sobaba su espalda con dulzura.

—Perdón si te molesto, es que necesitaba desahogarme, y no tenía con quién hablar.

—Abi, no me molestás, al contrario. Disfruto mucho de tu compañía. Te voy a decir algo, y espero que no lo tomes a mal.

—¿Qué? —susurró hundida en su pecho.

—Antes, a mí me gustaba estar solo, que nadie me jodiera después de trabajar. Desde que te conocí, cambiaste un poco mis hábitos, ahora me siento solo después de estar un rato con vos. Ayer, cuando me invitaste a cocinar, la dudé un poco porque iban a estar tus empleados, no me sentía un ser tan sociable. Y sin embargo me sentí bien, cómodo... Me sorprendí de mí mismo. Me cambiaste un poco la vida, Abi. Y te lo agradezco.

Alba se reincorporó, desprendiéndose del abrazo contenedor de Paulo y lo observó sonreír. Observó cada detalle de su rostro, se permitió mirarlo como un hombre, con sus ojos de mujer. Comprendió a Érica cuando lo vio atractivo, y comprendió el peligro que suponía para ella. Porque Guido quizás tenía razón, Paulo la miraba con dulzura, algo embelesado, y se estremeció cuando él le acomodó un mechón de cabello tras su oreja.

—Y ahora, me voy a cocinar. Porque me ruge el estómago. —Paulo decidió cambiar de tema al no obtener una respuesta a su monólogo, temía haberla embarrado exponiendo sus sentimientos así.

—No... No vas a cocinar nada —sentenció tajante y con la voz todavía tomada por el llanto—. No vas a cocinar porque vamos a ir a buscar comida al local.

Paulo sonrió relajado, el tono que había usado Alba lo había asustado, temía que se hubiera enfadado por su apresurada confesión.

—¿Y vas a abrir todo solo por buscar comida? ¿Tan poca fe me tenés en la cocina?

—Te tengo tan poca fe que estoy vendiendo una receta de tu creación —deslizó ágil y con sinceridad—. Solo no quiero que cocines, si a mí me sobró casi todo. ¿Me acompañas?

—Obvio, ni loco te dejo sola así.

Contrario a lo que pensó Paulo, Alba abrió apenas el local en un santiamén, lo suficiente para entrar agachados. Le dio a Paulo la posibilidad de elegir el almuerzo, quien se decantó por una milanesa a la napolitana, y Alba acompañó su elección. Embaló la comida seleccionada, y en menos de diez minutos ya estaban subiendo hasta el último piso por las escaleras. Alba ya se encontraba de mejor ánimo, y se permitió reír de un mal chiste de Paulo.

Tan compenetrados estaban en cambiar sus ánimos, que Paulo no reparó en cerrar la puerta, como era su costumbre. Olvidó que la terraza ya no era exclusivamente de su propiedad, y a pesar de que su comedor no quedaba expuesto al pasillo, las risas de ambos se escuchaban hasta la terraza, en dónde Érica había ido por el acolchado de su hijo.

Ni Paulo ni Alba notaron cómo Érica los observaba abrazada al acolchado mientras se reían a carcajadas de las anécdotas de Paulo, de cuando era repositor en Walmart. La mujer se sintió estúpida, era claro que por más que Alba oliera a lo que oliera, que usara la ropa que usara, aunque tenga el pelo pintado como un arcoíris, Paulo ya había puesto sus ojos en ella. Sí podía ganárselo, pero le costaría un poco más llegar hasta él, que tampoco se la ponía fácil al ser tan hostil y correcto con ella.

Sintió una punzada de dolor en el estómago cuando vio a Alba apoyarse en la espalda de Paulo para intentar apaciguar las carcajadas, y producto de esto, Paulo perdió el equilibrio y terminaron los dos en el suelo, esparciendo los restos del embalaje de la comida en el piso de parquet. Rieron más fuerte, revolcándose levemente hasta quedar boca arriba, cuando comenzaron a disminuir el volumen de las risas. Giraron la cabeza para quedar frente a frente, y se sonrieron.

—¿Estás mejor, Abi?

—Sí... Me alegro de que a tu vecina se le haya juntado el ganado en la puerta, de otro modo no te hubieran cagado el pastel de papas, y no te hubiera conocido a fondo. ¿Y sabés qué? Vos también cambiaste mi vida, no sabía que no era feliz hasta que te conocí.

—¿Qué dijiste? —Paulo se reincorporó con prisa, se sentó con las piernas cruzadas mientras Alba se acomodaba con la cabeza entre sus piernas, mirándolo desde su posición—. ¿Cómo que no sos feliz? ¿Qué tengo que ver yo?

—No sé... Quizás... Me ayudaste a ver que hay más cosas en el mundo, es... Difícil de...

Alba giró la cabeza y enmudeció al ver a Érica parada en la terraza, aferrada fuertemente al acolchado, y viendo la escena que montaron los dos. Paulo giró la cabeza en dirección a lo que atraía la atención de Alba, y al ver a Érica la saludó con una mano en alto. Acto seguido, se levantó con cuidado de no golpear la cabeza de Alba contra el piso, y cerró la puerta dejando a la joven hecha una furia.

Solo que Érica no estaba enojada, al contrario. Estaba dispuesta a quitarle a Paulo, porque amaba las cosas difíciles, y Paulo parecía ser una de ellas.

 Estaba dispuesta a quitarle a Paulo, porque amaba las cosas difíciles, y Paulo parecía ser una de ellas

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