Cincuenta y dos

397 56 49
                                    

—¡Abi! ¿Cómo va todo? —Érica corrió detrás del mostrador para abrazar a su amiga

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—¡Abi! ¿Cómo va todo? —Érica corrió detrás del mostrador para abrazar a su amiga.

—¡Hola Eri! —resolpló con ternura mientras aún permanecían abrazadas—. Ya tengo el pollito frito para Lauti, ese chico me tiene enamorada, así que es mi regalo por haber pasado de grado.

—Sí... Lo merece, ya me trajo el boletín lleno de sobresalientes. Es increíble que ya haya terminado primer grado. Esperá... ¿Pollo frito? ¿No era Pollo Pau?

Alba sonrió con amargura. —Sí, pero... El creador de la receta ya no está, así que ya no tiene mucho sentido.

—¿No supiste más nada? ¿No te escribe?

—No —resopló—. Y es mejor así, ¿no?

—¡No! —bramó mientras bajaba los brazos con frustración—. Abi, Paulo está enamorado de vos, no te olvidó.

—No parece... Nunca me escribe, ya no viene a verme... Calculo que ya está a punto de recibirse y no debe tener tiempo para venir.

—Le falta un semestre para recibirse —informó—. ¡Pero andá a verlo vos! Si sabés dónde vive, fuiste un par de veces a visitarlo de sorpresa. No sé... Aunque sea se ven un rato y charlan en la recepción. ¡No seas boluda, Abi! Cuanto más tiempo pase, más te va a costar dejar al desagradable de Raúl.

Una vibración en su teléfono hizo que dejara de hablar, revisó el mensaje entrante y sonrió.

—¡Uy! Esa sonrisita... ¿Tu galán?

—Sí... Ya salió de trabajar y está viniendo para acá. Si todo sale bien, en dos semanas se muda conmigo.

Alba suspiró como si el mensaje lo hubiera recibido ella. Extrañaba esos mensajes que robaban suspiros, el único que lo lograba era Paulo, pero debió desacostumbrarse a recibirlos. Estaba feliz por Érica, porque ella sí pudo superar a Paulo cuando conoció a Martín, un joven fiscal que le robó el corazón en las góndolas del supermercado. Una historia de amor digna de los libros románticos, cada semana se cruzaban en los pasillos y se robaban miradas, hasta que un día Érica no alcanzaba unas latas de conserva en oferta y él se ofreció a ayudarla. Así nació el amor de esos dos.

Y es que ambas mujeres se unieron de manera orgánica luego de la partida de Paulo. Érica bajó las defensas cuando se halló sola en un edificio lleno de gente mayor, y comenzó a frecuentar el local de Alba en son de paz, como una nueva clienta. Ambas sabían cuan importantes fueron para él, y sin quererlo se ayudaron mutuamente a superar su partida.

Excepto Alba, quien cada día estaba más rota porque nunca pudo olvidar al único hombre que la hizo sentir única.

El caso de Érica fue distinto porque conoció a Martín al mes de la partida de Paulo, y fue por ello que supo acercarse a él sin intención romántica, en plan de amigos. Pero Alba no sabía luchar con sus sentimientos, y es por eso que elegía alejarse y correr el riesgo de perderlo mientras resolvía su vida sentimental. Algo que nunca pudo lograr, porque prefería seguir estancada en la monotonía y conservar el local, antes que perder el lugar en el que lo había conocido y quedarse sola, sin un lugar a dónde ir.

—¿Y esa pastilla? —Érica notó que Alba paseaba entre sus dedos una pequeña pastilla azul—. ¿Te duele algo?

—No —soltó una risa—. Debe ser de Raúl, mía no es y de los chicos tampoco. La encontré en la mesada.

—Debe ser la pastillita mágica que despierta a la bestia —ironizó con malicia hacia el hombre—. Ya no está en edad de levantarlo sin ayuda.

—Lo dudo... No creo que esas pastillas vengan con un perrito. —Alba colocó la pastilla en su palma abierta y se la mostró a Érica—. Debe ser algún comprimido infantil, lo que no sé es qué hace en mi cocina. Seguro es de alguno de los muchachos de Raúl, andá a saber.

Érica tenía la sensación de haber visto esa pastilla en algún lado, pero no recordaba en dónde. Estaba segura de que no era ninguna de las medicinas que le daba a su hijo cuando se enfermaba. ¿Pero dónde la había visto antes? Su celular volvió a vibrar, desde la pantalla vio que era su prometido, y al levantar la vista y voltear hacia la vidriera, efectivamente el hombre estaba en la puerta del edificio.

—Ahí llegó Martín. Te escribo después, Abi.

Érica dejó a Alba con el saludo en la boca, quien la vio alejarse con la bolsa rumbo al encuentro de su enamorado. Miró la pastilla mientras la movía nuevamente entre sus dedos, no había nombre del laboratorio que la producía, no tenía olores raros, solo el perrito sonriente. Cerró su puño con la pastilla y se dirigió a la trastienda del local, buscó el botiquín de primeros auxilios y arrojó el comprimido dentro. Una vez que supiera qué era ese medicamento quizás podría servirle, no tenía sentido preocuparse por esa nimiedad.

Volvió al frente del local cabizbaja, sintiéndose triste y sola. A pesar de que ya habían pasado dos años, todavía no se acostumbraba a la vida sin Paulo como vecino. Guido y Cristian no decían nada, ya se habían acostumbrado a verla con esa aura gris y la sonrisa volteada. Por más que intentaron de todo para animarla, nada servía. Decidieron en un pacto silencioso que lo mejor era dejarla expulsar el dolor.

Tomó asiento en el taburete frente a la caja registradora y comenzó a explorar sus redes sociales con desgano, hasta que una voz la hizo levantar la vista de la pantalla.

—¿Alba?

—Sí... Soy yo... ¿Nos conocemos? —indagó dejando el celular sobre el mostrador.

—Lo dudo —respondió la joven con una sonrisa irónica—. Soy la hermana de Raúl —expresó mientras hacía comillas imaginarias con los dedos—, un gusto conocer a la otra hermana de Raúl.

—¿Hermana? Pero yo no soy su hermana —respondió con confusión.

—Y yo tampoco lo soy... —finalmente, soltó una risa irónica—. Soy Malena, su esposa y madre de su hijo. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
OníricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora