Cincuenta y seis

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¿Destino? ¿Casualidad? ¿Azar? ¿Karma?

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¿Destino? ¿Casualidad? ¿Azar? ¿Karma?

Alba no encontraba otra palabra para explicar lo que había sucedido. Por primera vez en su vida sintió miedo por la persona con la que había dormido tantos años. Apenas estaba procesando el hecho de que Raúl era un hombre casado, cuando Érica y su novio intentaban ponerla a salvo de lo que estaba por suceder. Tuvieron suerte de llegar justo cuando los muchachos le colocaban la puerta a la persiana, y ante la insistencia de la pareja por lo urgente y grave del asunto, entraron de nuevo al local para hablar con tranquilidad.

—Abi, necesito que me escuches. —Martín trataba de calmar los sollozos compungidos de Alba, luego de escuchar atentamente las nuevas tramoyas de Raúl—. Esto no te involucra, ¿sí? Tenés un montón de testigos que estarían dispuestos a salir en tu favor de ser necesario. La gente del barrio sabía que eran dos locales distintos entre turnos. Así que ahora vamos a ir a tu casa, agarrás tus cosas, y te quedás con Érica y Lauti hasta que pase todo, ¿sí?

—No... Tengo que decirle a Malena, quiero creer que ella no sabe nada de esto.

—¿Quién es Malena, Abi? —consultó Érica con suavidad.

—La esposa de Raúl. La verdadera, la legal. La madre de su hijo.

Ante la cara de asombro de todos los presentes, Alba comenzó a contar sobre Malena y su hijo. Todo lo que habían conversado una hora atrás lo expuso ante sus amigos sin perder detalle.

—¡Qué hijo de mil puta! —exclamó Érica indignada mientras sacudía los brazos—. ¡Mi tía tenía razón! No anda en nada bueno. ¡Te dije siempre que fueras a buscar a Paulo!

—Eri, no es momento —susurró Guido cerca del oído de la mujer.

—¡Vos sabías todo y no dijiste nada! ¡Así que no vengas a callarme ahora! —le recriminó con un dedo en alto.

—¡Basta! —Alba puso orden cuando vio que Guido, lejos de responderle, estaba al borde del llanto. —Guido calló con motivos, no podía poner en riesgo la vida de su hermano. Quien sabe qué hubiera hecho Raúl, a estas alturas, ya no sé ni quién es el hombre con el que conviví tantos años. Martín —levantó la vista hacia el hombre—, si Raúl es la cabeza de esa banda que están buscando, por favor, quiero que se pudra en la cárcel.

—Claro, Abi. —Martín se puso de cuclillas y tomó su mano—. Te juro que yo mismo me voy a encargar de que cuando vuelva a ver la luz del sol, sea en el patio del penal. Entonces... ¿Qué querés hacer? Si le querés decir a esta chica, te acompañamos. Pero preferiría que te quedes con Eri en su departamento...

—O andá a buscar a Paulo —acotó Érica, parada detrás de Martín—. Creo que con él vas a estar más segura que en mi departamento. Sabe que somos amigas, sabe que Luis vive acá... Si decide buscarte, el primer lugar al que va a ir es al edificio.

—No, con Paulo no. No puedo ir con una persona de la cual no sé nada hace meses.

—¡Ya te dije que nunca te olvidó! —exclamó Érica frustrada.

—Y yo recién te mostré los chats con él, Abi —acotó Guido desde el fondo—. ¿Qué parte no entendés? Somos dos personas las que te estamos diciendo que nunca te pudo olvidar.

Alba enmudeció ante el regaño de sus dos amigos. Bajó la mirada para ocultar una lágrima.

—Voy a ir por él. Pero no ahora. Hasta que no termine todo esto no voy a ir por él. Necesito tiempo, entiendan. Vamos a casa, agarro todo y me voy con vos —miró a Érica—. Ya después veo como le cuento todo esto a Malena. También merece saberlo, ella tiene más en juego que yo.

—Como quieras, pero no perdamos más tiempo. Vamos ya, y una vez que hayas sacado tus cosas doy la alerta para que procedan. Yo sé que vos no tenés nada que ver, pero hay que investigar si Malena no está involucrada —explicó Martín—. Por más buenas intenciones que hayas notado en ella, no la conocemos. Si quedaste con ella, ahora vemos cómo excusarte. Pero por nada del mundo le cuentes esto, al menos hasta no saber si es cómplice.

Sin perder más tiempo, Érica y Martin acompañaron a Alba hasta su casa, mientras los chicos cerraban el local, a la espera de novedades. La pareja la ayudó a empacar todas sus pertenencias en tiempo récord, antes de la medianoche ya habían cargado todo en la camioneta familiar de Martín.

Al llegar al departamento de Érica, Alba le entregó la pastilla a Martín, para que corrobore en su laptop que, efectivamente, se trataba de la droga de diseño que tenía en la foto de su archivo. Procedió a informar a sus colegas, quienes rápidamente coordinaron un allanamiento para la mañana siguiente en el local. Alba solo apagó su teléfono para evitar enfrentar a Malena, y trató de descansar lo que quedaba de la noche en la habitación de Lautaro.

Porque la calma se acabó cuando el sol del casi verano porteño se asomó.

Balvanera amaneció sacudida por el operativo de allanamiento que ordenó el juez, a pedido urgente de Martín, dada la gravedad del asunto y las habilidades de Raúl para huir de la justicia. Y para cuando el barrio recobraba su ritmo habitual, Raúl y su banda se iban esposados. Alba presenció todo el operativo en silencio desde el balcón del departamento, apática, acompañada del abrazo consolador de Érica, quien no paraba de repetir que todo había acabado, y que pronto podría comenzar su nueva vida.

Días después, Alba supo toda la verdad a través de Martín. El local de comidas del mediodía jamás existió. Tal como Rita afirmaba con vehemencia, la comida era una pantalla para disimular mientras fabricaban las drogas en la trastienda. La chica no salía de su asombro cuando vio las fotos de su cocina completamente transformada para la fabricación de los estupefacientes. Y es que hasta montaban una cortina de paño oscuro sobre la plástica transparente, para que los pocos que se atrevían a comprar la deplorable comida que vendían, no vieran el ilícito de la trastienda.

Eso, es lo que Rita había visto sin querer desde su balcón.

Tarde supo Érica que su tía también estaba amenazada. Ella vio una mañana cuando entraban todo el equipamiento, con la mala suerte de que también la vieron a ella de cotilla. Horas más tarde recibió la misma visita que Paulo en su momento, solo que amenazaron con hacerle daño a ella. Es por eso que la mujer solo decidió incitar al resto del barrio a que estén más atentos a los movimientos extraños que se daban al final de la madrugada, pero sin afirmar nada.

En cuanto a Malena, esa noche no tuvo suerte llamando a Alba, por lo que decidió seguir adelante con su plan de abandonar el hogar que compartía con el hombre. Recién al día siguiente, luego del allanamiento, pudo comunicarse con Alba, quien le contó los detalles de lo sucedido. Y tal como ella intuía, Malena era otra víctima inocente a los actos de Raúl. Quedaron en mantenerse en contacto. Básicamente, todo había terminado. Ahora quedaba la peor parte.

Era libre, y no sabía por dónde empezar.

Era libre, y no sabía por dónde empezar

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