Cincuenta y ocho

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—¡Quedó re lindo, tía! —Lautaro saltaba alrededor del árbol de navidad que acababa de armar con su madre y Alba

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—¡Quedó re lindo, tía! —Lautaro saltaba alrededor del árbol de navidad que acababa de armar con su madre y Alba.

—¡Sí! Ahora falta que pongas la cartita a Papá Noel, sino no va a saber qué querés que te traiga este año. —Alba sacudió el cabello del niño con dulzura.

—¡Uy, la carta! ¡Ya me olvidaba!

Lautaro corrió a su habitación por papel y lápiz mientras Érica y Alba lo observaban entre risas. Pero la situación se tornó incómoda para Alba cuando notó la mirada recriminatoria de Érica.

—Ya pasó una semana... ¿Qué esperás? —deslizó observándola de reojo.

—¿Me estás echando? —Alba trató de ponerle humor a la incómoda pregunta, aunque por dentro sabía que tarde o temprano debía afrontar su futuro. Además, ya comenzaba a sentir que abusaba de la camaradería de su amiga—. Es joda, ya sé que no es así.

—Obviamente que no me molestás, todo lo contrario. Siento que estoy abusando de vos al dejarte con Lauti para salir con Martín, y lo peor, es que me estoy malacostumbrando —ambas rieron—. En serio. ¿Qué esperás para ir a buscar a Pau?

—No sé... Creo que esperaba a que él viniera por mí, lo de Raúl salió en todos los canales de televisión. Y no me mandó ni un solo mensaje para ver si estoy bien, o al menos preguntarme qué pasó. Es evidente que ya me olvidó.

Érica posó una mano en su frente en señal de frustración. —Abi, esto se acabó. O vas ahora mismo a verlo, o lo llamo yo para que venga acá.

—Eri, pero...

—¡Eri las pelotas! —exclamó frustrada mientras tomaba su celular de la mesa ratona—. O vas ahora mismo, o lo llamo yo —repitió determinante mientras alzaba el móvil.

Alba sonrió. Levanto sus manos en señal de rendición, y se dirigió hacia la habitación que compartía con el niño desde la noche que abandonó el hogar que compartía con Raúl. Sin darse cuenta, eligió el mismo cómodo atuendo que utilizó el día de la mudanza de Paulo a Flores. Quería algo cómodo para el calor abrasador que hacía ese domingo, sin contar con los nubarrones que amenazaban con desplomar una copiosa lluvia.

Y obviamente, no olvidó la gorra que aún conservaba de Paulo.

Se duchó y se cambió en tiempo récord. No sabía por qué ahora le urgía verlo, y cada segundo que pasaba lo sentía como un desperdicio de tiempo. Maquilló su rostro con suavidad, sin exagerar, y cuando estuvo lista salió del baño ante la atenta mirada de su amiga.

—Te preguntaría por qué no un vestido —pensó en voz alta con una mano en el mentón—. Pero estás divina, sos vos al ciento por ciento. Sos todo lo que Paulo ama, él se enamoró de esa Abi. Además, nunca le gustaron las chetas, lo sé de primera mano —soltó con una risa.

El corazón de Alba se estrujó. ¿Acaso Érica seguía enamorada de Paulo? Habían pasado muchas cosas los últimos dos años, de ser así, estaba dispuesta a renunciar nuevamente al único hombre que había amado. Y sin más, le pregunto.

—Érica... Vos... —titubeó porque comenzaba a arrepentirse de formular la pregunta, por temor a la respuesta—. ¿Todavía estás enamorada de él?

Los ojos de la mujer se salieron de órbita. —¿Qué? ¡No! —comenzó a reír estruendosamente—. No, Abi... Ya no. No voy a mentir, me enamoré de él como una quinceañera, pero nunca fue recíproco. Nos quisimos y nos queremos mucho, sí, pero ya no lo amo. Lo que siento por Martín es muchísimo más intenso, y en retrospectiva, me doy cuenta de que Paulo fue un capricho. Vos pensá esto. Me mudo y veo un portero joven, sexy, algo misterioso y reservado... Apenas lo vi dije: «¿De qué novela te escapaste, bombón?».

Lejos de sentirse mal u ofendida, Alba rio por las palabras de Érica. Bajo ningún punto de vista hubiese aceptado intentarlo con Paulo si su nueva amiga todavía seguía enamorada de él, más allá de que estuviese en pareja. Alba entendía que la primera en llegar de manera sentimental a la vida de Paulo fue Érica, eso lo respetaba muchísimo más que cuando andaban juntos, dado que ahora las unía una amistad.

—Bueno... Me voy antes de que me arrepienta. Al margen de que me presiones para ir a buscarlo, algo dentro de mí me grita que no espere más. No sé cómo explicarlo, pero...

—Eso es amor, Abi. Andá a buscarlo y dejá de dar vueltas.

Las amigas se abrazaron con calidez, y sin perder más tiempo, tomó su pequeña mochila de cuero negro y corrió hasta la parada del 132. Y su estómago se contrajo cuando el colectivo llegó, subió con las piernas hechas gelatina, y un nudo de incertidumbre en su garganta. Comenzaba a entender la magnitud de ese viaje, podría volver con el corazón partido en mil pedazos, o podría ser el día que esperaba desde hace años.

Cualquiera fuera la opción correcta, no estaba preparada para ninguna de las dos situaciones.

Cuando el colectivo llegó al barrio de Flores, comenzó a pensar cómo se presentaría frente a Paulo.

«¿Lo beso en la boca directamente? ¿Y si tiene novia? No, eso definitivamente no es una opción.»

«¿Hago como si nada? ¿Como una visita común, como las de antes? Tampoco, al pedo seguir dando vueltas.»

«¿Se habrá enterado lo de Raúl? ¿Y si lo sabía y aun así no le importó?»

—¡Flaca! —El chofer la sacó de su océano de pensamientos—. Acá termina.

Levantó la vista, y efectivamente estaba frente al cementerio de Flores, se había pasado una parada. Se apresuró a levantarse. —¡Perdón!

Ya en la calle, caminó a paso lento entre las florerías que ya comenzaban a cerrar. Consultó su celular para ver la hora, cuatro y media de la tarde. En media hora cerraría el cementerio, y todos esos locales que funcionaban con él. Un trueno retumbó sobre su cabeza, y segundos después, la lluvia comenzaba su show. Un chaparrón de verano, gotas gordas a un ritmo vertiginoso que en ningún momento hicieron que Alba apurara el paso.

Para cuando el edificio de Paulo se erguía moderno entre las viejas edificaciones, Alba estaba completamente mojada. Le resultó curioso encontrar la puerta de entrada abierta de par en par, fue entonces cuando vio un hombre mayor entrar como si nada, así que sin dudarlo, aprovechó y se mandó detrás de él. Y se sorprendió al no ver a Paulo detrás del mostrador, siendo que evidentemente había una reunión en la pequeña sala del fondo. De seguro estaría allí.

Así que, sin dudarlo, comenzó a caminar por el pasillo lleno de puertas, en dirección a la reunión que se oficiaba. Con un poco de suerte, se perdería entre la pequeña multitud.

 Con un poco de suerte, se perdería entre la pequeña multitud

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