Uno propone y Dios dispone.
Ese era el nuevo mantra de Paulo, dos años después de su mudanza a Flores. Y es que las cosas a veces nunca salen como uno las planea, y eso fue lo que le sucedió a él.
Al lunes siguiente de la mudanza, comenzó con su nuevo trabajo, y afloró el primer contratiempo. No tenía ropa formal para ejercer su nuevo rol de recepcionista, y aunque ese primer día solamente debía recibir a los inquilinos de las oficinas con el equipamiento a utilizar, se sentía algo incómodo al recibirlos en remera, jeans y zapatillas. Es por ello que ese lunes al finalizar su turno corrió al centro de Flores, en la avenida Rivadavia, a comprarse una pequeña muda de camisas, pantalones de vestir, y un bonito par de botinetas acordonadas.
Así fue como perdió la primera tarde noche, sin tiempo para visitar a Alba en su local.
Cada día, cada semana, un nuevo obstáculo se interponía entre el deber y el deseo de pasar una noche en la cocina de Alba. No es que nunca haya ido a visitarla desde su mudanza, claro que sí. Pero no con la frecuencia que ambos deseaban, una vez por semana alcanzaba para ponerse al día de sus nuevas rutinas.
Sin embargo, algo se había roto en la relación.
Si bien disfrutaban cada minuto en compañía del otro, esa complicidad que flotaba en el aire, y que sus más cercanos notaban cada vez que los veían juntos, había desaparecido. La vergüenza hizo su debut cuando querían preguntarle al otro cómo iban las cosas en su vida, y ni hablar de la vida sentimental del otro. Ni Paulo le preguntaba a Alba cómo llevaba la relación con Raúl, y ella le devolvía el favor evitando preguntar si había conocido a alguien especial. El coqueteo silencioso lo olvidaron arriba del flete de mudanza aquel domingo a la tarde, y aunque ambos se proponían recuperarlo en el próximo encuentro, desistían al momento de concretarlo.
¿Pero qué pasaba en el interior de cada uno?
Luego de que Alba se reconociera enamorada de Paulo, y decidir que el mayor acto de amor era dejarlo libre para que alcanzara la felicidad, se resignó a quedarse junto a Raúl. En el fondo, guardaba la esperanza de que en algún momento la abandonara por esa tal Malena. Sucedió que el hombre un día olvidó su celular en el hogar que compartían, y el aparato no dejaba de sonar con una llamada entrante de la mujer. Si bien estuvo tentada a atender, no lo hizo porque tenía prohibido tocar el aparato. De todos modos, tampoco lo hubiera hecho por una cuestión de respeto, y porque ya no le importaba si el hombre la engañaba o no. Que la dejara por otra sería la solución a todos sus problemas.
En cuanto a Paulo, su nuevo trabajo a veces se tornaba aburrido. Estar todas las tardes sentado detrás de un mostrador, con la sola compañía de una pequeña televisión sobre su escritorio, no era lo que él había imaginado para su nuevo trabajo. Si bien ya apenas limpiaba el edificio los fines de semana, solo se limitaba a coordinar a los empleados de la empresa de limpieza, y su tarea principal era redireccionar a los visitantes a la oficina correspondiente. En consecuencia, tenía demasiado tiempo para pensar en la vida que dejó atrás en Balvanera y, sobre todo, en Alba.
A los pocos meses de haber adquirido un cierto grado de confianza con los profesionales que tenían sus oficinas en la planta baja, un abogado al borde del retiro le sugirió estudiar una carrera universitaria relacionada a su experiencia laboral. Es así como se anotó para estudiar la carrera de Martillero Público en la Universidad Católica Argentina, una carrera que también lo podría habilitar a trabajar de corredor, administrador de consorcios o tasador. Era la pieza que faltaba para completar su experiencia en consorcios de propietarios e inquilinos. Así que, sin dudarlo demasiado, cambió la aburrida televisión de la tarde por los apuntes que le darían una mejor oportunidad laboral.
Y en consecuencia, se alejó más de Alba.
Trabajar y estudiar le consumía el poco tiempo que le quedaba libre, teniendo en cuenta que la universidad estaba ubicada en el límite entre San Telmo y Puerto Madero. Con la moto, era un trayecto que recorría en media hora, con mucho tráfico. Quizás había noches en las que pasaba a visitarla luego de sus clases, siempre y cuando terminaran antes del cierre del local. De otro modo, solo le quedaba tiempo para mantener esa amistad tan fuerte que los unió a través de WhatsApp.
Pero tanto el volumen de las conversaciones, así como la frecuencia, iban mermando con el pasar de los meses. Había oportunidades en las que no cruzaban palabra por 15 días.
Contrario a lo que él pensaba, Érica fue quien se convirtió en una gran amiga y confidente. Lejos de retomar aquella relación sin etiquetas, la mujer fue su paño de lágrimas las primeras semanas en Flores. Érica sabía a la perfección los sentimientos de Paulo hacia Alba, y es por eso que él encontró en ella un canal de descarga para sus emociones. Además, era como una ventana a Balvanera: Érica lo mantenía al tanto de cómo se encontraban todos, y sobre todas las cosas, cómo veía a Alba luego de su partida.
«¿Cuándo le vas a decir que estás enamorado de ella?»
«Esa mujer te extraña, Pau. Se le nota a leguas con solo verla.»
Las palabras de Érica no dejaban de retumbar en su cabeza cuando apoyaba la cabeza en la almohada en las noches. Si antes tenía dudas sobre los sentimientos de Alba, ahora era un tema completamente desconocido para él. Lejos de la chica, no podía interpretar las señales de sus facciones, y tampoco podía leer su mirada cuando le pedía a gritos que la saque de esa relación monótona que mantenía con Raúl. Tarde comprendió que ella clamaba en silencio que se confesara, y cuando quiso hacerlo ya era tarde. Esas señales se habían esfumado, ya era una amiga con todas las letras, de esas que no te tocan ni con un chorro de soda porque «la amistad es lo primero». Y ni siquiera eso. Porque una amiga te escribe para ver cómo estás, qué tal tus cosas, aunque sea saluda una vez cada tanto.
Pero ella ni eso. Y él tampoco. Ambos se habían cansado de esperar algo que nunca iba a llegar.
Así fue como la relación se desgastó a tal punto en que las conversaciones terminaron siendo escuetas, mensuales. Bimestrales. Saludos de cumpleaños y fechas festivas. Y luego, la nada misma. El chat se fue hundiendo en la lista de ambos hasta llegar al final, toco fondo.
Como Paulo y Alba.
Ninguno de los dos podía seguir así, pero ninguno estaba dispuesto a mover un dedo para cambiar su situación actual. La apatía era el nuevo estado de ánimo de ambos, sonriendo lo suficiente para que nadie pregunte qué es lo que sucedía en su interior. Alba era más infeliz que nunca junto a Raúl, y Paulo estaba cansado de rechazar salidas con una compañera de clase, que se derretía cada vez que lo veía llegar en su moto a la facultad. Había tenido un desliz con la chica, una noche que intentó olvidar a Alba cuando se pasaron de copas en una cervecería de San Telmo al salir de clases, pero fue en vano y ahora debía lidiar con ese error.
Nada sucedió como lo planearon en sus cabezas aquel domingo de la mudanza, ambos aceptaron la pérdida y aprendieron a vivir con ello. Claramente, en esa vida no estaban destinados a estar juntos, deberían esperar a la siguiente. Pero hubo alguien que no se dio por vencida.
Érica.
ESTÁS LEYENDO
Onírico
Romance¿Por cuánto tiempo un hombre es capaz de soportar una amistad? Paulo estaba solo por elección. Alba en compañía por costumbre. Un sueño. Una amistad de años. Un amor que nunca saldrá del mundo onírico. ⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘ Primer libro de la Serie Frien...