Diecinueve

462 61 17
                                    

—Nada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Nada... Sólo me preocupa Raúl —mintió—. No sé, siento que ya no me ama como antes. Lo veo distante, hace mucho que... Bueno... Eso.

—Abi, tenés que pensar que Raúl ya es un hombre grande. No es por nada, pero... Imagino que a esa edad las ganas merman...

—A veces pienso que tiene otra mujer, no se... Sus horarios, esas desapariciones sin explicación...

—Abi, y si tiene otra y todo se termina... Sos joven, vas a salir adelante. Ya vas a conseguir un buen hombre que te merezca. —Alba levantó la cabeza y lo observó fijamente.

«Demasiado tarde. El único hombre que me merece sos vos, amigo.»

—Mientras —Paulo continuó con su monólogo—, no pienses boludeces. Al pedo ponerte mal por suposiciones. Si algún día descubrís que Raúl te engaña, yo te voy a ayudar a superarlo, ¿sí?

Alba imaginó una sola forma de superación, aunque curiosamente no era la misma superación que Paulo tenía en mente. Ella se creía capaz de alterar la rutina de Paulo, de volver a enseñarle a amar envueltos en una sábana, algo que él claramente temía hacer por temor a perder su libertad. Eso era lo que le hacía falta en su vida, dejar de ser una actriz porno que complacía los más bajos instintos de un hombre consumidor de pornografía en sus ratos de soledad.

Raúl era un búnker para ella, no conocía otra vida más que la que él le enseñaba. Y Paulo era su ventana al mundo, conocerlo fue comprender que el mundo no empezaba y terminaba en Raúl. Pero era un gran desafío abandonarlo, era más lo que perdería que lo que ganaría. Mejor dejar las cosas así.

Alba asintió con la cabeza y se abrazó a Paulo, éste la recibió y acarició el largo de su cabello. —Sé que es muy pronto para decir esto, pero... Te quiero, Abi. Y perdón de nuevo por haber sido tan imbécil anoche, te hice preocupar al pedo.

—Y tampoco me respondiste la llamada —susurró hundida en su pecho.

—Es que... Justo en ese momento estaba con Érica.

—¡Ah! —Alba se desenredó del abrazo y lo apuntó con su índice mientras contenía una risa—. ¡Pillín! ¡Te agarre justo en el mejor momento!

—Sí... No podía atenderte... Igual, no sé cuánto me dure esto. Presiento que en algún momento la vieja Rita va a poner el grito en el cielo. O si los vecinos se enteran, capaz le tiran la bronca a ella. Que dure lo que dure, mientras tanto aprovecho —guiñó un ojo.

—Es una chica muy bonita... Y muy afortunada de tenerte.

—No, no me tiene —la corrigió—. Porque más que eso no va a tener. Y sigo siendo libre, mirá si encuentro a la mujer de mi vida.

Se hizo un silencio incómodo para ambos. Ahí estaban, frente a frente. Ninguno sabía que el amor de sus vidas estaba ahí, frente a ellos. Tan inocentes a pesar de sus kilómetros de vida recorridos, tan amigos, tan ignorantes de lo que sentían por el otro. Ambos, tratando de reprimir las confusiones que los apabullaban al estar uno frente al otro.

La realidad los sorprendió cuando sonó el teléfono de Paulo, y ambos dieron un paso atrás, como si quien envió el mensaje supiera que estaban a punto de perder los estribos.

—Era ella, ¿no?

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


—Era ella, ¿no?

—Sí... —sentenció mientras volvía a guardar su teléfono—. Quedamos en vernos en una hora, así que ya sabés. Si no te contesto...

—¡No! ¡Olvidate! No vas a saber de mí hasta mañana —Alba soltó una risa mientras se inclinaba hacia adelante—. Al menos ya te alimenté, vas a estar fuerte para la acción.

Paulo rio con incomodidad, aunque lo tranquilizaba escuchar a la Alba amiga, luego de haber charlado con la Alba insegura y confundida que le daba la razón a Guido. Alba lo acompañó hasta el frente del local, Paulo saludó con un choque de palmas a los dos chicos, y luego abrazó a su amiga.

—Me alegra que te hayas decidido a intentarlo con Érica. Solo... No me olvides, por favor. No permitas que te aleje de mí —rogó mientras se aferraba a su espalda en el abrazo.

—Eso nunca, Abi... —Dejó un ruidoso beso en su mejilla—. Que descanses.

Ambos desprendieron el abrazo mientras las manos de cada uno recorrían el brazo del otro, desde los hombros hasta las puntas de sus dedos. Una electricidad recorrió las extremidades de ambos, y solo Alba permaneció con los brazos extendidos por un microsegundo más, como si lo perdiera para siempre.

—Te dormiste, ¿no? —preguntó Guido a sus espaldas—. O debería decir... La estirada te lo durmió.

—Es lo mejor para él. Y me alegro por él, merece ser feliz —expresó con serenidad sin voltearse.

—Vos también merecés ser feliz, Abi. Sos una boluda.

Guido también presentía que lo había perdido para siempre. Aunque ambos estaban equivocados.  

  

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
OníricoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora