Nueve

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La noche de sábado fue un éxito

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La noche de sábado fue un éxito. El nuevo pollo Pau se vendió como pan caliente, tanto que tuvieron que hacer dos tandas más, los clientes probaban la muestra y estaban dispuestos a esperar un poco más para llevarse su porción. Finalizaron la noche bajando la persiana y quedándose los cuatro hasta entrada la madrugada, cenando el bendito pollo estrella y compartiendo una cerveza. Paulo se amoldó sin problemas a Guido y a Cristian, después de todo no estaba tan mal ganarse dos amigos más.

Luego de llevar a Alba hasta su casa, puesto que Guido y Cristian iban a continuar su gira nocturna de sábado en la noche, Paulo volvió a su departamento exhausto. Se quitó la ropa y se acostó con la tranquilidad de que al día siguiente era su franco semanal, podría dormir hasta altas horas del mediodía, si así lo deseaba.

Pero su cuerpo tenía otros planes, y un despertador aparte. A las ocho de la mañana ya estaba dando vueltas en la cama, y por más que lo intentó, no pudo conciliar el sueño nuevamente. Remoloneó hasta que se cansó de ver la pequeña mancha de humedad en la esquina de su techo, y se levantó.

No necesitaba mate esa mañana, necesitaba un levantamuertos de cafeína pura. Tomaba su taza de café en absoluto silencio cuando escuchó voces fuera del departamento, dejó la taza sobre la mesada de la cocina y se acercó lentamente a la puerta. Espió por la mirilla para comprobar que las voces venían de la terraza, Érica y su tía conversaban con la puerta abierta mientras tendían el acolchado nuevamente. De seguro su hijo había vuelto a mojar la cama. Estaba por volver a su desayuno de cafeína líquida cuando escuchó algo que lo alertó.

Es un buen muchacho —filosofaba doña Rita—. Es educado, reservado, no lleva y trae chismes como hacía el sinvergüenza de Juan... —Haciendo referencia al anterior encargado.

Era evidente que hablaban de él, volvió a espiar por la mirilla, y como las vio compenetradas intentando colgar el acolchado, con cuidado de no hacer ruido abrió un poco la puerta de su departamento para filtrar las voces.

Sí, de eso me di cuenta... Es calladito... Es divino, tía.

—¡Ay, nena! Vos qué podés, ¡aprovechá! ¡Quien pudiera tener en su casa un hombre tan joven y buenmozo! Es una ricura ese chico.

Paulo sintió escalofríos de sólo pensar que el vejete de doña Rita tenía pensamientos impuros con él, de hecho, hasta ese momento pensaba que la mujer apenas lo soportaba, siempre tan correcta y manteniendo distancia... ¡Quien lo diría! Siguió escuchando, esa conversación era oro puro.

No te voy a negar, me gustó desde que lo vi, pero...

¿Pero que? Nena, acabás de separarte. ¿O acaso todavía sentís cosas por Claudio?

¿Qué? —Érica rompió a reír—. ¡No! Para nada... Solo que... No sé si no es muy pronto para que Lauti me empiece a ver con otro hombre que no sea su papá.

Nena... ¡Vos sos la que tiene que ver a Paulo! No metas a tu hijo en esto, al menos no ahora. Si las cosas avanzan... Ahí van viendo.

A Paulo le dolía la cabeza, lo habían nombrado y ya era obvio que hablaban de él. El punto que lo alarmaba era que ni siquiera había vuelto a entablar conversación con Érica, y ya estaban planeando la manera de que el chiquito se acostumbre a él como su nuevo padre. Era demasiada información en un corto lapso de tiempo.

Además... Claudio se muere si te ve con un hombre tan buenorro.

¡Ay, tía! ¡Por favor! —Érica seguía riendo para ocultar su vergüenza—. Claudio era modelo de alta costura, ¿te crees que sentiría celos de Paulo?

Eso le había irritado, que vivera vestido de ropa Ombú no significaba que fuera menos que un modelo de alta costura.

O sí... A veces es más sexy el obrero que el modelo —reafirmó finalmente.

Bueno, ¡pero no te duermas! Mirá que lo vieron mucho con la maestra, la que tiene la casa de comidas acá enfrente.

No sé quién es, tía. Recién estoy conociendo el barrio, y las casas de comida no me inspiran confianza.

Igual... La chica está juntada, pero uno nunca sabe, ¿viste? —susurró indiscretamente—. El tipo le lleva como veinte años, dicen que anda en cosas raras y ella no sabe nada.

Paulo puso más atención, que hablaran de que lo habían visto con Alba era algo sorpresivo. ¿En que momento los vieron juntos? Siempre estaban solos cuando entraban y salían de su departamento, en ningún momento se había cruzado a un vecino. No le importaba por él, sino por las habladurías que estaban haciendo de Alba. Sin contar con que doña Rita estaba insinuando que Raúl andaba en malos pasos. Siguió escuchando, poniendo más atención.

¿Cosas raras? ¿Cómo qué? —indagó Érica en el mismo tono indiscreto.

No sé... Nadie sabe... Sólo dicen eso en el barrio, pero nadie se atreve a afirmar nada porque le tienen miedo.

Chismeríos, tía... Si nadie vio nada concreto... ¿Entonces? Sólo sí voy a tener en cuenta que tengo competencia.

No sé si la viste en algún momento, nena. Pero esa chica no es competencia para vos, es ordinaria, y ese pelo de dos colores... Yo no sé cómo la dejan dar clases así.

No le veo nada de malo, mientras sea buena con los chicos... Por mí, si la maestra de Lauti quiere tener el pelo verde no me importa, mientras lo trate bien... ¿Y dónde enseña?

No me acuerdo ahora, sé que era un jardincito público por atrás de plaza Once. Tiene la sala de tres, encima eso... Criaturitas... ¿Qué imagen van a tener de su primera maestra si da clases en esas fachas?

Ahí fue toda la buena imagen de doña Rita que Paulo había creado momentos atrás. Volvía a ser la pituca estirada, el piojo resucitado que defenestraba a Alba sólo por su imagen, que nada tenía de malo. Que la critiquen a ella lo sentía personal, y es que en pocos días le había tomado un cariño especial a Alba, a cada momento compartido, a cada chat, sentía que la conocía más y más. Se había metido dentro de su clausurado corazón.

Paulo estaba empezando a sentir cosas por Alba, solo que aún no era consciente de ello.

Paulo estaba empezando a sentir cosas por Alba, solo que aún no era consciente de ello

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