Treinta

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Paulo corrió por las escaleras hasta el décimo piso y llamó el ascensor con urgencia, su comisura se curvaba en una leve sonrisa y el pecho le galopaba

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Paulo corrió por las escaleras hasta el décimo piso y llamó el ascensor con urgencia, su comisura se curvaba en una leve sonrisa y el pecho le galopaba. Al salir del ascensor, sus piernas le fallaron al ver a Alba de espaldas mientras sostenía una caja de pizza. Vestía jeans azules arremangados para que se luzcan sus botas cortas de taco alto, y se protegía del frío de junio con una campera de cuero y corderito, que le quedaba un talle más grande. El pelo suelto ondeaba levemente, y de su hombro colgaba una mochila mediana, también de cuero negro. Se apresuró a abrirle.

—Hola... —susurró casi sin aliento.

—¡Pau! Qué bueno verte. No nos vimos un día y siento como si no te viera desde hace meses. —Alba lo abrazó con su mano libre y Paulo se aferró fuertemente a su espalda. Al separarse, se observaron fijamente, Alba estaba casi a su altura con esas botas. —De camino pasé por una pizzería y no pude resistirme, tengo mucha hambre.

—Yo igual, vamos arriba antes de que se enfríe.

Paulo tomó la caja de pizza y subieron hasta el último piso, el sol de la tarde calentaba el ambiente amenamente y decidieron comer en la terraza, sentados al borde del abismo en la gruesa pared baja que daba a la avenida Rivadavia.

—Fue un almuerzo extremo —bromeó Paulo al terminar la última porción—. Mirá que llevo casi tres años en este edificio, y nunca me animé a sentarme acá, a pesar de que es bastante ancho. A lo sumo termino golpeado en el balcón del décimo.

—A veces hay que hacer esas cosas a las que no nos animamos. —Alba susurró las palabras mientras bajaba levemente su cabeza.

—¿Como dejar a Raúl, por ejemplo?

—¿Por qué decís eso?

—Abi... No sos feliz al lado de Raúl, ¿qué esperás para darte cuenta y salir de ahí? Sos joven, hermosa...

—¿Te parezco hermosa? —Alba soltó una risita mientras Paulo iba tomando diferentes tonalidades de borgoña en sus mejillas, otra vez se le habían escapado esos nuevos sentimientos.

—Bueno... Sí, ¿y? ¿Para qué mentir? Sos hermosa, Abi. Seguro ahí afuera hay alguien de tu edad dispuesto a darlo todo por vos, alguien que te merezca de verdad.

Paulo miraba el horizonte, esperando los precisos segundos para que el viento se llevara sus palabras, y pudiera volver a mirar a la cara a Alba. Porque era él el hombre que había descrito, así se sentía él respecto a ella. Volvió en sí cuando sintió que Alba apretaba su mano.

—Estoy confundida, ¿sabés? Estoy jodidamente confundida, y sé que lo mío con Raúl tiene fecha de caducidad. A veces pienso que.... —rio con ironía—. Pienso que Raúl tiene una amante, no se... Una aventura por ahí. Y por eso se ausenta tanto.

—¿Puedo preguntarte algo?

—Sí.

—¿Te gustan las aventuras?

Alba enmudeció, otro desliz de Paulo. Esta vez, voluntario. Gesticuló un poco intentando contener una risa nerviosa, y le respondió. —Si es a lo que te referís... No... Y yo ya sabía que me iba a pasar esto, siempre me pasa. —Alba bajó de la pequeña pared notablemente alterada, dispuesta a marcharse. Continuó refunfuñando sola mientras se dirigía al pasillo. —Y ahora seguro vas a dejar de hablarme.

—Abi, Abi... —Paulo bajó y corrió tras ella—. Acá estoy, no me voy a ir a ningún lado. Entendiste mal.

Paulo la abrazó y Alba lo recibió, no había entendido mal, había entendido bien. Se maldijo por la grotesca forma que tuvo para insinuarle que él estaba dispuesto a llenar el vacío que Raúl dejaba día a día en su corazón.

—¿Entonces? ¿Qué fue lo que quisiste decirme? ¿A ver?

—Que si descubrís que Raúl tiene una aventura, vos también estás en tu derecho de pagarle con la misma moneda.

—Ah, ¿sí? ¿Y con quién? Él mismo se encargó de alejar a todos mis amigos de la secundaria, del magisterio, del barrio. Solo te tengo a vos, y no sé por cuánto tiempo más. Si no te aleja Raúl de mí, vos te vas a alejar solo a medida que avances en tu relación con la estirada.

—Yo nunca, y escuchame bien —la tomó suavemente por las mejillas—. Yo nunca me voy a alejar de vos, me van a tener que matar para alejarme de vos.

Alba abrió levemente la boca, sorprendida. Clavó sus metálicos iris en los ojos café de Paulo, recorrió su rostro con la mirada y vio la sonrisa sincera que le regalaba. Su respiración se aceleró cuando sintió deseos de acortar la distancia que los separaba, con ese beso que había imaginado en la soledad de su ducha. Apoyó sus manos sobre las de él, cerró sus ojos y se entregó a la voluntad de Paulo.

—Siempre voy a ser tu amigo, Abi. Amigos por siempre, ya te lo dije.

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