—Te agradezco, paso después. Hasta luego. —Érica salió del local sin esperar a recibir el saludo de Alba, quien se quedó perpleja mirando como cruzaba la calle.
—¿Y esta estirada? ¿Qué bicho le picó? —Guido se acercó riendo hasta Alba.
—No sé... Es del edificio de Paulo, es la que le tira onda.
—¡Ah, bueno! Arrancá por ahí entonces, claramente vino a verte. Sos la amiguita de Pau.
—¿Y eso que tiene que ver?
—Abi... Sos mujer... ¿En serio no te diste cuenta? —Guido contuvo una carcajada—. Claramente toda la comida le dio asco, vos porque no viste como frunció la nariz apenas entró. Es una chetita de Palermo que todavía no se dio cuenta de que esta en el corazón de Once.
—Pero yo no soy su competencia, Paulo es mi amigo... —Guido la interrumpió silenciosamente con la mirada que le echó—. No estarás insinuando que... No, no. Guido, nada que ver.
—Abi... —La tomó por los hombros—. Se nota de acá a la China que Paulo está interesado en vos.
—¿Qué? ¡No! ¿De dónde sacás eso?
—La manera en la que te mira, como te sonríe... Cris y yo nos dimos cuenta anoche, ¿y sabés qué? Me parece perfecto, Raúl no es para vos, si Paulo nos pide ayuda, cuenta con nosotros.
—Están todos locos —exclamó mientras se desenredaba de su agarre—. Vos, Cris, la estirada ésta que acaba de venir... Yo ya estoy con alguien, ¿qué tan difícil puede ser de entender?
—Es que no sos feliz, Abi... Ya basta de mentirte y de mentirnos a todos.
Alba se paralizó, sus ojos se cristalizaron pero no se permitió llorar. Guido permaneció firme en su posición, esperando una respuesta.
—¿Por qué decís eso? —balbuceó.
—Abi, yo te vi con los dos. Cuando estás con Raúl te ponés tensa, como si su presencia te molestara. En cambio, cuando te veo al lado de Paulo, veo esa misma chica alegre que se desvive por sus alumnos, la misma que me ofreció este trabajo desinteresadamente y sin tener experiencia en nada. Te brillan los ojos, sonreís más... Abi... Paulo te gusta, y no me lo vas a negar. No dejes que esa te lo saque, ¿sí? Abrí los ojos de una vez.
—Estás demente. Paulo es mi amigo, ¿cómo creés que puede gustarme en tan solo tres días?
—Siguiendo tu criterio, tampoco puede ser tu amigo en tres días. Abi, yo te quiero mucho. Sé que soy un pendejo y que todo lo que te diga te va a entrar por acá y te va a salir por acá. —Guido apoyó su dedo en los oídos de Alba, uno a la vez mientras hablaba—. Sólo espero que reflexiones, y que cuando lo hagas no sea demasiado tarde.
Alba se rindió, por más que Guido fuera mucho más joven que ella, sus palabras eran sabias y certeras. Lo abrazó mientras pensaba si realmente estaba inconscientemente interesada en Paulo, pero por más que lo intentaba no podía tener un pensamiento romántico con él. No lo veía caminando de su mano por la calle, ni tampoco sentía deseos de probar sus labios, o de refugiarse en un abrazo suyo. Aunque sí ya había comenzado a tomarle cariño, no imaginaba la vida a su lado.
El problema era que tampoco añoraba a Raúl, quien para ese momento no había vuelto de Bahía Blanca, ni tampoco se había comunicado con ella para saber si estaba bien, si necesitaba algo, o si podía atender el local en los dos turnos, como lo estaba haciendo en ese momento. Si para el día siguiente no llegaba, el local permanecería cerrado al mediodía, ella debía asistir a clases, y Guido solo no podía atender, puesto que Cristian también tenía su trabajo en el Mc Donald's. Ya les estaba costando atender el negocio esa mañana estando los dos solos, una sola persona no podría con todo, sin contar con que Guido apenas sabía prender una hornalla.
Fue en ese momento que entendió también por qué apenas habían tendido ventas. Paulo le había dicho que la comida no era apetecible en el turno del mediodía, y de seguro la gente se pensaba que estaba atendiendo Raúl. En vistas de que no vendría mucha más clientela, a la una cerraron el local y se fueron a disfrutar de su domingo, para volver a abrir alrededor de las siete de la tarde.
—Abi... Si te molestó algo de todo lo que te dije hace un rato... —indagó Guido en la vereda, luego de colocar el último candado a la persiana.
—Para nada, no te voy a negar que sí me incomodó un poco. No sabía que era un libro abierto con patas —sonrió mirando el suelo—. Pero me gusta que te preocupes por mí. Y sí, soy feliz, a mi manera, pero lo soy.
—Llamalo como quieras, Abi. Pero a mí ya no me engañás más. —Guido volvió a tomarla por los hombros, pero en vez de seguir reganándola le dejó un beso en la mejilla—. Cuando quieras hablar me decís, te veo a la noche.
Y se alejó, dejándola sola con una ensalada de pensamientos en la cabeza, y una sensación agridulce de domingo. Sacó su celular del bolsillo y entró al chat de Raúl, estaba en línea. Iba a escribirle para preguntarle cuánto tiempo más estaría fuera de la ciudad, pero se arrepintió. Las palabras de Guido aún retumbaban en su cabeza. Frustrada, guardó el celular, y cuando estaba a punto de volver a su casa, su mirada cayó en el edificio de Paulo. Cruzó como autómata por el medio de la calle, aprovechando el poco tránsito y el semáforo en rojo. Se sorprendió tocando timbre en la portería, un minuto después de no obtener respuesta, había bajado el escalón del edificio dispuesta a marcharse, cuando escuchó la voz de Paulo en el portero eléctrico.
—¿Sí? ¿Quién es?
—Soy Abi —respondió nerviosa y volviendo sobre sus pasos, dándose cuenta de lo que había hecho.
—Bajo.
Las ideas en la cabeza de Alba ya eran un disturbio con represión policial. ¿Por qué había llamado a su departamento? ¿Estaba buscando a su nuevo amigo? ¿O estaba buscando llamar su atención para que se olvide de Érica? Quizás estaba buscando respuestas a los interrogantes que Guido había sembrado momentos atrás, sea lo que sea, necesitaba hablar con alguien.
—Abi... Qué sorpresa —esbozó al abrir la puerta y saludarla con un beso en la mejilla.
—Hola, ¿te molesto?
—Para nada, recién me levanto. ¿Pasó algo? —Alba enmudeció, y nuevamente sintió ese picor en los ojos que amenazaban lágrimas—. Abi... ¿Qué pasa? No te veo bien.
—Sí... No... Es que... —titubeó.
—Abi... ¿Vas a llorar?
La pregunta de Paulo fue el desencadenante de las lágrimas contenidas de Alba, quien comenzó a sollozar mientras se cubría la cara con ambas manos. Y Paulo reaccionó de inmediato, la abrazó contra su pecho mientras apoyaba su mentón en la cabeza de ella.
Definitivamente, Alba ya se había instalado muy dentro de sí, porque le dolía verla llorar, y estaba dispuesto a hacer lo que sea para apaciguar su pena.
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Onírico
Romance¿Por cuánto tiempo un hombre es capaz de soportar una amistad? Paulo estaba solo por elección. Alba en compañía por costumbre. Un sueño. Una amistad de años. Un amor que nunca saldrá del mundo onírico. ⋙════ ⋆★⋆ ════ ⋘ Primer libro de la Serie Frien...