Capítulo IX

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Capítulo 9

Maite reviso la pieza que había conseguido pintar. Llevaba unos días de abandonar el carboncillo y dedicándose sólo a la pintura. La observó de principio a fin, delineando con sus ojos el contorno de la figura femenina. Sonrió satisfecha al contemplar la mirada soñadora de Camino perdida en un punto lejano al que quién observaba no podía vislumbrar. Daban ganas de saber que era lo que veía o qué era lo que pensaba para tener ese brillo en sus facciones. Camino Pasamar era su protegida, su discípula, si se quiere su aprendiz. Y también era quién le causaba ahora deseos de pintar, de dibujar, de volver a ser Maite. Camino tenía un brillo especial que podía mover montañas en una artista que carecía del encanto por si sola como se sentía ella.

-¿Qué le parece? – le preguntó Camino a su mentora a mitad de la tarde de ese mismo día.

Maite se posicionó delante de la pintura observando sin hablar durante unos instantes – has entendido perfectamente lo que quería – le comentó mirándola de reojo – el nivel de detalle en las pinceladas me dice mucho sobre todo lo que has invertido de ti en esta composición.

Un frondoso bosque en tonos verdes se alzaba de a momentos distorsionado frente a sus ojos, un pequeño riachuelo corría por entre las raíces subiendo de manera errática. El nivel de detalle era extremo y Maite se quedó un momento deleitándose con los tonos verdosos y amarillentos que le daban un aura natural a la pintura. Luego disfrutó en como Camino supo jugar con las sombras de manera tal que a medida que el bosque se volvía más profundo, también crecía su oscuridad. Sus ojos se abrieron de golpe al notar un detalle.

Se inclinó hacia adelante y se quedó un momento con los ojos muy abiertos – hay una persona – señaló un pequeño rincón – allí.

Escondida por los tonos que lo bañaban todo, entre las sombras del bosque había una figura. Maite acercó la pintura a la luz.

-No pensé que lo fuera a notar a la primera – confesó Camino.

Maite sentía una inmensa intriga por entender mejor lo que veía. Un figura perdida entre los árboles, las curvas de una mujer, el cabello que apenas se podía notar entre la oscuridad. Los ojos, la mujer miraba a Maite asomándose detrás de una gran haya y ella reconocería esos ojos dónde fuera que estuviesen.

-Eres tú – dijo.

Camino sonrió tímidamente – sí.

-¿Por qué has decidido incluirte en el paisaje que estabas construyendo? – la curiosidad no tenía malicia en absoluto, era genuina.

-Estaba pintando este bosque y vi cómo se hundía en la oscuridad – la muchacha se cuadró de hombros – me sentí identificada con la idea, todos somos bosques de alguna manera.

-Dime más – le pidió la profesora.

-Hay una parte que está expuesta al mundo, que mostramos o que queremos mostrar aunque no siempre lo consigamos – la joven Pasamar se dejó llevar por el pedido de su mentora -, pero otra parte la escondemos del mundo por propia voluntad o porque lo que se ve a primera vista lo tapa, obstaculiza la visión – reveló – esa parte permanece en las sombras esperando.

-¿Esperando qué? – quiso saber Maite.

Camino la miró profundamente – a la persona que no le tema a nuestras sombras y pueda ver más allá.

Maite se sintió más atraída que nunca a su alumna tanto como a esa composición que no sólo tenía una calidad exquisita sino que además escondía un secreto, un secreto que para muchos que no tenían la capacidad de hablar con la autora sería una fuente de teorías de lo más variopintas. Ella podía percibir la sorpresa de quién se convirtiera en su poseedor al descubrir a aquella joven mujer entre las sombras. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué miraba de esa manera al espectador? Un misterio que ella ahora podía responder, esperaba. Esperaba a por alguien que quisiera descubrirla por completo. Encontrarla de verdad en ese bosque lleno de matices que era una representación de su esencia.

Camino a la Pasión [MAITINO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora