Capítulo XVI

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Capítulo 16

Y aunque Julio lo intentó, pocas cosas pasaban desapercibidas en el radar de la matriarca Pasamar. Mucho menos su hija llegando borracha un miércoles cualquiera. A Felicia le faltó poco para tener un síncope al verla entrar en un estado tan deplorable. Le dio un sermón que Camino no recordaría en absoluto al día siguiente, pero su compañero de clases sí. Él fue quién se llevó la peor parte teniendo que escuchar la perorata de adjetivos poco agraciados que les arrojó la madre de su compañera a toda la generación de pintores a la que pertenecían. Con toda la paciencia que pudo intentó explicarle a la mujer que sólo era una travesura fruto de un momento, no un hábito. Emilio llegó al socorro de ambas partes, llevando a su hermana a su habitación y volviendo para rescatar a Julio de las garras de su madre. Le agradeció su buena predisposición y le pidió que se retirara antes de que comenzara la segunda vuelta.

-Esa jovencita me va a escuchar – dijo Felicia entrando al cuarto de Camino cuando ya se había marchado el otro joven.

-Mamá, ¿qué no ves que está totalmente ida? Deja el sermón para cuando lo pueda escuchar – le pidió Emilio y su madre se marchó en pleno rezongo a otra parte de la casa mientras el joven fue quitándole las botas a su hermana y la chaqueta, ayudándola a entrar en la cama – vamos, Camino, colabora – le pidió al levantar las sabanas.

Su hermana apenas respondió metiéndose en la cama con un ligero suspiro. Emilio la arropó y la observó, tenía un pelín del maquillaje corrido, era una sombra casi invisible.

-Has llorado – le dijo, pero no recibió mayor respuesta que el respirar sosegado de la chica - ¿Qué te ha pasado? ¿Alguien te ha hecho sufrir? – le acomodó el cabello y le dio un beso en la mejilla – descansa, tendré que esperar hasta mañana para saberlo.

Se marchó apagando la luz y dejando que Camino durmiera la borrachera, esperando a ver si el malestar de su madre se calmaba también con la noche de sueño. Al día siguiente comprobó dos cosas en poco tiempo: Camino estaba recuperada, pero con una resaca del diablo y su madre seguía igual o peor que a la noche anterior, taladrando a su hermana pequeña con un millón de reproches.

-Se puede saber que pasa contigo, Camino – la mujer arremetió nada más verla – cómo es que se te ocurre beber hasta caerte muerta, tuvieron que traerte a casa, ¿acaso no te da vergüenza?

-Mamá, por favor – pidió la chica - ¿puedes no levantar la voz?

-Te aguantas, Camino – exclamó Felicia levantando la voz un poco más – te desconozco, ese grupillo al que has entrado es una mala influencia.

-Fui a beber porque quería, nadie me obligo – se defendió su hija y defendió a sus compañeros despacio.

-No te habías comportado así hasta empezar a rodearte de esa gentuza y de la tal Maite.

-Deja a Maite fuera de esto – la expresión de Camino cambió rotundamente – ella no estuvo en ese bar conmigo anoche – la joven reprimió un ahogo que le decía "sí que estuvo allí" porque sabía muy bien que habitaba sus pensamientos de manera continua y que, de alguna forma, nunca la abandonaba. Era como una sombra.

-Estuviera o no, te ofreciera de beber o no, ella es la que causa de que tu carácter vaya a peor, desde que ha aparecido no dejas de dispersarte en tonterías y no has parado de jugar con tus lápices de colores en lugar de concentrarse en lo que realmente importa – Felicia fue a por todas después de semanas reprimiéndose de decirle a su hija lo que pensaba en realidad.

-¿Eso es lo que cree que hago? ¿Jugar? Nunca va a respetarme ni como artista ni como persona, ¿verdad? – Camino sentía que su cabeza iba a explotar literalmente. Quizás por el alcohol, quizás porque esas palabras que se agolpaban en sus oídos, venidas de la mujer que le dio la vida, eran como un corrosivo destruyendo su autocontrol.

Camino a la Pasión [MAITINO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora