Bastión de Tormentas
El desenlace de Stannis Baratheon era tan amargo como la carne de ternero que Ravenna masticaba en la soledad de su mesa. Sus ojos verdes eran una viva imagen del fuego valyrio, bebía de la copa que la sirvienta rellenaba a cada cinco minutos. De vez en cuando miraba a sus extremos para descubrir la hilera de sillas vacías en la larga mesa. Los únicos ruidos en la sala era su respiración y el metal de sus cubiertos chocando entre sí.
Cuando se cansó de ver la soledad, soltó los cubiertos y suspiró.— Las mujeres deben cuidar el hogar mientras los hombres van a la guerra. —murmuró recargándose sobre el respaldo de la incomoda silla.
La joven sirvienta que se situaba a su lado solo asintió dándole la razón, siempre era lo mismo, incluso si no la tenía. Algunos lo llamaban respeto, pero ella le gustaba decir "poder". El poder era la razón por la cual era Ravenna quien hablaba y la niña quien asentía.
— ¿Cuál es tu nombre? —giró la mitad de su cuerpo para ver con claridad el joven rostro de la niña.
— Rowena, mi señora. —respondió en un frágil susurro que de no ser por el sepulcral silencio, Ravenna no la hubiese escuchado.
— ¡Vaya! Casi tan parecido a Ravenna. —rió con sorna—. Más vino, Rowena. —golpeó la copa con el anillo de metal que ella misma había pedido a los herreros. Era tan filoso que cortaba con solo rodarlo, brillaba en la tenue noche de aquel día—. ¿De dónde eres?
— De Riverlands, mi señora.
— oh, si. Es un lugar hermoso, fui una vez ahí con mi madre. —la joven captó la tristeza en su voz—. Ya casi ni lo recuerdo, tenía ocho años.
— Lo lamentó, mi señora. —se disculpó de inmediato, casi temiendo que ella fuera a gritarle.
Ravenna se volvió a girar para mirarla de nuevo. Permanecía de pie junto a la chimenea, tenía las mejillas rojas por el calor, el cabello trenzado y unido en una corona sobre su cabeza, temblaba mirando fijamente sus zapatos.
— Tenía quince años cuando me comportaba de la misma manera que tú. —empujó la silla hacia atrás y se levantó para quedar frente a ella—. Obviamente me paraba más derecha. Debía hacerlo si no quería que mi padre me regañara. Y temblé igual que tú cuando tuve al rey loco frente a mi, con sus uñas largas y afiladas, el aliento agrío, el cabello largo y enredado y una voz salida de mis peores pesadillas. —deslizó su anillo por la mejilla de la joven, tan suave para cuidar que fuera a hacerle daño—. Pero yo no soy el rey loco, ¿por qué tiemblas de esa manera?
— Mi señora, yo...yo...—balbuceaba aferrando sus manos a la jarra de vino que sostenía y guardaba distancia entre ellas.
— Prepara la tina, quiero bañarme. —Su deseo sexual se apagó tan rápido se encendió. Bajó de golpe su mano y dio la vuelta, alejándose a grandes pasos. Le desesperaba no tener ni una sola señal de sus hijos.
Una vez que se halló en su cuarto, deslizó el vestido por su cuerpo y entró en la bañera. El agua era tibia, se recostó y la misma joven que la atendió en la cena comenzó a lavar su corto cabello rubio.
— Mi padre solía decir que las mujeres eran como monedas, con ellas se compraba lo que no tenías, y que la suerte era para los padres, bendecidos con hijas hermosas o maldecidos con hijas feas. —jugó con el agua de la tina—. Decía que tenía mucha suerte conmigo. A diario recibía peticiones de matrimonio, pero nunca las respondía. Su preciada joya debía ser reina. Y cuando le pregunté por mi felicidad solo se rió. —levantó sus brazos para que la joven pasara la esponja—. Desde ahí supe que yo no quería ser una moneda de cambio. Yo era una leona, fuerte y astuta.
— Lo es mi señora. Muchos aquí le tienen respeto.
— No. —susurró tomando la mano de la sirvienta—. La única manera de ganarte el respeto es inspirando miedo y ellos aún no saben de lo que soy capaz.
El cuerno sonó indicando el regreso de Athos con sus hombres. Ravenna se puso de pie de inmediato y se colocó un camisón. Corrió por los pasillos presurosa, con el cabello húmedo y goteando, se aferraba a su única prenda y la tierra se le pegaba a los pies.
Miró a los ojos a su hijo, él tenía el rostro con polvo y sangre, estaba cansado, pero traía con él a Stannis. Él único sobreviviente de la guerra.— Llévalo abajo. —pronunció sin apartar sus ojos del hombre.
Ambos se quedaron solos en las penumbras del lugar. La rubia examinó a Stannis. Estaba más demacrado que antes.
— No te odio por haberme humillado, tampoco por intentar tomar este lugar. Nada de eso me importa. —estaba de pie en los escalones, lejos de él—. Mi hija murió por tu culpa. Cada noche sueño con ella. Quiero que pagues por eso, quiero que sepas que Athos no es tu sobrino, es un Targaryen, quiero que sepas que será el rey y tú no harás nada para evitarlo.
Ravenna lo miró quemarse, arder en las abrasadoras llamas que eran expulsadas desde la garganta del dragón. Sus ojos no podían alejarse de la escena, sentía satisfacción y en ese momento comprendió porque amaba tanto a los Targaryen.
Quería que todos sus enemigos murieran gritando, revolcándose de dolor por su carne quemada. Lo deseaba, lo ansiaba con todas sus fuerzas.
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THE GREAT GAME |GOT|
FanfictionCon la muerte de Robert Baratheon, el trono de hierro ha caído en manos de los Lannister. Cersei pone la corona sobre su cruel hijo bastardo iniciando una rebelión conocida como la guerra de los cinco reyes. Guerra en la que Ravenna trata de mantene...