Con la muerte de Robert Baratheon, el trono de hierro ha caído en manos de los Lannister. Cersei pone la corona sobre su cruel hijo bastardo iniciando una rebelión conocida como la guerra de los cinco reyes. Guerra en la que Ravenna trata de mantene...
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LA IDEA DE REUNIRSE LOS TRES ANTES DE LA BATALLA HABÍA SIDO TERRIBLE. ERA UN AMBIENTE PESADO, DE MALA VIBRA, PUES A PESAR DE QUE AEMON YA HABÍA PERDONADO A SU MADRE, EIRA SEGUÍA EN DESACUERDO.
Aemon rompió el silencio y comenzó a relatarles cómo fue decirle la verdad a Daenerys y como ella había entrado en negación que terminó en lágrimas ante las pruebas contundentes que aseguraban el legado de Athos.
— Debió ser duro para ella. —mencionó Eira—. Por lo que Bran me ha dicho atravesó mucho para llegar hasta aquí.
— Comienzo a creer que fue un error no traer a Craxos. —suspiró Aemon moviendo la pierna con impaciencia—. Pudo ser de gran ayuda.
— ¿Y quien lo montaría si tú piensas proteger las puertas de Invernalia? —recriminó Ravenna hacia su hijo por tan atrevida estrategia de su parte.
— Tú lo harías madre. —la miró—. Sería una gran experiencia ¿Alguna vez has montado uno?
— Solo a tu padre. —intentó bromear o quizás era consecuencia de tanto vino que había bebido, Aemon solo sonrió, pero a Eira no le hizo ni un poco de gracia.
— ¿Lo amaste? —apretó su mandíbula—. A mi padre, ¿lo amaste o solo lo usaste para proteger a tu hijo?
— Eira. —Athos siempre usaba ese tono de advertencia antes de que su hermana siguiera diciendo palabras hirientes.
— Lo amé. —asintió jugando con su anillo, obsequio de Ayrmidon que nunca se había quitado—. No como el quería, pero lo hice. ¿Por qué crees que odié tanto a mi padre?
Eira resopló. El día que se enteró de la muerte de su padre había prometido que buscaría al culpable y lo mataría con sus propias manos. El maldito pagaría por arrebatarle a la persona que más amaba, quien confiaba en ella. Ese suceso había marcado su vida y elegido su futuro. Fue su abuelo quien dio la orden, pero él ya estaba muerto, al igual que la mayoría.
Dejó el vaso sobre la mesa y abandonó la habitación dando un portazo. No quería saber nada más del pasado y del amorío de su madre con el príncipe dragón; su amor verdadero y el fantasma que viviría por siempre en la leona.
— Debemos hablar. —Eira entró de prisa en el cuarto de Bran. El joven estaba en su cama, esperando a que alguien fuera por él y lo llevara al árbol de los dioses.
— Creí que te habías arrepentido de estar conmigo esperando al rey de la noche. —la interrumpió cambiando de tema—. ¿Podrías ayudarme?
— ¿Y tú podrías callarte por al menos un maldito momento? —alzó la voz, harta, frustrada y soltando toda la ira que tenía contenida—. Ya veo porque Meera nos abandonó una vez que llegamos.
— Meera se fue porque yo sé lo pedí. No veo que tiene...—guardo silencio ante la mirada amenazante de la joven, la dama salvaje.
— Quizás muera esta noche. Quizás tú mueras esta noche. Quizás todos lo hagamos o quizás ganemos. —inició bajando su tono de voz y acercándose a él a pasos lentos—. He enfrentado todos mis miedos y olvidé lo que era tener una familia. Y fui tan frágil, tan solo por un momento bajé la guardia y esa fue mi perdición. —tomó aire antes de confesar su amor—. Estoy enamorada de ti, o eso quiero creer. No sé lo que es el amor, pero vi como mi padre miraba a mi madre y sé que eso siento por ti.
— No puedo hacer nada por tus sentimientos. —mencionó acabando con las ilusiones de la joven y vio la decepción en sus ojos—. Pero eso no significa que no sienta lo mismo por ti.
Eira levantó la mirada con esperanza. Tenía los ojos llorosos, sonrió a medias. Era hermosa cuando sonreía y Bran se deleitó con esa sonrisa. Cuando era niño su padre le había dicho que se casaría con una joven doncella y juntos vivirían en el norte, pero sus sueños se vieron truncados cuando cayó por esa torre y quedó sin la posibilidad de volver a caminar, poco después superó la tristeza de no volver a escalar, montar o correr detrás de Verano. Descubrió su misión y jamás volvió a sentirse triste por no poder caminar, excepto cuando por las noches no podía dormir y veía el rostro de Eira, tenía una piel extremadamente blanca y unos ojos más azules que el mismo cielo. Deseaba con todas sus fuerzas levantarse, abrazarla y tomarla en ese mismos instante. Era el último hijo de Lord Stark, el castillo era suyo y podría compartirlo con ella...pero aquello solo era una ilusión que ni en sueños estaría en sus visiones.
Eira pestañeó tragando el pesado nudo en su garganta. Con sus temblorosos dedos desató la parte de arriba de su chaleco de cuero, quedó solo en una delgada camisa de lino que de inmediato fue removida. Desató sus pantalones y la prenda resbaló por sus piernas hasta que cayó. Se encontraba desnuda frente a él.
Sus manos viajaron hacia la ropa de él, Bran no puso oposición ni dijo nada, solo dejo que ella tomara las riendas de la situación.
— No lo haremos, si no quieres. —titubeó él con nerviosismo. No tenía idea si funcionaría.
— ¿Y usted quiere, mi lord? —se burló subiéndose en la cama y sentándose sobre el. Ante aquel íntimo roce algo despertó en sus cuerpos. Ambos miraron hacia abajo. Él no respondió y su silencio fue tomado como un sí. Bran sólo miraba las acciones de Eira y de vez en cuando sus pechos, con timidez colocó sus manos sobre ellos y comenzó a acariciarlos. Ella se inclinó y lo besó, era la primera vez que se besaban.
Se estremecieron al sentir la calidad del acto y jadearon. Sus labios se movían sin experiencia. Ella se separó y con su mano quitó el cabello que cubría la frente del norteño. Dejó su cuerpo caer y sintió como el miembro se Bran de introducía lentamente en ella. Subió sus caderas y las dejó caer de nuevo, él se aferraba de las caderas de la joven ayudándola a subir y bajar.
Quizás morirían aquella noche o quizás vivirían y podrían estar juntos hasta que las muerte irrumpiera en su felicidad.