ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ ᴛʜɪʀᴛʏ ɴɪɴᴇ

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El Norte

LA OSCURIDAD DE LAS CRIPTAS IMPEDÍA A RAVENNA VER CON CLARIDAD, Y AQUELLO SÓLO TERMINÓ POR EMPEORAR LA SITUACIÓN EN LA QUE SE ENCONTRABA

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LA OSCURIDAD DE LAS CRIPTAS IMPEDÍA A RAVENNA VER CON CLARIDAD, Y AQUELLO SÓLO TERMINÓ POR EMPEORAR LA SITUACIÓN EN LA QUE SE ENCONTRABA.
Suspiró una vez más. Giró su rostro cuando escuchó los pasos y descubrió a su hijo bajando los escalones.
Jon, quien se encontraba más allá, pudo oír el pequeño ruido creado por los Lannister. Los miró con el ceño fruncido, le dio una última mirada a la cripta de su padre y se encaminó hacia ellos.

Ravenna tembló aún más cuando tuvo a su hijo frente a ella, con ojos llenos de intriga que exigía una explicación. Miró hacia atrás y vio todas las estatuas de las que se hallaba rodeada, algunos muertos por su culpa. Su estómago se revolvió y sintió ganas de vomitar, de pronto se mareó y tenía calor.

— ¿Podríamos hablar en otro lugar? —murmuró comenzando a subir las escaleras para salir de esas lúgubres paredes.

— ¿Qué está pasando? —escuchó que Jon le preguntaba a Athos, de reojo, por encima de su hombro, vio como el rubio negaba sin dar créditos de la actitud de su madre. El pelinegro le deseó suerte y partió hacia otro lugar perdiéndose en la noche.

En cambio Athos siguió a su madre hasta llegar al árbol de los dioses. Allí reinaba el silencio y caía nieve helando el sitio. Ravenna alzó la mirada y sintió nervios. No sabía cómo iniciar a contar la ansiada verdad.

— ¿Ya conoces la historia del sol de oro? —preguntó torpemente, a lo que él negó, asintió confundido y luego volvió a negar—. Bien iniciaré por ahí.

Buscó un lugar para sentarse, y cuando lo halló en la pequeña roca, señaló las raíces del árbol para Athos tomara asiento.

— Tenía trece cuando mi madre murió, mis hermanos apenas eran unos niños, Tyrion un bebé. Mi padre era la mano del rey y debía dejar Casterly Rock para regresar a Desembarco del rey.

[...] Yo era bastante inocente, las personas solían decir que era todo lo opuesto a los Lannister. Cuando llegué a la capital mi padre nos llevó ante la familia real, estaba tan fascinada con los cráneos de dragón que adornaban el salón, que no presté atención a lo que el rey dijo, hasta que presentó al príncipe. Creí que era el joven más apuesto que mis ojos habían visto y caí rendida a sus pies como las demás doncellas, pero a diferencia de las otras, él me correspondió. Comenzamos a pasar tiempo juntos, leíamos, él tocaba su arpa para mi, me llevaba al pueblo y dejaba que usara su espada. Me escribió poemas, canciones y me llamó sol de oro. Estábamos tan enamorados que imaginamos una vida juntos, rodeados de preciosos hijos con cabello plateado y ojos verdes. Fuimos unos tontos ingenuos. El rey me odiaba por ser una Lannister y decidió casar a su hijo con Elia Martell. Aún recuerdo cuánto lloré por la noticia. Me sumí en una eterna agonía de la que nunca pude salir. Mi padre buscó un nuevo prometido para mi. Ayrmidon Baratheon se convirtió en mi esposo y parecía que ese sería el final de la historia.

Ravenna sonrió con tristeza y pausó antes de seguir narrando la historia llena de desgracias y guerras.

— Rhaegar no se rindió y un día después de mi boda, en el torneo de Harrenhal, me ofreció tener una aventura. Yo lo amaba y accedí sin darme cuenta de las consecuencias que traería. Todas las noches me escabullía para reunirme con el príncipe y consumar nuestro amor. Aquello, lejos de darme satisfacción me hizo sentir culpable por traicionar los sentimientos de mi esposo. Pronto llegaron las peleas, las ideas descabelladas y la moneda que depara el destino de los Targaryen cayó sobre Rhaegar. Nunca voy a entender porque coronó a Lyanna Stark como reina del amor y la belleza. El lugar se sumió en un enorme silencio, todas las miradas estaban sobre mi, y como despecho grité a los cuatro vientos que estaba embarazada de Ayrmidon. Esa misma noche, Rhaegar se embriagó, me dijo cosas horribles y yo lo golpeé.

— Así que era verdad que engañaste a mi padre. —habló Athosn, desanimado y decepcionado.

— Deja que termine de hablar. Al final puedes gritarme todo lo que quieras.

[...] El último día del torneo le dije a Rhaegar que ya no podía seguir con aquello, que lo amaría toda mi vida, pero no era correcto lo que hacíamos. Él no lo aceptó. Lo último que recuerdo fue que intenté escapar, me golpeó y todo se volvió negro. Para cuando desperté me encontraba en una torre en Dorne. Yo estaba embarazada. Rhaegar anuló su matrimonio con Elia, el mío con Ayrmidon y nos casamos. Para ese momento mi percepción era distinta. Intenté escapar, pero no lo hice porque en el fondo deseaba estar ahí. Así que me quedé junto a Rhaegar y compartí sus últimos días a mi lado. Le rogué que no fuera al tridente, le pedí que dejara la estupida corona en paz, pero dijo que debía hacerlo por sus hijos. Días después de su partida, entré en labor de parto.

Ravenna levantó el rostro y miró a ambos. Sus rostros llenos de confusión y consternación.

— Ned Stark llegó a la torre con varios hombres mostrando apoyo a su amigo y a la casa Baratheon. Peleó contra ser Arthur Dayne mientras Ayrmidon escalaba la torre en mi búsqueda. —limpió sus lágrimas y levantó el rostro enfrentando las mirada de su hijo—. Tu nombre no es Athos Baratheon, tu verdadero nombre es Aemon Targaryen, fue así como tu padre, el príncipe Rhaegar, y yo acordamos llamarte.

Pudo ver el asombro, la ira, el miedo y las lágrimas a través de los ojos del joven. Tenía miedo de seguir hablando, pero debía revelar toda la verdad. Sin embargo, no pudo continuar. Athos dio la vuelta y la dejó en medio del bosque oscuro, con las palabras en la boca y el corazón desecho.

Jon miraba al suelo, la nieve en sus botas y el frío calando en sus huesos. Las lágrimas se asomaban en las esquinas de sus ojos. Ravenna no supo si fue el dolor de ver a su hijo odiarla, o el recuerdo de haber sostenido a Jon en sus brazos cuando nació, pero se acercó al joven y lo abrazó.

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