Con la muerte de Robert Baratheon, el trono de hierro ha caído en manos de los Lannister. Cersei pone la corona sobre su cruel hijo bastardo iniciando una rebelión conocida como la guerra de los cinco reyes. Guerra en la que Ravenna trata de mantene...
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AQUEL DÍA SE SENTÍA UNA VIBRA PESADA, TODOS MANTENÍAN EN SUS ROSTROS UNA EXPRESIÓN LLENA DE MIEDO, LAS PERSONAS IBAN Y VENÍAN CON ARMAS EN SUS TEMBLOROSAS MANOS INCAPACES DE TERMINAR DE ASIMILAR LA SITUACIÓN.
Los mechones cortos y rubios se asomaron en la entrada de la habitación. Ravenna sonrió al dar con la joven Stark y se adentró. La había visto muy cerca de su hijo, sonriéndole y mirándole con esa mirada de amor que ella misma había puesto al conocer a Rhaegar. La visita al norte los hizo cercanos, Athos también parecía cómodo con la compañía de la joven loba.
— Tú debes ser Sansa Stark. —mencionó Ravenna acercándose a la joven pelirroja que miraba por la ventana—. Magníficos, ¿no lo crees?
Los dragones se alzaban en vuelo sacudiendo sus enormes alas después de haber dejado a Daenerys y Aemon en piso firme.
— Lo son. —susurró mirando fijamente a la mujer que sostenía una copa de vino casi a la mitad.
— Casa Stark, casa Stark. —canturreó casi con burla—. Si, ya te recuerdo. Ibas a casarte con el bárbaro de Joffrey, pero el compromiso fue anulado cuando prefirió a Lady Margery. Luego creíste que serías libre de los leones hasta que mi padre decidió casarte con Tyrion. ¡Vaya! Ya tenemos algo en común. —alzó su copa y bebió de un trago el resto del vino.
Sonrió con descaro y se acercó a la jarra para servirse más vino bajo la atenta y confundida mirada de Sansa.
— Parecéis bastante sorprendida, cariño. —sonrió—. Relájate, ¿acaso te asombra saber que no amaba del todo a Ayrmidon? Pero, ¡vamos! Si eso no era un secreto. Todos sabían que yo estaba completamente enamorada del apuesto príncipe Rhaegar. —nuevamente bebió de la copa hasta acabársela, una gota escurrió por su barbilla y fue limpiada con brusquedad—. Pero el rey me odiaba por ser Lannister, aunque a decir verdad todos me odian por eso. De todas maneras, aún cuando Rhaegar se casó con Elia yo sabía que él me amaba con la misma intensidad. Fue una estupidez que nombrará a tu tía la reina del amor y la belleza en ese torneo.
Sansa frunció el ceño al escuchar el nombre de su tía. Era común que ese nombre solo fuera mencionado cuando se hablaba del Sol de oro y el príncipe dragón, aunque solo para alimentar falsos chismes.
— La preciosa Lyanna Stark, una perfecta belleza norteña con el espíritu de un salvaje. —contó notando la incomodidad de la pelirroja.— Apuesto a que vuestro padre jamás les contó de ella.
— Nunca lo hizo. —afirmó Sansa—. Y no veo porqué tendría que hacerlo.
— Cierto, murió muy joven y a causa de una enfermedad incurable.
— Eso dicen.
— Mi hermano dice que me estoy convirtiendo en la viva imagen de Cersei. —señaló la copa de vino—. Dicen que cada vez soy más despiadada y alcoholica. La verdad es que si todos iban a odiarme por solo ser Lannister, pues entonces tendrían que odiarme con justa razón. —se aproximó hasta quedar demasiado cerca de Sansa—. No tienes idea de cuánto disfrute ver a Stannis arder en fuego, obviamente los gritos no fueron de lo más placentero, pero la vista sí que fue un espectáculo, no se compara con nada.
— ¿Eso es una amenaza? —la voz de Sansa fue neutra, al igual que su semblante, pero Ravenna pudo percibir el miedo a través de sus ojos.
— Apuesto a que Catelyn te dijo que merecías lo mejor, lo más bonito, porque eras una dama de alta cuna besada por el fuego y todo debía estar a tus pies. —tomó uno de los mechones rojos de la joven y lo jugó entre sus dedos—. Seguro que cuando saliste al mundo exterior te llevaste un duro golpe al ver que no era lo que esperabas. Fuiste muy valiente al soportarlo todo y juro que admiro esa parte tuya porque aquí sigues de pie y ellos no, pero cariño, espero hayas aprendido la lección de no desear algo que está fuera de tu alcance. Él no es para ti, yo sé lo que te digo. A los Lannister y a los Stark nunca les ha ido bien estar juntos, son totalmente opuestos.
— No debería decidir por él. —Sansa se armó de valor y dejó salir las palabras. Había observado de cerca al joven, había hablado con él y él la había hecho reír. Se había prometido no ilusionarse de nuevo, pero él era distinto a los hombres de su vida.
Ravenna rió soltando el mechón pelirrojo y apartándose. Su semblante se endureció y apretó la copa con tanta fuerza que Sansa temió a que fuera a romperla o hacerle daño.
— No decido por él, dulzura, solo veo lo que él quiere y él quiere algo diferente al rojo. —sujetó el mentón de Sansa y la obligó a observar por la ventana hacia el patio, allí se encontraba Athos sonriéndole a Daenerys—. Deberías decírselo a Jon. —le susurró en el oído antes de alejarse y abandonar la habitación.
Una vez abandonó la habitación, dejó caer su cabeza en la pared mientras maldecía. No tenía nada contra ella. Incluso hasta le agradaba, era hermosa, buena y parecía ser inteligente, pero Ravenna ansiaba la corona sobre Aemon y solo con Daenerys podría asegurarlo.
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— ¿Sabes por qué huelo tanto a rosas invernales? —recargó su cabeza sobre su mano izquierda. Miraba los anchos campos cubiertos de una gruesa capa de nieve.
Tyrion asintió, miraba de reojo a Jaime y éste negaba queriéndole decir que se mantuviera al margen de la situación. Sabía que su hermana estaba sentimental.
— Todas las noches, después de la muerte de Rhaegar, me preguntaba porque le había dado la corona de rosas invernales a esa tonta niña sin gracia. —mencionó con amargura—. Era pálida, como yo, pero ella no tenía chiste, su cabello negro opaco y cara redonda, carecía de gracia.
— Rhaegar no tenía ojos para otra que no fueras tú, solo lo hizo por cortesía o despecho.—intervino Jaime, molesto por la comparación que hacía su hermana con la chica muerta.
— Quizás eso fue suficiente para que Robert se enzañara con Rhaegar. Ayrmidon, él lo hubiera dejado así. Me amaba demasiado que prefería verme feliz aunque fuera con otro. En cambio Robert. —se rió con fuerza y dejó de mirar hacia la ventana—. Robert solo quería masacrar cráneos y coger con mujeres.
El salón quedó en un amargo silencio que llegó a ser tortuosa para Ravenna. Contarle la verdad a Aemon no había resultado como esperaba. Las pesadillas con Rhaegar volvían para atormentar sus noches y dejarla con los ojos abiertos escuchando el ruido fuera de las lúgubres paredes que parecían engullirla poco a poco.
— Lo cierto es que ya no veo el mundo y su funcionar como lo veía antes. Soy una imagen de miseria, de humanidad destruida, repulsiva a los ojos propios y lastimosa a los ajenos. —las palabras salieron de su boca asombrando a sus hermanos al escucharlas. De nuevo el lugar quedó en silencio y en la habitación solo se escuchaba el sonido de las llamas quemar la leña.
Había algo distinto en Ravenna, todos podían percibirlo. Quizás ella era la que estaba padeciendo la locura de los Targaryen.