ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ ᴛᴡᴇɴᴛʏ ᴏɴᴇ

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RESTAURAR EL TORREÓN FUE UNA DE LAS TAREAS MÁS COMPLICADAS A LAS QUE ATHOS SE HABÍA ENFRENTADO

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RESTAURAR EL TORREÓN FUE UNA DE LAS TAREAS MÁS COMPLICADAS A LAS QUE ATHOS SE HABÍA ENFRENTADO. Necesitaba abastecer de comida, armas y demás antes de que el invierno llegara, pues se había anunciado que sería de los más largos en la historia.

Uno de los guardias que cuidaban la puerta principal se acercó de prisa, estaba agitado y respiraba con dificultad. Athos y Arthur lo miraron impacientes por conocer lo que el hombre diría. Nerviosos porque Stannis se hubiera adelantado en su ataque al Torreón, como Bronson había predicho.

— Mi señor. —habló con dificultad—. Lady Durrandon exige verlo. Nosotros no sabíamos si debíamos dejarla entrar, pero Lady Ravenna accedió.

Athos no sabía que decir. Amaba a la joven con todo su corazón, y aunque no había tenido tiempo para hablar de ello, él jamás dejó en soñar con Morgana. Sus enigmáticos ojos azules estaban presentes en su memoria.

— ¿No ha dicho mi madre de qué hablarían? —titubeó, a lo que Arthur rió a carcajadas. Ravenna no era conocida por una mujer que diera explicaciones, y mucho menos a un sirviente. Solo actuaba, pocas veces pedía consejo, pero sabía hacer las cosas. Sin embargo, comprendía la actitud tan torpe de su hermano.

— Si así te pones de solo escuchar su nombre, no quiero saber cómo estarás al verla. —bromeó golpeándolo en las costillas a modo de broma.

— Está bien, Robbie. Gracias por avisar. —asintió hacia el hombre. Para cuando esté dio la vuelta, dispuesto a regresar a su guardia, fue detenido por la voz de Athos, quien lo llamaba—. La cubeta de carne cruda, ¿está lista?

— No lo sé mi señor, pero podría ir a revisar. —se ofreció, con miedo.

El rumor de que una bestia habitaba en las mazmorras del Torreón, se había propagado por todo Bastión de tormentas. Muchos aseguraban haber escuchado rugidos, y cuando acudían al lugar se podía percibir un aroma a carne putrefacta.
Otros aseguraban que Ravenna se había convertido en una bruja, loca de haber perdido a su hija. Decían que estaba cegada por su venganza y había creado a un monstruo para matar a los hombres, una bestia de las historias; un caminante blanco.

— Yo lo haré. Tú encargate de asegurar el Torreón con los demás. —intervino Arthur, viendo el ligero temblor del guardia. El joven estaba harto de escuchar los rumores que habían inventado, pero Athos se negaba a decir que tenía un dragón. Un dragón que crecía con rapidez y parecía aterrador, con grandes y filosos colmillos, ojos color sangre y escamas negras.

— Él vendrá por Athos, lo quiere matar

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— Él vendrá por Athos, lo quiere matar. Sabe que representa peligro para su reclamo al trono. —murmuró sin despegar su mirada del patio—. Es un Targaryen.

Ravenna quedó estupefacta. Ni siquiera pudo decir algo para negar la afirmación de la joven pelinegra. Se sentía mareada y temió que aquel rumor se esparciera por los siete reinos. Todos sus enemigos saldrían a la caza del dragón, hasta despedazarlo y asegurarse de que no sería rey.

— Soy una sacerdotisa roja. —confesó ante la rubia—. Melissandre, la mujer que acompaña a Stannis está confundida. No ve bien en las llamas porque el verdadero príncipe prometido es Athos.

— ¿Cómo lo sabes?

— Lo he visto. —susurró alejándose de la ventana—. Lo he visto levantar su espada cubierta por las llamas mientras lidera la batalla en la larga noche.

— ¿Y lo has visto con la corona? —se apresuró a preguntar Ravenna, mirándola con curiosidad.

Morgana negó, cerrando sus ojos, incapaz de querer recordar aquella borrosa visión de Athos. No soportaba verlo con otra, pero sabía que ese era su destino. Uno muy cruel para alguien tan bueno.

— No. —su respuesta fue simple. Sonó dura y confiada, tanto que Ravenna no quiso insistir.

— Puedes venir conmigo. —suspiró con cansancio-—. Mis hijos han insistido tanto en que debo quedarme en mi habitación, aguardando hasta que la guerra pase.

— Gracias mi señora, pero no pienso resguardarme. —su voz se volvió más baja—. Debo morir antes del amanecer.

— ¿Qué dices? —la leona se alteró. A su hijo le importaba la joven, lo podía ver en sus ojos, la amaba.

— Hay una vieja historia que cuenta como el Azor Ahai creó su espada para salvar al mundo. Dicen que durante treinta días y treinta noches, Azor Ahai trabajó en el templo sin descanso, forjando una espada en los fuegos sagrados. Calentaba, martilleaba, plegaba, calentaba, martilleaba, plegaba... y así hasta que tuvo la espada. Pero, cuando la metió en agua para templar el acero, saltó en pedazos.

Como era un héroe, no podía encogerse de hombros y marcharse, de modo que empezó de nuevo. La segunda vez tardó cincuenta días y cincuenta noches, y la espada parecía aún mejor que la primera. Azor Ahai capturó un león para templar la hoja clavándola en el corazón rojo de la fiera, pero una vez más el acero se quebró. Grande fue su pesar y mayor aún su pena, porque comprendió lo que debía hacer.

Cien días y cien noches trabajó en la tercera espada, y brillaba al rojo blanco en los fuegos sagrados cuando llamó a su esposa. "Nissa, Nissa, desnuda tu pecho y recuerda que te amo por encima de todo lo que hay en este mundo." Ella obedeció y Azor Ahai le clavó en el corazón palpitante la espada al rojo. Se dice que el grito de aflicción y éxtasis de Nissa Nissa abrió una grieta en la cara de la luna, pero su alma, su fuerza y su valor pasaron al acero. Tal es la historia de la forja de Portadora de Luz, la Espada Roja de los Héroes. «

— ¿Qué intentas...? —la miró, acercándose lentamente.

— Debe enterrar Tormenta Escarlata en mi corazón. Sé que si le cuento las profecías, todo lo que sé y veo en las llamas, no me creerá. Se rehusará a matarma. Es honorable y me ama. —respiró entrecortadamente—. Pero no se opondrá a terminar con mi agonía.

— Le romperás el corazón. —le recriminó, preocupada por su hijo y su estabilidad emocional.

— Vendrá otra más hermosa para repararlo. —jugó con el collar, rodando la piedra roja entre sus dedos—. Él la amará más que a mi.

Avanzó hacia la puerta y salió sin decir nada. Dejando a la rubia sin respuestas, confundida y abatida por lo que Morgana le había dicho. Se debatía entre decirle a su hijo o dejarla seguir con su plan.

Morgana miró la espada de Athos recargada en su cama, junto a sus botas. La tomó en sus manos, levantándola con dificultad debido a lo pesada. Cerró sus ojos y susurró las palabras en su idioma natal. Las llamas se alzaron por toda la espada, iluminando su cara y quemando sus dedos. La sostuvo con fuerza, admirando su belleza y creyendo en sus instintos.

 La sostuvo con fuerza, admirando su belleza y creyendo en sus instintos

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