ᴄʜᴀᴘᴛᴇʀ ᴛᴡᴇɴᴛʏ ғɪᴠᴇ

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       TODO ESTABA LISTO PARA LA BODA REAL, EL JARDIN ADORNADO, EL VESTIDO DE LA NOVIA ESPERANDO POR SER USADO Y LOS INVITADOS ANSIOSOS POR LA CELEBRACIÓN

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       TODO ESTABA LISTO PARA LA BODA REAL, EL JARDIN ADORNADO, EL VESTIDO DE LA NOVIA ESPERANDO POR SER USADO Y LOS INVITADOS ANSIOSOS POR LA CELEBRACIÓN.

Ravenna despertó aquella mañana recibiendo la invitación de su hermano Tyrion a desayunar, se había puesto su vestido azul y había dejado su corto cabello suelto.

— Jaime. —pronunció con sus ojos iluminados una vez que la puerta fue abierta.

De pie junto a la mesa se encontraba el león blanco, el caballero ahora Lord comandante de la guardó real, con el gesto de agobio por su mano perdida. Tyrion sonrió cuando vio a sus hermanos mirarse con ojos llorosos, vio como corrían a su encuentro, reconciliándose con un gran abrazo.

— Sigues igual de hermosa que hace diecisiete años. —halagó y con su mano izquierda tocó los mechones rubios—. Lo has cortado.

— Creí que no te vería de nuevo. He estado dos veces aquí. —dijo tocando la mejilla de su hermano—. Mi cuervo me dijo lo que te pasó.

Tomó entre sus manos la mano dorada de Jaime, suspiró y miró a ambos homnres Lannister. Tyrion tenía una enorme cicatriz en su rostro a causa de la batalla del aguasnegras.

— Se nota lo mucho que les he hecho falta. —bromeó abrazando a ambos.

— Lamento lo de tu hija. —susurró Jaime, a lo que Ravenna asintió levemente. Trataba de no pensar en ello por temor a derrumbarse—. ¿Dónde están mis otros sobrinos? No los conozco.

— Arthur es la viva imagen de su padre. —mencionó Tyrion—. Y Athos es igual a Ravenna.

— Hay muchos rumores sobre Athos. Escuché a los guardias hablar de como los hombres se rindieron ante él. Vuestro hijo inspira confianza.

— Podrás conocerlo después. —comentó antes de tomar asiento junto a la ventana, Podrick se había ofrecido a ayudarla, pero ella le sonrió y negó—. ¿Cómo pasó? —señaló con su dedo la mano dorada—. Escuché que fueron hombres de los Bolton.

— Sí. —siseó apretando la mandíbula.

— ¿Y Tywin no hizo nada? —alzó las cejas con impresión—. Creí que destruiría el mundo si alguien llegase a tocar a su amado león dorado.

— A él parece favorecerle. —intervino Tyrion, bebiendo del vino y masticando la carne de jabalí—. Deberían probarlo, a Cersei le encanta el jabalí desde que uno mató a su esposo.

El simple comentario hizo que Ravenna apartara la vista y se removiera incómoda en su lugar. Tenía cierta tristeza en sus ojos y el viejo recuerdo de Ayrmidon en su cabeza. Su amado venado al que habían asesinado y aún no encontraba al culpable.

— La ciudad luce más asquerosa que en años anteriores. Se nota la ausencia de un verdadero rey. Las personas están famélicas y con tantas guerras dudo que su lealtad permanezca a Joffrey. —cambió de tema—. Ni siquiera sé cómo puede ser rey. Es desagradable su falta de madurez, pero no podría esperar menos de él si Cersei es su madre.

— ¿Sigues resentida con Cersei? —Jaime preguntó a la misma vez que intentaba tomar la copa de vino. El líquido se esparció por la mesa y el buen moso intentó limpiar—. ¡No! Yo lo hago. —replicó Jaime, apresurado y molesto.

— Déjanos solos Podrick. —pidió Tyrion mirando al joven regordete, quien asintió y tras una reverencia hacia los Lannister, abandonó la habitación.

— Solo es vino. —repuso Ravenna observando la angustia en su hermano. Tomó su copa y la vació sobre la mesa—. Tenemos tanto dinero para gastar en el vino que queramos, da igual si se derrama.

— ¿Hace mucho que dejaste de pensar en las historias de héroes que recatan a las doncellas? —se mofó Tyrion, expectante de la actitud de su hermana.

— Aún creo en una historia de un héroe. —susurró con las vista en la ventana, desde su posición podía ver el frondoso árbol en dónde pasó varias tardes en compañía de su amado príncipe dragón—. Pero dudo que ustedes puedan entenderla.

— ¿Hay algo que ocultas? —Jaime enfocó sus ojos en la rubia. Era diferente a cómo la recordaba, sus facciones eran más duras, su cabello rubio había perdido el brillo, pero aún conservaba ese hermoso rostro parecido al de su madre, o al menos eso quería pensar.

— Solía decirle a Rhaegar que cada vez que pisaba la capital cosas malas sucedían. —sus labios se curvaron en una mueca—. Le prometía a Lord Eddard que trataría de ver por sus hijos. Su heredero está muerto, junto a sus otros dos hijos menores, una vagando en las ciudades libres y otra en las garras de Cersei.

— ¿Por qué te interesan tanto los Stark? No son más que bestias norteñas sin gracia. Han pasado la mayoría de su vida encerrados en opacas paredes, odiando a los demás y deseando el invierno. —Cersei apareció de la nada. Parecía disgustada por la reunión familiar a la que no fue invitada.

— No es algo que deba interesarte. —replicó aventando la servilleta a la mesa. La sola presencia de su hermana le hostigaba. Odiaba verla sonreír triunfante por ser llamada reina, por tener el privilegio de ver a su hijo reinar. Se jactaba de la desgracia de Ravenna.

— ¿Sigues molesta conmigo por la muerte de Ayrmidon?

— No son asuntos a discutir contigo. Aunque han pasado años sigo investigando sobre el responsable. —apretó la copa de cristal—. Voy a dar con quien lo hizo y pagará por ello.

— Estoy segura que así será.

— Olvidaba que disfrutas ver sufrir a los demás, querida hermana, incluso si son tu familia. —intervino Tyrion.

— Me gusta hacer excepciones. —lo miró con una sonrisa.

Ravenna se levantó a pesar de que Jaime le había sostenido la mano e implorado con la mirada que no lo hiciera, pero la mujer sólo anhelaba paz mental. Luchar contra Cersei era desgastante, sobre todo cuando ella no tenía la razón.

— Dulces, hermana, olvidé mencionarlo. —su voz la detuvo antes de que cerrar la puerta tras su salida—. Deberías pasearte por los jardines, las rosas rojas que solía darte tú amado dragón están floreciendo.

Tuvo intención de regresar y estampar su mano en la mejilla de Cersei, pero recapacitó y pensó en cuan cruel era para tratar de hacer sentir miserable a los demás. Al final de cuentas Cersei iba a quedarse totalmente sola, había una profecía que respaldaba ese deseo.

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