Capítulo 49. Después de él

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Casi seis meses después de que él se fuera, de que en nuestra relación se marcara un punto y final seguía agonizando su marcha.

Sí, me había hecho tanto daño que incluso creí que lograría sanar mis heridas y comenzar a odiar una parte de él, pero ni siquiera lo intenté, porque no podía.

Quizás debía huir de todo lo que me recordase a él, porque era casi todo lo que hacía que me lamentará por el fin de lo nuestro. Sé que si hubiéramos seguido la relación se hubiera convertido en algo tóxico, en algo que ninguno de los dos hubiéramos podido controlar, y nos haríamos aún más daño del que nos hicimos.

Nada era igual desde que él salió de mi vida. Nada volvió a ser lo mismo, todo era de un color diferente. Lo que antes era un arcoíris lleno de emociones, ahora se había convertido en un cielo gris, quizás hasta un negro tan oscuro como mis días.

Pasó Navidad y después un año nuevo. Intenté sonreír, intenté ser Bella, pero no podía evitar el dolor que tenía en mi interior. El agujero que había abierto yo misma, o quizás todo lo que me rodeaba, se hizo más grande, y dejo escapar todo. Lo bueno y lo malo. Ya no sentía.

No sé qué fue de Blake. Lo que sí sé es que el día de mi cumpleaños recibí un ramo de rosas rojas, con una nota anónima:

Se lo que quieras ser.

Para siempre, tu gran amor.

Guarde la nota y puse las flores en agua. No podía hacer nada más. Nada me hacía ilusión.

Aquel año lo único que pude hacer medianamente bien y no morir en el intento, fue estudiar. No salía de casa, a menos que fuera a la biblioteca o estrictamente necesario.

El día que terminé mi primer año de carrera recibí una nota, y los siguientes también.

La primera decía lo siguiente:

Solo vive y se feliz.
Lee de vez en cuando tus sueños y escríbelos.

Por siempre, tu gran amor.

Volví a guardar la nota, y volví a poner las rosas en agua. De esos ramos saque una flor y la seque, las conservaré hasta que sepa quién es él o ella, el o la poeta que me escribe y me manda rosas todos los años.

Maquille las palabras que yo había dicho aquella tarde y la hice suyas, para poder detestarlo aún más de lo que ya lo hacía. Para poder sacarlo de mi cabeza, porque odiando a las personas se olvidan más rápido, pero no fue así.

El siguiente año volví a recibir un ramo de rosas rojas y unas líneas escritas a mano:

Única e inigualable, como tus escritos.

Para siempre, tu gran amor.

No sabía quién era, ni tampoco por qué se molestaba en eviarme notas y flores, pero tampoco me importaba, nada lo hacía.

Había momentos en los que me quedaba tan petrificada que no me molestaban en horas. Me quedaba sentada en el sillón, mirando por la ventana, mientra las hojas caían, el suelo se llenaba de blanco, las flores florecían y el aire se convertía en una suave brisa marina. Todo aquello fue lo que me perdí cuando estaba encerrada en mis propios pensamientos.

𝚂𝙴𝙰𝙼𝙾𝚂  𝚂𝙸𝙽𝙲𝙴𝚁𝙾𝚂 •1• ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora