Epílogo Primero

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Mingyu se levantó de su asiento, tomando su chaqueta del respaldo de la silla, dispuesto a irse. A través de su ventana, pudo ver el atardecer que ya iba cayendo sobre la ciudad. Eso, unido a la sensación de vacío en su estómago, bastaba para indicarle que ya era hora de cenar. El cansancio del pesado día se refrescó enseguida cuando sintió el pequeño bulto de la caja en su bolsillo. Una suave sonrisa se dibujó en su rostro al constatar que aún seguía allí, como había hecho tantas veces en el día, temiendo que, por algún designio del destino, pudiera perder el valioso regalo.

Tomó el resto de sus cosas y se dirigió fuera de su oficina. Una inclinación de cabeza bastó para despedirse de quienes aún seguían allí. A pesar de que ya casi todos se habían ido, aún era temprano para él. Sin embargo, desde que se había convertido en un alfa enlazado, nadie cuestionaba sus horarios. Era fácil adivinar a dónde se dirigía por la sonrisa que estaba posada en su rostro, algo oculta por su severo rictus usual, pero aun notable.

Al llegar a su auto, revisó su celular. Su último mensaje había sido de Kumpimook, confirmando la hora de su reunión. De eso hacía ya unas cinco horas. Al no tener ninguna otra noticia suya, supuso que el zorro seguiría trabajando. A veces le daba la sensación de que Kumpimook trabajaba más que él, ambos terminando a la hora de cenar e incluso después. La diferencia radicaba en que Kumpimook siempre volvía con una enorme sonrisa. Siempre con un montón de cosas que contar. Mingyu amaba eso, sobre todo porque su rutina diaria podía llegar a ser aburrida. Siempre tenía que lucir serio e incluso amenazante. La tensión de ser el alfa de una manada nunca abandonaba sus hombros, excepto en esos momentos en los que su omega empezaba a hablar hasta por los codos, aunque estuviera cansado. Era la mejor parte del día, y ahora que Kumpimook vivía con él, podría vivir eso todos y cada uno de los días de su vida.

Le envió un nuevo mensaje, preguntando si le faltaba mucho para terminar. No esperó respuesta antes de poner su auto en marcha. Bambam le había pedido que ya no pusiera un chofer para él cuando no tenía trabajo con Jackson, sin embargo, eso no significaba que él mismo no lo pudiera ir a recoger.

No se tardó mucho en llegar, el poco tráfico estuvo a su favor. La noche ya había caído casi por completo y, en aquel día entre semana, la ciudad se sentía un poco más vacía. Se detuvo frente al atelier, sonriendo levemente al notar lo mucho que había cambiado aquel lugar en unas pocas semanas. Tenía todo el aspecto de una tienda de marca, aun si conservaba buena parte de su encanto artesanal. Al ser el punto donde todo había comenzado, la atención recibida por aquel lugar se había multiplicado exponencialmente. Las imágenes de Jackson por doquier, en su campaña exclusiva con aquella marca, era indicación de ello.

Al entrar al local, llamó la atención de algunos clientes y de los perezosos trabajadores que ya lucían demasiado deseosos de volver a casa. Algunos, obviamente, lo conocían y pudo notarlo en la tensión de sus cuerpos al enderezarse y darle la bienvenida. Solo preguntó por Kumpimook en la recepción y le indicaron que subiera, su zorro probablemente estaría en alguna de las oficinas.

Agradeció con un gesto de su cabeza y se dirigió hacia el segundo piso, con total comodidad. Una vez allí, pudo notar que también habían hecho cambios en esa parte de la tienda y tuvo que mirar dos veces hasta encontrar donde se suponía que estuvieran las oficinas. A medida que se adentraba en el pasillo, pudo distinguir el olor de Kumpimook entre los distintos aromas de híbridos dando vueltas alrededor. Lo encontró después de unos segundos. Su omega estaba en una oficina de las que estaban al fondo, su pequeña espalda encorvada frente a la pantalla de su ordenador mientras tecleaba algo casi con urgencia, mirando, atareado, hacia los papeles que tenía desplegados por todo el escritorio y de vuelta el monitor. Mingyu no pudo evitar sonreír levemente al verlo. Miró la hora en su reloj, notando que ya habían pasado unos minutos de la hora a la que habían acordado verse. Recostó su hombro al umbral de la puerta y se quedó en silencio, solo observándolo. No pasaron más de treinta segundos para que el zorro se detuviera de repente, alzando su cabeza, casi con curiosidad. Mingyu no necesitaba ver su rostro para saber que estaba olfateando el aire, tratando de discernir si realmente era el olor de su alfa el que flotaba en la habitación.

¡No se admiten mascotas! <JackBeom>✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora