Epílogo tercero

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Una pequeña nube de polvo se levantó sobre su escritorio al cerrar el enorme libro de páginas ajadas. Jaebum sopló con su nariz, apartando las motas de polvo que probablemente lo tendrían moqueando por un par de horas más a la vez que se levantaba. Tomó el vetusto libro para devolverlo al carrito donde otros libros, igual de antiguos y frágiles, permanecían a su alcance, esperando su momento de ser revisados por él.

El crujir de sus huesos al levantarse de la silla le anunció que ya llevaba demasiadas horas ahí sentado, su estómago también gruñó, disconforme, recordándole que saltarse el almuerzo no era una de las ideas más inteligentes que se le habían ocurrido. Miró la hora en su celular, faltaba poco para las cinco de la tarde. Usualmente salía alrededor de esa hora, pero tratándose de un viernes, prefería dejarlo todo listo para no tener que ir el sábado a trabajar, o, al menos, ir a hacer cosas muy breves.

Tomó su taza de encima de su escritorio y se dirigió al área de descanso por un poco de café. Por el camino se estiró un poco más, buscando darle algo de soltura a su cuerpo. El resto de las oficinas ya parecían estar vacías y el atardecer comenzaba a teñir de rosa las nubes a lo lejos. Todo visible a través de las enormes ventanas del museo que ahora se había vuelto su segunda casa. Estuvo unos minutos allí, revolviendo su café mientras miraba a través de la ventana. La idea que llevaba días rondándolo ocupó su mente durante esos minutos y le sirvió para olvidar momentáneamente las monarquías antiguas que habían ocupado todo su día.

Volvió a la oficina después de un rato, tomando asiento nuevamente en su pequeño escritorio para dedicarse a organizar la información que había reunido. Abrió su laptop y se inclinó para rebuscar el cable de su teléfono en una de las gavetas. Su cabello le cayó sobre la cara, desordenado, dificultándole un poco la tarea y de paso, recordándole que ya debía cortarlo. Papeles, material de oficina, un periódico viejo, el envoltorio de un KitKat y… voilá.

Se enderezó de nuevo, usando su mano libre para mover su cabello hacia atrás, sin embargo, se llevó un buen susto al notar que había alguien en la puerta, justo frente a él, observándolo.

—Maldita sea, Jackson —resopló, reconociendo al menor, quien lo observaba con diversión desde su lugar. Su hombro estaba recostado al marco de la puerta y había una sonrisa traviesa en su rostro.

—¿Qué pasa, hyung? —Se acercó a su escritorio— ¿Te dan miedo los perros?

Jaebum lo miró, levantando una de sus comisuras.

—Así de pequeños, no.

—Auch —Jackson fingió dolor antes de rodear el escritorio y rodear los hombros del mayor con sus brazos—. Tengo sentimientos, ¿sabes?

—Lo sé —murmuró Jaebum, girando la silla para poder ver de frente a Jackson. El menor llevaba la sudadera que le había regalado poco después de conocerlo. Encima de esta, un grueso abrigo y una bufanda, algo floja. Sabía que afuera de la calidez del edificio el invierno comenzaba a enfriar más de la cuenta y Jackson amaba usar abrigos y cosas suavecitas, así que no le extrañó verlo así, de hecho, le pareció tierno. Se veía pequeño entre tanta ropa, sobre todo porque debajo solo llevaba unos jeans ajustados que hacían lucir sus piernas como un par de palillos debajo del grueso abrigo—. ¿Por qué vienes? Pensé que querrías descansar, hace mucho que no tenías un día libre.

—Pues… —Jackson aprovechó para sentarse sobre su regazo, hundiendo su rostro en el hombro de su alfa y aspirando a todo pulmón su olor suave y lleno de calidez— me aburrí solo en casa. Ya no es divertido sin los demás. Mark también me abandonó para irse a ayudar a la madre de Youngjae.

Jaebum le quitó el abrigo, dejándolo sobre el escritorio antes de rodearlo con sus brazos para poder mecerse en la silla, besando su cuello con cariño.

¡No se admiten mascotas! <JackBeom>✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora