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Mark notó que ya eran las once de la mañana y Youngjae no había dado señales de vida.

Inevitablemente se preocupó un poco por él. No era usual que, mientras estuviera en casa, Youngjae simplemente se quedara encerrado en su habitación. Lo normal era que bajara a verlo y a charlar un rato. Ya se había acostumbrado a la atención del chico, a tenerlo rondando cuando estaba en casa. Por lo tanto pensó que, tal vez, el escepticismo de su madre era una exageración y que Youngjae realmente se sentía mal. Así que decidió comprarle el té de limón de siempre y llevárselo junto a algo ligero de comer.

Dejó la tienda cerrada, anunciando que había ido a almorzar y decidió subir a chequear a Youngjae después de comprar él té. Subió lentamente la escalera, siendo perfectamente consciente de que nunca había estado en esa parte de la casa. Arriba, todo parecía un hogar normal, había fotos en las paredes, adornos, y el piso estaba alfombrado de un color chocolate muy suave. No había nada relacionado con animales, ni se sentía ese olor característico que surgía con la mezcla de todas las mascotas que había abajo. Solo había dos habitaciones en el segundo piso, supuso que la de Youngjae sería la que estaba al fondo, pues en la puerta había un poster de algo que él no sabría adivinar qué rayos era, pero definitivamente no pensó que fuera lo que la madre del chico entendía por decoración. Se asomó allí, aprovechando que la puerta estaba entreabierta.

-¿Youngjae?- llamó, con voz suave. No querría despertarlo si estaba durmiendo. La habitación estaba en penumbras y Mark apenas distinguía algo entre las desordenadas sombras que su vista alcanzaba a percibir. Dejó la bandeja que traía sobre el escritorio, pasando primero una mano para asegurarse de que no hubiera nada allí. Solo había unos papeles que corrió con cuidado antes de colocar lo que traía.

Una vez que tuvo las manos desocupadas, caminó hasta la ventana, a través de cuya cortina cerrada se colaban unos finos haces de luz. La abrió con cuidado, levantando un poco de polvo en el acto, haciendo que su nariz se arrugara levemente.

-¿Hace cuántos milenios que este chico no limpia aquí?- susurró para sí mismo. Ahora con la luz del sol, la habitación era perfectamente visible. Y sí, había un buen desorden. Desde ropa hasta zapatos, pero sobre todo libros y papeles, acumulados por doquier, en pequeñas pilas en el suelo y sobre los tres libreros que ocupaban por completo una de las paredes de la habitación. Su vista se paseó hasta la cama, que, si bien también estaba hecha un guiñapo, lo más notorio era que no tenía a Youngjae encima dormitando su resfriado.

Mark constató que definitivamente la madre de Youngjae debía tener razón al dudar de la enfermedad de su hijo, pero se dedicó a preocuparse más por el paradero del menor.

Pensó en el baño, y decidió salir e ir a ver si lo encontraba, sin embargo, hubo algo que captó inevitablemente su atención, haciéndolo detenerse justo en el umbral de la puerta y volver sobre sus pasos.

Entre todo el desorden que Youngjae tenía en su escritorio, le llamó la atención una hoja llena de anotaciones que casi asemejaban garabatos, pero donde claramente se podía distinguir en bolígrafo azul, y con letras grandes, su nombre escrito en el centro junto a un signo de interrogación. Se acercó y tomó el papel. Notó así que, debajo de este, había varios más, también llenos de esos jeroglíficos que Youngjae tenía por letra, pero donde, con un poco de esfuerzo, se podía entender lo que decía.

No solo su nombre estaba, allí. También el de Jackson, el de Bambam y el de Yugyeom, como una especie de cuadro sinóptico donde había anotados ideas y comentarios. Pudo leer la palabra omega varias veces, también vio las leras griegas para alfa y omega regadas por el papel. Había además anotaciones sobre cosas como celos, enlaces, medicamentos. Todo indicaba que Youngjae había estado investigando respecto a ellos, y si su vista no lo engañaba, lo había descubierto todo.

¡No se admiten mascotas! <JackBeom>✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora