De camino a mi celda no conseguía pensar en algo específico, puros pensamientos lanzados al azar sobre la mesa en un pequeño cuarto dentro de mi cerebro.
La celda era algo espaciosa, dos literas, un sanitario y un hueco minúsculo que hacía de ventana en la esquina superior derecha. Desde que pisé éste lugar y me di cuenta de la gran posibilidad de tener compañía en este espacio empecé a rogarle a cualquier Dios existente que por favor, me ayudara.
A todo eso se le sumaba el hecho de que el futuro de mi integridad física y mental era incierto y mi miedo por la reacción de mi padre me hacía sudar en partes de mi cuerpo que no sabia que podían sudar.
A punto de rendirme ante esta situación, me senté en la parte de abajo de la litera y en menos de dos minutos un sonido de llaves hizo que todo mi cuerpo se estremeciera. Entraron dos personas.
Eran dos presos; quería morir.Ok, uno era bastante mayor, a primera vista parecía un señor de casi setenta años, calvo, de baja estatura y con una barba con inmunda apariencia. Su compañero era de unos cincuenta o cincuenta y cinco años, mucho más alto, cuerpo muy bien formado y definido para su edad. No tenía barba y destacaba una cabellera larga peinada hacia atrás. Apenas entraron, de inmediato notaron mi presencia.
El mayor se fue acercando lentamente a mi hasta llegar al punto de casi respirarme en la cara y recuerdo claramente cuando dijo:
—Ahi duerme Eugenio.
Mi mente dio setecientos giros, no entendía nada. Reaccioné y me levanté rápido, rozando la cama de arriba. Retrocedí hasta dar con el otro individuo.
—Tranquilo. Es inofensivo, o bueno... no del todo; si lo fuera no estariamos aqui. Mucho gusto, me llamo Juan. —dijo estirando su mano.
Cada palabra hacía que esta situación pareciera cada vez más surrealista. Me volteé y respondí casi temblando
—Mu...-mucho gusto, me llamo Martín.
—Verás, él es Eugenio. Apenas sabe hablar y probablemente tiene más de tres trastornos, no le des mucha atención.
Perfecto, estaba encerrado en una celda con un enfermo mental y un criminal que parecia cuerdo.
—¡Martin! —gritó un hombre fuera de la celda.
Era guillermo.
—Ven, sal. —dijo mientras abria la reja- Tu papá esta aqui
Ya no sabía si preferia morir por causas de mis "compañeros" de celda o que mi padre me apuñalara con un bolígrafo. Actué por inercia y salí. Guillermo me señaló la sala donde debía ir y caminé aún con mil cosas en la cabeza.
Al entrar lo vi, él no estaba molesto, lloraba y apenas me vio se levantó para abrazarme. Se disculpó una y otra vez conmigo haciéndome pensar que él era el que tenía la culpa por no prestarme la suficiente atención y no mantener una comunicación continua. Yo estaba perplejo, era una situación mas bizarra que la otra.
No podia responder nada, no sabía que decir. Estaba avergonzado de hacerle pensar a mi propio padre que él era el culpable de toda esta mierda que yo mismo causé. Le pedí por favor que se sentara y fui lo más directo posible:—Papá, sé que quizás por tu amor de padre incondicional no ves la mierda en la que estoy convertido por mis propias decisiones. Tú no tienes nada que ver con esto. Pero, escúchame, necesito pedirte dos cosas que son totalmente de corazón. Llama a guillermo o a quien sea de los guardias y confesaré o diré lo que tenga que decir, sin abogados ni mierdas, pero que sea lo antes posible, por favor. Y sea cual sea la consecuencia o el castigo que vaya a recibir, no te culpes de toda esta basura, estoy enfermo papá, no pienso las cosas, soy un estúpido egoísta.
Me quebré, no pude seguir hablando, él se levantó y me abrazó fuerte nuevamente. Ni él ni yo sabiamos que coño seguía ahora.
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Glicerina.
Short Story•🥇Primer lugar en la categoría "Historia corta" en el concurso literario de @EditorialCortazar• Absolutamente todo el mundo tiene problemas, unos más grande que otros, pero al fin y al cabo, son problemas. Algunas personas sencillamente intentan ev...