Capítulo 2

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Cuando cumplí cuatro años, mi papá empezó a llevarme a un parque. Es mi primer recuerdo real siendo niño, por lo tanto, está guardado con mucho cariño. Se encontraba a las alturas de una colina, bastante alejada de la ciudad y de mi casa, si me esfuerzo lo suficiente podría sentir la brisa pasando por mi cabello, era algo totalmente mágico.

A partir de los seis años dejé de ser una simple pelota blanca con pelo negro... ya era una pelota más formada y el pelo se me había aclarado ligeramente. Empecé a adoptar actitudes algo raras para un niño. Me preocupaba por lavarme muy bien las manos luego de jugar en la tierra y cepillarme antes y después de cada comida, esto último, porque tengo entendido que algún familiar me hizo creer que se me caerían los dientes de no ser así.

Mis recuerdos a esa edad tienen base en esos dos pensamientos, nada más allá. Empezaban a surgir preocupaciones, y a mi parecer, un niño preocupado por algo que no sea jugar y dormir, es un caso extraño.

Con el pasar del tiempo, llegó esa mala manía que me ha perseguido toda mi vida. A mis diez años de edad me dio por vigilar las puertas y grifos de agua, pensando que en algún momento ocurriría algo.

Esto empieza a convertirse en un problema, cuando en las noches me despertaba con la excusa de bajar al baño, y me dedicaba a ver por varios minutos el grifo, para asegurarme de que ninguna gota de agua caería. Por inercia, también aprovechaba de comprobar que la puerta principal del departamento estuviera cerrada.

Mi papá notó esto al poco tiempo, era algo imposible de ocultar, por el ruido de las escaleras en la madrugada y el sonido de mi cama al levantarme y acostarme nuevamente.

—Martín, hijo. Ya van varias veces que te siento caminando por la casa en las noches, ¿ocurre algo? —preguntó mientras se rascaba la cabeza con algo de preocupación.

—No, pá. Creo que estoy tomando mucha agua antes de acostarme y me dan ganas de hacer pipí. —le respondí

El solo asintió con la cabeza y me dio un leve golpe en la espalda, como solía hacerlo siempre.

Me genera estupefacción lo importante que es para mi, esa cortísima conversación. ¿Por qué mentí? Pude haberle dicho la verdad, pero incluso con mi mente de niño, sabía que lo que estaba haciendo no era del todo normal, y eso de cierta forma; me avergonzaba.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora