Capítulo 24

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Pasó exactamente una semana desde que me dieron el alta médica. La costra de mi frente empezó a caer dejando rayas blancas que formaban una cicatriz algo extraña. La resequedad en mi mandíbula había cesado y desaparecieron las llagas debajo de mi barbilla. El enrojecimiento en mis cachetes y el acné continuaban debido al estrés, y la mejor opción de calmar este estrés... era la glicerina, que por cierto, había sido totalmente eliminada del apartamento.

Sí, podríamos decir que mi físico mejoraba en ciertos aspectos, pero, ¿de que me servía? En mi raciocinio, era total la decisión de sacrificar mi integridad física por la relajación que me daba la glicerina.

Durante esa semana, mi papá mencionó varias veces que hablaba con Evangeline para poder pactar varias sesiones conmigo. Realmente, pensé que este interés desaparecería con los días y ya se acostumbraría a mi comportamiento de mierda, hasta que el día menos esperado; me diera el gusto de abandonar este mundo de mierda.

El asunto es que no cesó. Después de cumplir la semana, mi padre se acercó a mi y me dijo

-Tengo buenas noticias. Ya tengo las fechas para que veas a Evangeline. Todo está listo, tu primera cita será el jueves a las 3:00 de la tarde. -dijo emocionado- Todo va a salir bien, Martín. Antes de darnos cuenta, te sentirás muchísimo mejor... serás feliz, hijo.

-Est-...esta bien, papá. -respondí tosiendo-

Debo destacar que aunque pasaron varios días, el ardor de mi garganta permanecía. Era algo leve, pero me generaba tos cuando quería hablar. Algo sumamente incómodo.

Así que bueno, tendría que ir a ver a esa señora otra vez. No me caía mal, era algo neutral. Solamente no sentía ganas y no me parecía necesario que me tuvieran que llevar a un sitio para que le cuente a una persona de mí, cuando yo ni siquiera me conozco bien. Solo tenía ganas de acostarme y dormir, hasta que no lo soportará más.

¿Era tan difícil meterle eso en la cabeza a mi padre?

Se me hacía complicado fingir. Sé que lo hacía por él, para darle algo de tranquilidad, pero a veces si no te soportas tú mismo, es complicado hacer que te soporte alguien más.

Un dato curioso, es que después que regresé del hospital, cuando me despertaba por las noches, sentía el mismo clima que cuando estuve en la cárcel. Con los ojos cerrados aún, lograba escuchar los gritos de auxilio y el ambiente tenso que había en ese lugar. Evidentemente cuando tenía esta sensación mi reacción era pararme de golpe e ir rápido a beber un vaso de agua. Era algo horrible, me despertaba muy agitado, con ganas de huir sin saber a donde.

Esto se repetía con los días y sin darme cuenta: Llegó el ansiado jueves.

Con muchas ganas de que ocurriera algo que cancelara esta sesión, me desperté a las 8:00 AM después de haber dormido mal, por lo contado anteriormente. Ya no quería tomar café. Una o dos tazas no me hacían ningún tipo de efecto, además de que le había perdido el gusto. Ese jueves fue como cualquiera de los días anteriores, acostarme en la cama después de desayunar alguna especie de puré, cerrar los ojos y observar esa oscuridad hasta que mi padre me avisará para almorzar -otra especie de puré-.

No sé si la monotonía afectaba aún más a mi estado de ánimo, pero es que, no creo que quisiera hacer alguna otra cosa, es más, quizás quería menos que eso.

El reloj marcaban la 1:57 PM cuando me duché. Cada vez que entraba al baño, era un ambiente tan pesado... pequeños recuerdos se formaban en mi cabeza y me resultaba inevitable sonreír de manera nerviosa al acordarme lo que sucedió ahí. Mi casa estaba invadida de pequeños horribles recuerdos. Y no me estaban haciendo bien.

Salimos a las 2:45 PM. Mi padre decidió acompañarme esta primera vez.
Tomamos un taxi y en diez minutos ya habíamos llegado a nuestro destino. No era una zona que alguno de los dos visitara con frecuencia pero tampoco quedaba lejos de nuestro hogar.

Al lado del consultorio había un local que sin duda llamó mi atención. Con muchas luces y un cartel iluminado que decía "INCOMPRENDIDOZ", era una tienda de música con un estilo increíble. Nunca tuve el interés de aprender a tocar algún instrumento o cualquier tema relacionado, pero, con apenas ver el exterior de esta tienda te daban ganas de tocarlos todos. Quizás fue la primera distracción que había logrado en mucho tiempo. Observé la parte interna de la tienda desde afuera, hasta que mi padre me llamó

-¡Eh, Martin! Se nos hace tarde. -dijo levantando la mano derecha-

Lo vi e intenté sonreírle con la boca cerrada. Acto seguido lo seguí para, ahora sí, ir a la cita.

En las afueras del consultorio había un cartel de madera que decía "Psiquiatra Evangeline Claudette", mi padre abrió la puerta de vidrio y entramos. Era un sitio bastante ordenado. De lado izquierdo habían sillas de madera pegadas a las paredes, una mesa con revistas en el medio y numerosos cuadros. A la derecha, un escritorio donde estaba sentado un joven, y un pasillo enorme en el medio de todo este salón.
Mi padre se acercó al escritorio, le dio mis datos a éste sujeto y me dijo que nos sentáramos un momento, que Evangeline me atendería en unos minutos.
Detallé algún que otro cuadro, y cuando estaba a punto de intentar iniciar una conversación con mi padre, el joven dijo en voz alta:

-Martín Luzardo, lo espera Evangeline en la sala final del pasillo.

Me levanté algo fastidiado, mi padre me dio dos palmadas en la espalda y me dirigí al pasillo. Apenas entré a la sala que me habian indicado, escuché una voz suave y dulce que dijo:

-Bienvenido, Martín.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora