Capítulo 38

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Aclaremos algo. En mis diecinueve años yo nunca había sentido nada por nadie, mi mayor contacto con una mujer había sido con Sabrina, la hermana de Javi. Y sí, está buena pero solo eso, no me causaba nada. Nunca hubo un interés en el fondo de querer conocerla más para intentar llegar a algo, no me interesaba enamorar ni enamorarme.

Cuando era niño, mi papá me contaba como le preparaba el café a mi madre cuando ella estaba muy cansada y como le hacía masajes en el cuello cuando el estrés desbordaba. En mi inexperiencia sentimental, no creo que haya nada más demostrativo en el aspecto afectivo que la atención. Yo cuando veía a esa chica, incluso sin conocer su nombre quería prepararle un café después del trabajo y masajearle el cuello.

No sé, pudo ser demasiado para haberla visto cinco veces, pero es que, ganas de conocerla más, me sobraban. El detalle era que... ¿qué pensaría si ella quería conocerme? Se iba a decepcionar, carajo. Yo era un desastre hecho ser humano.

Ese día, luego de preguntar sobre si había optado por usar el líquido, que me abstengo a repetir su despreciable nombre, simplemente le respondí que sí, pero no había hecho un efecto positivo en mi piel. No hice énfasis en detallar, aunque quería hacerlo para continuar la conversación, pero la pena y el miedo se sobreponían.

Luego de eso ella se ocupó de varios asuntos en la computadora y yo me dediqué a quitar el polvo de varias estanterías. Luego de un rato ella habló:

—Podría recomendarte un dermatólogo —agregó aún viendo la computadora.

—¿Disculpa? —pregunté volteando de golpe.

—Un dermatólogo, para que trates esas manchitas.

—Eh, sí. Por supuesto.

—Cool. —finalizó sacando una hoja en blanco y un bolígrafo debajo del escritorio.

Anotó los datos y me entregó el papel.

—Su nombre está en la tarjeta, igual que su número. Generalmente esta disponible en las tardes, cuando yo voy, asisto antes de dar clases.

—¿Donde das clases? —pregunté.

Y como si se hubiese tratado de un deseo, esa pregunta fue la llama sobre un lago de gasolina. Empezó a contarme desde donde daba clases, hasta que instrumentos tocaba, que idiomas había practicado, donde trabajó antes y al final de todo esto preguntó lo que me temía.

—¿Y tú? ¿Además de venir a trabajar a éste lugar a las dos y modificar el horario perfecto que tenía ... ¿qué te gusta hacer?

De inmediato empecé a sudar.

—Eh, y-...yo. —tartamudeé repetidas veces.

—Vamos, tiene que ser entretenido. Debes llevar una vida muy ajetreada, tienes varias cicatrices. —afirmó mirando mi frente—. Es un cumplido, te hacen ver bastante interesante.

—Si te refieres a mi cicatriz en la frente... fue en la c...

Sonó la puerta.

—Bienvenido señor, ¿en qué puedo servirle? —dijo ella recibiendo a un cliente.

Había estado a punto de decirle que estuve en la cárcel. Pensaba demasiado y a la vez en nada cuando hablaba con ella, sentía que después de haberla escuchado, las palabras salían automáticamente. Claro, quitando el tartamudeo del principio. No sé si debo agradecerle al señor que entró por salvarme de una cagada o culparlo de una posible mejoría en nuestra conversación. Después de que se fue, ella miró la hora y exclamó:

—Mierda, las cuatro. Oye, de verdad necesito un favor. ¿Puedes cubrirme? Hoy tengo una clase algo importante, si el señor Barnes pregunta, dile que fui al baño de emergencia o algo.

—Vale, esta bien. Ve —respondí asintiendo con la cabeza.

Ella le dio un salto al escritorio, y se frenó en la puerta antes de salir.

—Fue un gusto conversar contigo, recuerda ver los datos del dermatólogo en cuanto llegues a tu casa. —agregó mientras abría la puerta—. Gracias por cubrirme, chico de las dos.

Y se fue. Yo estaba algo perplejo y de cierta manera sentía felicidad. Había logrado entablar una conversación, bueno mejor dicho, lograr conocer un poco más a ésta señorita que tanto llamaba mi atención.

Puedo recordar esa nota que escribió, su letra era perfecta, los trazos de bolígrafo azul se instalaban con ternura en mis pupilas, no lograba terminar de creerme que se había fijado en algo mío y de alguna manera estaba haciendo el intento de ayudarme.

Quitando un poco, la locura que estaba sintiendo, atendí cuatro clientes, solo vendí cd's ese día. Afortunadamente el señor Barnes no apareció y pude cerrar la tienda a las seis sin ningún problema.

Fui caminando hasta a mi casa, y solo podía pensar en ella. Todo lo malo que estaba antes al servicio de mi mente, fue suplantado por recuerdos de ella. Cuando todo parecía mejorar en mi vida, ella me sonrió y fue la cereza en el pastel.

Aunque suene feo en algún contexto equivocado, en el mío sonaba como un indiscutible logro; ya no tenía tantas ganas de morir.

Para finalizar esta jornada, yo antes de dormir, vi su nota nuevamente y para mi sorpresa, al darle vuelta al papel decía algo más, solo era una letra:

N.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora