Capítulo 16

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Tuvieron que pasar cinco días en este lugar para que lograra mi primer contacto fluido. No tenía pensado hacerlo, ni muchas ganas, pero simplemente sucedió. Nadie se me acercaba para intimidarme o para alguna otra cosa, estaba solo y mi único contacto había sido con Guillermo y mi padre. Como dije antes, en el día numero cinco, Juan se acercó a mi a la hora del desayuno.

—Si no mal recuerdo, te llamas Martín, ¿no? —preguntó, mientras colocaba su comida en mi mesa.

—Así es. —respondí.

Ahí empezó una conversación que me haría cambiar de parecer totalmente mi visión hacía mis compañeros de celda. Él se acercó a mi por la curiosidad que le causaba el no saber porqué me encontraba en ese lugar. Los demás tenían aspectos diferentes al mío. Yo claramente me veía como una persona débil y afectada, además de que las historias de las personas nuevas que llegaban a este lugar "impuro" recorrían cada rincón de la cárcel. Mi caso era diferente.

La cosa es que por un momento, algo en mi sintió confianza de este hombre y dije ¿por qué no? Y terminé contándole la razón por la cual me arrestaron. Él sin duda se sorprendió. Quizás pensó que daría cualquier otra respuesta. Sin embargo, mi curiosidad también influyó en esta conversación.

—Hey, Juan... ¿y tú? ¿por qué estás aquí? —pregunté, y al segundo me dio mucha vergüenza—. No, no. Tranquilo, no tienes que dec...

—Mi caso es un poco injusto, la verdad. —me interrumpió—. Fue un intento de hacer justicia por mí mismo. Martín, yo tengo una hija de nueve años, que quizás por necesidad o ignorancia la hice estudiar en una escuela donde no la pasaba bien. Había un niño que la fastidiaba constantemente... yo reclamé varias veces a la directora de este colegio pero él seguía molestándola. Hasta que un día ella llegó llorando con varios golpes en la cara, despeinada y con raspones en las rodillas. Me dijo que este niño le intentó bajar la falda y ella al no permitírselo, la golpeó repetidas veces.
Martín, yo no lo pensé dos veces. El siguiente día fui a esta escuela de mierda, esperé que este niño saliera, lo agarré del cuello y quizás fueron cinco o seis veces que le estrellé la cabeza contra el suelo, hasta que dejó de respirar.

Me sentí aterrado e impresionado. No sabía que decirle ni que agregar. No era una mala persona, pero el solo pensar que estaba conversando con alguien que mató a un niño de unos nueve o diez años reventándole la cabeza contra el suelo me llenaba de miedo.

—Martín, yo voy a cumplir dos años aquí. Por mi buen comportamiento mi condena ha ido bajando, sin embargo, sé que si retrocediera el tiempo a ese momento. No hubiese actuado de esa forma. Yo haría cualquier cosa por mi hija, no importan los términos. Pero el no poder verla todos los días, y no estar para ella cada vez que me necesita en consecuencia a acciones que pudieron ser evitables, es todo lo contrario a ser un buen padre.

Esas fueron las últimas palabras que le escuché ese día, quiero pensar que le ayude a desahogarse. Por un momento, logró sacarme de la cabeza que mi vida era una mierda complicada, que hay muchas personas que su situación puede ser el triple de horrible que la mía.

Quizás yo no estaba tan mal.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora