Capítulo 27

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Como podrán imaginar; me negué rotundamente a decirle una sola palabra a mi padre de lo que estaba pensando sobre mi psiquiatra. Además de seguir enfadado con él por su propuesta de la universidad, sabía que me iba a decir que ese era el sentido de asistir, tocar temas sensibles para resolverlos.

Pero, ¿realmente esa era la manera que yo necesitaba para resolverlo? Javi era el ejemplo perfecto de persona que podía dar la impresión de no importarle si yo tenía cuatro tipos de enfermedades venéreas, depresión y problemas respiratorios. Pongo las manos al fuego a que me diría algo como "Bueno, ¿quieres ir a tomar algo?" Y quizás esa era la confianza y la frialdad que yo necesitaba.

¿Para que compartir el sufrimiento y la pena con alguien? No me salía abrirme con alguien a quién no le tenía la suficiente confianza, como a esa señora. Y la cual no sabía sus verdaderas intenciones conmigo.
Me planteé seriamente conversar con mi padre sobre el dejar de asistir a estas sesiones, y hacerle creer que ya me encontraba en óptimo estado. Ya me inventaría algo para zafarme del tema de la universidad y esas mierdas. 4 días después, empezaba una nueva semana y durante ese tiempo solo pensaba que Evangeline solo era una vieja que le gustaba saber la vida de los demás y pensar que los ayudaba para sentirse bien consigo misma.

Llamé a Javi un par de veces, me contó que había entrado a la universidad y que estaba trabajando en un local de comida rápida. Al momento de preguntarme por mis cosas no le dio mucho interés. Y entre una cosa y otra decidí contarle mi situación con Evangeline.

—Si estás pensando en abandonar las sesiones, no tienes "transtorno obsesivo no sé que mierdas". Debes tener un puto tumor en el cerebro, Martín. —gritó a través del teléfono—. Si dejas de ir, no tendrás que suicidarte después, porque yo seré él que va a asesinarte mientras te echas tu saliva con alcohol en la cara —dijo refiriéndose a la glicerina.

—Ya, entendí. No dejaré de ir, pero es que me sigue pareciendo inneces...

—Calla. —me interrumpió—. Innecesario es que estés pensando que esa señora solo quiere averiguarte la vida. Es su trabajo, Martín. Por el amor de Dios.

Ocurrió lo mismo que en el hospital, quizás si todas estas palabras proveniesen de otra persona, esa llamada no hubiera durado más de 15 segundos. Era imposible que me hiciera sentir mal, por algún motivo, me hizo entrar en razón y me arrancó de la cabeza todos esos pensamientos de abandonar las sesiones como si esto me traería algo positivo, de manera inmediata. Quizás Javi no sería el mejor psicólogo o psiquiatra, pero vaya que era mi mejor amigo.

Así que, pasaron los días llenos de pastillas y dolores de cabeza, algo normal para mí. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que algo podría mejorar de verdad. Cambié de perspectiva sobre el hecho de ir a terapia, ese tiempo era totalmente para mí, tenía ganas de hablar, de expresarme. De decir que la vida estaba sobrevalorada, que en realidad era una real mierda.

Me llené de una ansiedad "positiva" mientras esperaba que se hiciera jueves, y este día llegó. Me desperté cerca de las nueve de la mañana para prepararme unas tostadas de desayuno, las cuales quedaron exquisitas.

Se acercaba la hora de la consulta así que como se lo imaginarán, me duché, me vestí de forma similar a la vez anterior y salí caminando otra vez a mi destino. En esta oportunidad solo fueron doce minutos, no tenía ninguna distracción en ese momento.

Al entrar saludé al joven y me senté en una de las sillas. Luego de varios minutos de espera, decidí entablar una conversación con él. Ya que el lugar estaba en completa soledad y así quizás mi espera se hacía más amena. Me levanté para acercarme a su escritorio y le dije:

—Hola.

—Eh... ¿hola? —dijo algo desconcertado—. ¿Necesitas que te ayude con algo?

—Sí, sí... Eh, ¿no sabes cuantas sesiones son en total? —le pregunté en busca de sacarle conversacion.

—Oh, vaya. Te explico... eso ya te lo dirá ella. Supongo que incluso puedes preguntárselo directamente, porque yo no tengo ese conocimiento. —argumentó levantando los hombros—. Pero bueno, aqui entre tú y yo... seguramente faltan menos de las que imaginas.

Sonreí sin separar mis labios y contesté:

—Esperemos que sí... ¿Cuanto tiempo tienes trabajando aquí, E-...Erick? —pregunté mientras observaba el nombre bordado en su uniforme—
—Podría decirse que... un mes y algo, más o menos... —respondió mientras cerraba un poco los ojos—

—Wow, ¿un mes nada más? Eso es el tiempo que llevo viniendo. Nos contrataron el mismo día —dije en todo de broma—.

El permaneció serio, dejando que el silencio se apoderará de nuestra conversación un momento. Hasta que después de unos segundos, respondió:

—Es algo así. Oye, estoy seguro de que no puedo decir esto pero... —dijo mientras abría una agenda—. Nada, nada. Fue un error mío. —exclamó negando con la cabeza.

—Hey, no. ¿Qué no debes decirme? —Pregunté acercandome mas al escritorio.

—Es que...—Suspiró—. Eh... como decirte. ¿Nunca te has preguntado por qué cada vez que vienes este lugar esta vacío?

Lo observé fijamente para que continuara, no sabía a que quería llegar con esa pregunta.

—Espero que no vayan a despedirme, pero... Evangeline dejó de trabajar hace muchos años. Este era su consultorio, pero con el pasar del tiempo empezó a sentirse cada vez más cansada hasta que decidió abandonar este trabajo. —dijo con algo de vergüenza—. Ella al enterarse de tu caso por un amigo del hospital donde estabas tú, se interesó de inmediato y le rogó que por favor le dejara ayudarte.

Yo no lo podía creer. Me quedé perplejo, con la mente en blanco, pero a la vez llena de cosas. Un pitido me devolvió a la realidad y seguido de esto, Erick sentenció esta conversación diciendo:

—Mira, ya puedes pasar.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora