Capítulo 45

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La forma en la idealizas las cosas puede tener cambios tan drásticos. Un poema mediocre que yo escribí en un día de inspiración, sonaba magistral cuando el sonido de las cuerdas vocales de aquella señorita; entonaban cada verso.

Ella repitió el pequeño texto varias veces con distintos ritmos, por mas rápido o lento que lo hiciera, lograba que sonará extraordinario, no podía ser solo algo de habilidad, era más que eso. Era un acto pasional.

Ella finalmente se detuvo, puso su mirada en mi y dijo:

—Ya que te encanta venir a verme unos minutos antes de que termine mi turno, merezco que me des tu opinión, ¿no? —sonrío—. ¿Qué te pareció?

—Está... increíble. No sabía que tocabas el piano —era sorprendente que había sacado el valor para decirle que estaba increíble, me sentía completo de haberle dicho con certeza que tal me había parecido... o al menos un poquito—.

—Sí, toco el piano desde muy pequeña. —dijo mientras se levantaba a recoger sus cosas—. Aunque la letra que usé no es mía, la encontré en el suelo ayer cuando llegué. Vaya obra de arte.

Era inevitable no sonrojarme.

—Ah, vaya. Seguro habrá sido Adam o algún cliente.

—Me ha dejado impactada, seguro está enamorado o enamorada. Se debe sentir bien ser la inspiración de alguien para que escriba algo tan lindo —contestó con una sonrisa de labios cerrados—.

Carajo, ¿por qué me lo haces tan difícil? ¿cómo no lo notas? Es para ti, coño. Ese poema habla de ti, únicamente de ti.

—Sí, debe ser lindo... —respondí con una enorme timidez.

Antes de que ella se despidiera, fue un momento al despacho del Sr Barnes, mientras tanto, entró alguien a la tienda. Me bastó con levantar la mirada para darme cuenta de quien se trataba, era Sabrina.

—Oh, Marto. Que sorpresa, no sabía que trabajabas aquí. —me saludó con entusiasmo.

—Hola, Sabrina. ¿Qué tal? ¿Qué necesitas?

—En realidad, vine a buscar unos cd's por el cumple de Javi. Ahora se cree una especie de rockero, o algo así —contestó riendo.

Mientras la ayudaba a buscar el dichoso regalo, la chica de las 10 salió, me vio rápido y se dirigió al escritorio. Pasaron cinco minutos cuando ya Sabrina estaba pagando

—Te lo agradezco. Ahora que sé que trabajas aquí, podría venir más seguido —dijo guiñando el ojo— Nos vemos, saludos a tu padre.

Antes de decir nada, ya había cruzado la puerta de salida. La señorita cuyo nombre empezaba por N, no dijo una sola palabra durante la estadía de Sabrina estuvo, apenas esta se fue, dijo una frase cuanto menos curiosa.

—Si tú escribieras algo, con ella ya tendrías bastante inspiración —señaló sin ni siquiera mirarme.

—¿Qué? —Pregunté confundido.

—Nada, nada. Es una broma —dijo tratando de sonreír nuevamente— Nos vemos. Ya se me hace tarde.

Y se fue. Mi inexperiencia hacía que dudara más de lo normal, pero, no podía pensar en otra cosa, que acababa de presenciar una escena de... ¿celos?

Una mujer, para mí, incomparable como lo era ella, me acababa de demostrar celos... imposible. Era un pensamiento ególatra, nadie gastaría su tiempo en sentir celos en alguna situación donde yo estuviera relacionado.

A pesar de toda esta confusión, solo existían las ganas de verla a esos ojos que tenía y decirle que yo escribí aquel poema, que parecía gustarle tanto.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora