A las 6:08 de la tarde de ese mismo jueves, después de hablar un rato con Javi por celular, miré a mi padre que estaba viendo televisión, en el mueble a mi mano izquierda, e intenté por segunda vez en el día hablar de nuevo. El dolor era fuerte y mi voz no era la más agradable del mundo, pero logré realizar la siguiente pregunta:
—¿Cuándo nos vamos?
Y respiré profundamente. Como dije, el dolor era bastante intenso, me hacía imposible decir mas de cinco palabras.
El asunto es, que el cuando escuchó la interrogante que acababa de soltar... Se volteó hacía mi y después de pensarlo un poco, me dice:
—Te voy a ser totalmente sincero, Martín. Todo este asunto me ha dejado muy mal anímicamente y lo he intentado disimular contigo para que tú no vayas a decaer de nuevo. Pero la cosa es, que siento que no puedo yo solo. Evangeline antes de irse, me dijo que hablara contigo... ella ya me dio el permiso para que nos vayamos. –suspiró–. Pero siento que no te voy a distraer y tengo mucho miedo de que intentes hacer alguna otra cosa... Desde el acontecimiento con tu mamá, nunca había sentido tanto dolor, Martín. –se levantó y sentó en la cama frente a mi, agarrando mi mano derecha–. Si nosotros nos vamos de aquí, tienes que prometerme que vamos a luchar juntos, que haremos todo lo posible por salir de esto y ser sumamente felices, hijo.
A lo largo de todos estos problemas, mi papá siempre habló conmigo y las cosas fueron fuertes y emotivas. Pero en ninguna de las situaciones anteriores, ni mucho menos en algunos otros problemas había mencionado a mi madre. Se me erizó la piel de forma inevitable y no tuve mas opción que hablar por tercera vez en el día:
—Vámonos. —dije asintiendo con la cabeza—
No sé con seguridad si mi garganta se sentía igual o se iba poniendo mas áspera a medida que realizaba el esfuerzo de decir algunas pocas palabras.
Deduzco que cada vez que veo a mi papá a los ojos, los tiene brillantes o llorosos. Esta oportunidad no sería la excepción. Mantuvimos contacto visual por unos segundos, sonrío muy levemente, se levantó de la cama y después de esos segundos de silencio, sentenció la conversación diciendo:
–Vámonos.
Salió para entregar el permiso, y minutos después me vería el médico por última vez. Me entregó una lista con gran variedad de pastillas para el dolor de garganta, recordó que siguiera la dieta y nos deseó a mi padre y a mi mucha suerte.
Debo recalcar que aunque suene a que por una u otra razón había cierto avance en mi comportamiento o mentalidad... este progreso era falso. Estaba actuando por inercia al sentir enorme vergüenza en mi interior. Puedo decir con propiedad, que el hecho de sentirme avergonzado, era una razón más para querer desaparecer de este mundo terrible. En un cerebro que te maneja de forma tan extraña y puedes pensar mucho en una situación o actuar de manera totalmente impulsiva en otra, es extremadamente jodido este tipo de cosas. Estaba seguro que, para dejar de sentir esta perdida de dignidad, existían dos alternativas:
Trabajar mucho para hacer sentir orgulloso a mi padre y que se le olvidara que su hijo era un enfermo asqueroso que toma decisiones cobardes y ni las puede cumplir. O esta vez, lograr mi cometido de quitarme la vida. Lamento decirlo, pero la segunda opción era la mas tentadora... no quería esforzarme en nada, en ningún aspecto. No tenía ganas de tener ganas.
Sé que se puede interpretar de una forma cruel o egoísta, el hecho de mentirle a mi padre que estaba confiando en mi después de todo lo que le hice pasar, para irnos lo más rápido posible. Sé que en pocas palabras, hice una especie de promesa; que haría todo lo posible por mejorar esto, lo sé. Pero no lo podía controlar.Ahora, si puedo dar un consejo:
Nunca prometan nada, si no saben con seguridad que lo van a cumplir.
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Glicerina.
Short Story•🥇Primer lugar en la categoría "Historia corta" en el concurso literario de @EditorialCortazar• Absolutamente todo el mundo tiene problemas, unos más grande que otros, pero al fin y al cabo, son problemas. Algunas personas sencillamente intentan ev...