Capítulo 50

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Los primeros días y semana que viví junto a ella como algo más que solo unos ordinarios compañeros de trabajo (incluso algo más que amigos) fue la base del aprendizaje de como querer con todo mi minúsculo corazón a una persona.

Recuerdo que el día después de entregarle la carta, desperté pensando... ¿En qué mierda me metí? Tomé el celular y la llamé, apenas contestó tuve que preguntárselo:

—Hey, ¿estás segura de que sí quieres estar conmigo?

Ella me pidió que nos viéramos, y apenas sentí su presencia y la miré a los ojos, sabía que no existía otro lugar donde quisiera estar, a su lado era el más agradable.

En el primer mes, logré mudarme de mi casa. Mi labor en Incomprendidoz era mucho más dinámica con ella apoyándome, logré ser el empleado del mes... aunque, sabemos que tampoco existía gran competencia.

En fin, pude alquilar un apartamento en un lugar muy lindo, unas cuadras después de la tienda donde trabajaba, y no tantas cuadras de la casa donde aquella señorita, vivía.

El tiempo volaba y parecía que solo habían pasado unas horas cuando ya cumplimos el segundo mes.

Después de instalarme en mi nuevo apartamento, y de sentirme totalmente cómodo, llegué a la decisión de inscribirme en la universidad... y claro, esa fue la decisión más irónica y bizarra que pude haber elegido, no tanto la universidad, sino, la carrera. Decidí inscribirme para formarme como psicólogo.

Sentía la responsabilidad de ayudar a las personas que Evangeline pudo haber ayudado, busqué cada número telefónico de sus pacientes con la ayuda de Erick –su asistente– para avisarles de que empezaría a estudiar psicología, que podrían contar conmigo si era necesario.

En este momento que lo pienso en voz alta, no parece algo tan razonable, principalmente porque Evangeline era psiquiatra, no psicóloga. Sus pacientes habrán reído muchísimo después de que la llamada terminara, pero, detrás de eso... solo quería rendirle honores a esa estrella en el cielo que, puedo asegurar incluso a día de hoy, brilla cada día más, apoyándome en cada decisión tomada.
Hice mi tarea. Busque fechas de inscripciones, requisitos y todo lo necesario para inscribirme en la facultad de psicología. Y aquella tarde de septiembre emprendí mi camino hacia aquella estructura gigante, con aires de aprendizaje —punto importante, caminaba de la mano de esa dama que, podía llamar novia con toda la libertad del mundo—

Entregué todos los papeles y realicé todas las pruebas impuestas por el protocolo, fueron alrededor de tres horas y media que estuvimos en aquel sitio, donde salí cansado y feliz a la vez de haber cumplido con esa meta propuesta por mí mismo.

Después de salir, ella me felicito con un abrazo, me vio a los ojos y me dijo:

—Quiero que conozcas a mis padres.

—Mierda. —Sentí un balde de agua fría cayendo por mi espina dorsal—

—¿Muy pronto? —preguntó entre risas— Bueno, seré sincera, no es que YO QUIERA, ellos me lo han pedido desde que les conté de ti.

—Mierda.

—Puedes pensarlo si quieres, sabes que no tienes ningún tipo de presión conm...

—Si quiero. —Le interrumpí de inmediato—

—Oh, vaya. Bueno, entonces si quieres... yo no puedo llevar a la casa de mis padres a un desconocido.

—¿Desconocido? —pregunté muy extrañado—

—Deberíamos...

De solo ver su mirada sabía a lo que quería llegar. El momento había llegado, y yo, el ser humano más poco valiente del mundo, estaba listo para que por fin sucediera.

—Mucho gusto, me llamo Martín

—Mucho gusto Martín, yo me llamo Nara.

Glicerina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora