Normalmente es Valentina quien cuida a Bruno las horas previas al concierto cuando Luis se encarga de comprobar que todo esté preparado para la actuación y que todo siga las indicaciones que él tenía por correctas para que todo saliera según lo esperado. Luis sabía que, a pesar de las largas horas que este trabajo previo comportaba, Bruno se divertía con la chica explorando cada rincón del recinto donde actuaría, fuera cerrado o al aire libre. Ambos bailaban cuando Luis probaba el sonido, Bruno pisaba los diferentes círculos de colores que aparecían en el suelo cuando se probaban las luces y probaba cada una de las sillas donde en unas horas el público se sentaría, como también probaba la pequeña muestra de comida que la organización del concierto les preparaba.
Esto ocurría cada vez que su padre tenía un concierto y él le acompañaba, siendo así cada fin de semana o, incluso, dos días seguidos. A Bruno le gustaba contar a sus compañeros y compañeras de clase donde había estado y, gracias a Valentina y algún técnico más que estaba por allí y se ofreciera a ayudarles, dibujaba el escenario y recorría los puntitos donde la chica había escrito el lugar de estancia. Una vez había enseñado su obra de arte su seño le dejaba llevársela a casa alegando que su padre estaría muy contento de tenerla y poder recordar ese momento, pero también argumentando internamente que no tenían suficientes paredes en el aula. Reconocía, sin decírselo a nadie, que le hacía ilusión ver el dibujo del niño y cuando terminaba el concierto de Luis esperaba con ganas a que llegara el lunes para poder comprobar como el más pequeño había representado aquel escenario que ella misma había fotografiado instantes después.
Esta vez, sin embargo, era diferente. Hacía una hora que Luis probaba como sonaba aquel nuevo recinto, que sólo hacía unos meses se había inaugurado, pero en ningún rincón resonaban las carcajadas de Bruno. Le había prometido que cuando la abu y los titos lo llevaran, media hora antes del concierto, sería él mismo quien le ayudaría a hacer el dibujo del auditorio y descubrir los secretos que este guardaba, y con esta promesa el pequeño se había quedado jugando con los otros tres adultos en el jardín de la casa familiar.
Luis estaba nervioso, no le costaba reconocerlo y con frecuencia le decía a su público que continuaba sintiendo mariposas en el estómago momentos antes de cantar. Al igual que todos los proyectos que programaba le hacían aparecer ese miedo que había catalogado como bonito. Pero hoy estaba más nervioso de lo que lo reconocía habitual, tal vez era porque cantaba a su tierra, a su pueblo, a su Ourense. Quizás también era el hecho de que su madre fuera, ya que no siempre tenía la oportunidad de viajar allí donde su hijo cantaba aunque ella quisiera y entonces lo siguiera por las redes sociales viendo todos los videos que la gente iba publicando. En cambio, su hermana lo iba a ver más a menudo aprovechando cada vez que él cantaba en Madrid o por los alrededores, siempre que no coincidiera con algún concierto de su pareja. Pablo a veces acompañaba a su hermana, cuando no tenía ningún evento, y también se había vuelto costumbre para Bruno y Luis acompañar a Miriam a los conciertos del malagueño.
Sabía que todos los ítems mencionados anteriormente y que iba repasando en su mente mientras paseaba por el lugar donde cantaría aumentaban sus nervios, como también sabía que estos no eran los motivos principales de su cosquilleo en la barriga. Por primera vez, María estaría entre el público y él lo sabía. Evidentemente no era la primera vez que la chica lo veía en directo, ni la segunda, tal como ella le había ido explicando y él fue descubriendo cuando entre sus conversaciones le narraba alguna anécdota divertida o peculiar de un concierto y ella le decía que lo había vivido en directo. Pero el hecho de saber que ella estaba allí, lo tenía en tensión desde que se había levantado esta mañana antes de que el reloj marcara las siete. Una tensión que también había decidido catalogar como bonita.
- ¡Papi! - es este grito lo que lo hace desconectar de los motivos de sus nervios y, a pesar de su encantamiento, es a tiempo de alzar en brazos a su hijo que ríe por dejar de tocar el suelo y sentirse libre y vivo entre los brazos de su padre.
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Media vuelta
RomanceLuis Cepeda es un cantante de treinta años que ha aprendido a compaginar su vida laboral como artista consolidado y reconocido en todo el país y fuera de este, con su vida más familiar y personal. ¿Será capaz de tenerlo todo bajo control o tendrá qu...