2. Ella perdió más

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Manuel Young

"Me subí en una nube, y la nube eran tus besos. Tenías tu casa, y tu casa era mi cuerpo. Creí que duraría, pero lo único que duró fue el golpe contra el suelo que causó tus mentiras y secretos, dejando heridas que llamé "Tus recuerdos". Que mal se siente montarse en una nube y luego golpearse contra el suelo... ¿Verdad?".


Cuando la conocí, lo supe, sin duda alguna era ella. Todo lo que un día había estado buscando lo había encontrado. Ella era todo lo que quería, mi chica perfecta, encajaba en mis expectativas y la amaba, en verdad la amaba.

Llegó a mi vida como caída del cielo, era un ángel y su nombre lo demostraba, traía en sí misma toda la delicadeza que allá arriba se podía apreciar y también la calma.

Su mirada estaba fija en la película de terror que se reproducía en la Tv enganchada en la pared que estaba frente a mi cama. Allí, recostada sobre mi pecho, la encontraba más hermosa que nunca, me era imposible concentrarme en algo cuando ella estaba cerca.

Su atención en la película y mi atención en ella, acaricie levemente su cabello y se encargó de pegar su cuerpo mucho más al mío.

Tomé el control de la Tv que reposaba a mi lado y la apagué. Angelina miró desconcertada a la pantalla dejando escapar un leve suspiro.

–¡Manu!... – Reprochó sobre mi pecho levantando una mirada acusadora pero divertida hacia mí.

Angelina Davis era la mujer de mi vida, literalmente. La conocí en el instituto cuando teníamos 17 años y nos hicimos pareja a los 18. Llevábamos cuatro años de relación y no dejaba de amarla.  Amaba su personalidad; era amable, tierna, transparente, organizada, calmada, no causaba problemas, pero sobre todo… Me entendía. Era como yo en muchos aspectos, teníamos gustos muy similares y casi no discutíamos. También era muy hermosa, amaba cada parte de ella, mi parte favorita eran sus rizos, caían libres hasta sus caderas. El tono de su piel era claro, de los dos ella era más blanca, pero se negaba a aceptarlo. El color de su piel hacía un perfecto contraste con el color de su cabello increíblemente oscuro. Amaba sus cejas, sus pestañas, esos ojos que tenían un lindo brillo natural y sus labios, siempre permanecían color rosa.

La rodeé con mis brazos y la miré fijamente a sus ojos color café. Era irresistible y lo era mucho más cuando usaba mi ropa, como ahora, traía uno de mis suéteres color gris que le quedaba como un camisón por nuestra diferencia en estatura.

–Manu… – Murmuró mirándome con los ojos entrecerrados.

–¿Qué, Ángel? – Pregunté simulando inocencia mientras ocultaba el control entre las sábanas. Con la punta de mi nariz empecé a repartir caricias en su cuello, caricias que iban acompañadas por pequeños besos.

Tomó mis mejillas guiándome hasta sus labios, los juntó con los míos antes de empezar a moverlos con lentitud. Era experta en crear besos tiernos pero profundos, besos que me hacían enloquecer. Se subió sobre mi abdomen  y recogió su abundante cabello rizado en una coleta, aún cuando su cabello estaba recogido se le veía muy largo.

Escabullí mis manos debajo del suéter y apreté levemente sus caderas sin dejar de admirarla. Esto se iba a poner muy interesante.

–Eres muy hermosa… – Susurré subiendo una de mis manos hasta su mejilla. Sonrió abiertamente dando un pequeño beso en la palma de mi mano. Me gustaba decírselo muchas veces, para que lo tuviera siempre presente y no dudara nunca de eso.

Inclinó su cuerpo para llegar nuevamente hasta mis labios.

–Te amo… – Aseguró mirándome a los ojos. Mis labios se entreabrieron para corresponder a sus palabras pero me hizo hacer silencio con un beso.

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