28. ¿Finges?

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Karla McCall

Tuve frío.
Aún con los ojos cerrados, me removí con inquietud, adolorida, en mi lugar.

Mi cabeza dolía, la sentía palpitar, mas nada se comparaba al dolor en mi mejilla y al sabor de la sangre en mi boca.

El suave olor a bosque, tierra mojada y agua golpeo suavemente mi nariz. Sabía que Dafne estaba a mi lado, reconocería el olor de su perfume en cualquier lugar.

– Karla... – Su voz se oyó lejana.

Acarició lentamente mi cabeza y se lo agradecí interiormente. Todo se sentía extraño, menos sus dedos. Me dolía el cuerpo, me sentía triste, y hacía frío. Nada se sentía como en casa, excepto ella.

– Reina ¿Estás bien?...

Abrí lentamente mis ojos sintiendo aún más dolor y no reconocí el lugar donde me encontraba.

Nada se sentía como en casa, porque no estaba en casa y apenas lo notaba.

Me encontré a mí misma tirada sobre un frío y helado pavimento gris mientras las piernas de Dafne me servían como almohada.

Fijé mi mirada en sus pies y más allá de ellos identifiqué barrotes.

Miré a mi alrededor.

Con dificultad tomé la compostura. Dafne me brindó su ayuda y dejé que mi espalda reposara en la pared que tenía detrás. Recordé todo lo sucedido, pero no comprendí cómo rayos terminé inconsciente.

Dafne y yo no éramos las únicas aquí. El pelirrojo estaba sentado en un rincón y a su lado, apoyada sobre su pecho, tenía a Alana quien parecía estar a gusto en un calabozo, solo si estaba el pelirrojo con ella.

No entendía muchas cosas.

– ¿Qué me pasó? – Me atreví a preguntar en un susurro adolorido.

Dafne hizo que mi cabeza reposara sobre su hombro y me acarició lentamente la mejilla.

– Un puto guardia te estrelló contra la pared de vidrio... –Se lamentó con tristeza mientras mi mirada se deslizaba por las otras celdas, algunas vacías y otras con pocas personas dentro. Mi atención se centró en grupo de chicas, semidesnudas y drogadas, me pregunté qué hicieron para estar aquí – Y luego caiste al suelo inconsciente.

Sentí enojo y a la vez una increíble vergüenza. ¿Por qué fui tan débil?. Karla McCall no podía dejarse golpear y mucho menos caer inconsciente a la primera.

Pero lamentar era perder el tiempo.

– Tenemos que retomar las clases de defensa personal... Y tal vez añadir la práctica del boxeo a la lista – Aseguré.

Esta mierda no me iba a pasar de nuevo.

– Sin duda... – rio por lo bajo fijando su mirada en los barrotes – Si tan solo no nos castigan hasta los treinta.

– Prometimos no volver, y aquí estamos de nuevo... – Sisee e hice mala cara – Tras las rejas.

Nuestros padres iban a matarnos.
Me iba a resignar a un castigo memorable.

– ¡Lo peor de todo es que no dan ni agua!... – Se quejó Auron en un grito con la intención de que los policías, responsables de las celdas, lo escucharan – No les basta con privarnos de la libertar, sino que también nos ponen a pasar hambre. ¡Esto es imperdonable!. Soy un pelirrojo respetable, no un animal.

Me fue imposible no reír ante sus palabras.

– Amor... Vas a empeorar las cosas – Advirtió Alana y Auron rodó los ojos.

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