51. Te amo

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Manuel Young

El desastre andante no me habló.
No me escribió.
No respondió a mis secciones.
No hizo absolutamente nada. 

Estaba seguro de que Karla había leído lo que había escrito para ella porque, por alguna extraña razón, la página se hizo viral y la gente se volvió loca. Mis notificaciones aún seguían desactivadas. Recibía mensajes por montón, gente de otros países me escriba para asegurarse de que hubiéramos vuelto.

¡Otros países!
¿Qué clase de locura era esta?
Cuando las visitas empezaron a subir por segundo, recuerdo haber metido mi cabeza bajo la almohada mientras sentía la vergüenza en su máxima expresión.

Todos mis amigos, familiares, gente cercana y, seguramente, toda la universidad se había pasado por la página y habían leído cada una de las secciones.

Recibía felicitaciones y también algo de bullying. Las chicas me amaban y muchas me escriban, pero la que yo quería que me escribiera, me ignoraba.

Me ignoraba y eso estaba apunto de hacer que cayera en una crisis existencial. Necesitaba una respuesta por parte de Karla, su silencio me estaba volviendo loco.

—En definitiva, hoy tendrás una respuesta —aseguró Estefan, dió una mirada a los asientos traseros y bajó del auto de un salto—. Guarda la calma.

No podía guardar la calma.
Ya había creado en mi cabeza diez mil planes más. Incluso, le había comprado rosas.

¡Rosas!
No una, ni dos, ni diez.
¡Le compré treinta!
Un ramo completo que estaba dispuesto a entregarle después de clases. La citaría en el estacionamiento y se las entregaría, y si no quería venir, la arrastraría a la fuerza porque ella no se mandaba.

Bueno... Sí se mandaba pero, igual, la arrastraría a la fuerza porque yo sabía que ella aún me quería. Tal vez el desastre andante me perdonaría si le decía cara a cara todo lo que sentía y, a demás, le entregaba las rosas junto con una caja de donas personalizadas que había comprado para ella.

Estaba dispuesto a hacerla mi novia el día de hoy, aunque no me hubiera respondido mis secciones.

Tenía que aceptar que eso me había dolido.

—Manuel, ¡baja del maldito auto que no tenemos todo el bendito día! —Gritó Estefan y golpeó la ventanilla del auto haciéndome sobresaltar.

Últimamente me perdía demasiado en mis pensamientos.

Dejé las rosas y la caja de donas en los asientos traseros. Bajé del auto y seguí a Estefan rumbo a la entrada de la Universidad.

Cada paso que daba arrastraba consigo mucha incomodidad. Muchas miradas estaban cayendo sobre nosotros y ni siquiera se molestaban en disimular.

—Siento como si estuviera caminando por la alfombra roja... —comentó Estefan cuando ingresamos a la Universidad y rodé los ojos fastidiado.

—¡Manuel! —el repentino grito de una chica llamó mi atención y me giré en busca de la persona. Una chica a una distancia prudente levantó sus brazos, estaba sentada bajo un árbol, con sus amigos—. ¿Te perdonó? —gritó soltando algunas risitas y sus amigos estuvieron atentos a mis respuesta.

No supe que responder.
Ni siquiera los conocía.

—¡Aún no! —le respondió Estefan en un grito y me hizo volver a caminar.

Era como si las personas estuvieran alertas, nos miraban, se susurraban cosas, y todo debido a la viralidad de la página. Suponían que yo había hecho algo malo, no sabían qué, pero aún así esperaban por verme junto a Karla.

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