29. Te quiero

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Manuel Young

No estaba siendo un buen día.

Angelina me escribió. No podía entender a esa mujer, no podía entender a ninguna mujer. ¿Por qué no me dejaba en paz? ¿Por qué no me dejaba seguir adelante?. Desaparecía y aparecía cuando quería. No entendía a qué jugaba, pero hoy me había enviado alrededor de quinientos mensajes y aunque los había ignorado todos, ella insistió e inclusive me llamó un par de veces.

Todo iba bien hasta que aparecía, volvía a sentirme enojado y frustrado, con ella, pero también conmigo mismo, por no tener la suficiente valentía como para sacarla de mi vida para siempre.

Tomé mi bolso y salí de los vestidores en dirección al estacionamiento. Dejé la práctica a medias con la excusa: Tengo una "urgencia".

Mi urgencia: Ver a Karla, porque aunque había tenido un oscuro sábado, no podía dejarla tirada, no otra vez. Olvidé que tenía práctica y le dije al desastre andante que llegara a las 5:00pm a casa, eran las 5:10pm y yo apenas iba saliendo de la práctica que en realidad terminaba a las 6:00pm.

Llegué al estacionamiento y por algún motivo no me impresionó lo que vi, pero me hizo cabrear hasta el tope.

Angelina estaba sentada sobre el capo del auto mientras miraba a un punto fijo, perdida en sus pensamientos, esperando por mí.

Cerré los ojos e intenté calmar mi enojo.

– Bájate... – Le ordené sin levantar la voz.

Se sobresaltó y su mirada cayó sobre mí. La conocía demasiado, algo no estaba bien con ella, era como si hubiese estado llorando o reteniendo las ganas de hacerlo.

– No quiero... – Respondió sin pestañear.

– Bá-ja-te... – Usé un tono más duro y señalé al suelo.

– No quiero... – Repitió haciendo énfasis en la última palabra.

¿Qué hice yo para merecer esto?.

– Tu peso ejerce presión sobre el capo del auto y puede hacer que se hunda levemente... – Le expliqué con gran molestia – ¡¡No puedes arruinar mi vida y también mi auto!! – Le grité furioso.

Rodó los ojos y soltó un suspiro.

– ¿Por qué no contestas mis mensajes? – Preguntó cruzándose de brazos – ¿Y si me estoy muriendo y necesito ayuda? – Exageró.

– Llamas a tu estúpido novio... – Le recordé mirándola fijamente – Y le dices que te salve o te salvas tú misma. ¡No me llames a mí!.

– Edmund no puede ayudarme en lo que necesito... – Aceptó descaradamente – Necesito que lo hagas tú.

Ignoré sus palabras, el enojo empezaba a dominar mi mente.

– No me interesa... ¡Bájate del auto! – Volví a gritarle.

– No... Si me bajo te irás y no me escucharás.

Ya me había hartado. Me acerqué aún más al auto, la tome del tobillo y la jalé con fuerza para intentar bajarla de allí arriba, pero ella se aferró al capo como si se tratara de su vida.

– ¡Suéltate! – Le grité sin dejar de jalar su pierna – ¡Vas a arruinarlo, Angelina Davis!

– ¡No me quiero bajar! – Gritó reforzando su agarre mientras pataleaba.

Fácilmente podía usar mi fuerza en su contra, hacer que se soltara de un solo jalón, pero eso maltrataría sus dedos y yo no estaba dispuesto a herirla.

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