24. Que inicie el juego

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Manuel Young

– Eso te pasó por andar de borracha... – La acusé sin titubear y sin soltar su cabello de mi agarre.

Karla levantó levemente la cabeza del balde, me lanzó una mala mirada que duró tan solo unos pocos segundos.

– Deja de burlarte ¿No ves que me estoy muriendo? – Preguntó con la voz quebrada.

Estaba pálida, débil, sudorosa y temblorosa. Se veía tan mal que mi corazón se condolió y vine a intentar ayudarla a sostener su cabello para que no se entrometiera entre el vomito y ella.

– Tienes esa resaca bien merecida... – Me burlé y apretó sus ojos.

– No me provoques porque te tiro el vomito en la cara... – Amenazó adolorida  sosteniendo el balde con fuerza entre sus manos.

Nuevas arcadas aparecieron y hundió su cabeza en aquel balde azul.

Verla sufrir después de una noche descontrolada era divertidísimo. Para mi buena suerte no me embriagué, pero no podía decir lo mismo de las alcohólicas que tenía por amigas.

Anthony, Estefan, y yo culminamos la noche agotados después de cuidar que chicos no se aprovecharan de An, que Dafne no amenazara a gente y que Karla no se subiera en las mesas a bailar y a hacer un espectáculo.

Nuestra fiesta se basó en cuidar de sus pobres y ebrias vidas que daban mucho que hacer.

Karla, en sus cinco sentidos era insoportable, pero borracha me daban ganas de amarrarla, taparle la boca y dejarla sola en una habitación. No se quedaba quieta, no dejaba de hablar, se reía demasiado, perseguía a gente y la abrazaba, decía locuras y contaba chistes sin gracia, entre otras cosas.

En cuanto a Alexander y Lyssa, ellos abandonaron la fiesta en un descuido de todos y aún estando ebrios lograron llegar vivos al apartamento con la intención de finalizar la noche con un buen sexo. Lo supe cuando desaparecieron y me lo confirmó el hecho de encontrar la aureola y las alas de ángel del disfraz de Lyssa tiradas en mitad de la sala del apartamento, y ni hablar de los fuertes gemidos que se oían cuando acercabas la oreja a la puerta que daba entrada a la habitación de Alexander.

Ellos no perdieron el tiempo, fueron directo al punto.

Me sentía feliz por ambos, pero a la vez sabía bien que aunque todo el panorama pareciera color de rosa, pronto cambiaría a negro ya que todos esos actos los llevaron a cabo en medio de su inconsciencia. ¿Qué pasaría cuando despertaran y cayeran en cuenta de que después de mucho tiempo se habían vuelto a liar?. 

– Me duele la cabeza... – Chilló Karla levantando nuevamente su cabeza sin soltar el balde – Me duele mucho – Agregó.

– ¡Que te duela!... – Le dije a propósito en un fuerte grito – ¡Nadie te manda a andar de borracha! – Repetí a todo pulmón para que le doliera el doble.

–¡Cállate!– Rogó haciendo mala cara mientras evitaba mirar su propio vomito. – ¿No quieres darme un besito justo ahora? – Bromeó extendiendo sus labios.

Asco.

Lo único de lo que tenía ganas era de lanzarla por el balcón. Incluso vomitando no se estaba quieta, Karla seguía con su plan y eso me estaba haciendo cabrear, porque aunque no pareciera, seguía cabreado con ella. No me había olvidado de sus crueles y malditas intenciones para conmigo.

Hundió nuevamente su cabeza y continuó vomitando. Su cabello empezó a soltarse, mejoré mi agarre para evitar que el cabello del desastre andante fuera a parar en su sudorosa frente y mejillas.

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