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CAPÍTULO 39
SÍ, ERES VALIENTE.
PERO NO LO DIRÉ EN VOZ ALTA
¿EH?

—Te juro que yo no he hecho nada. —Repito lento y claro por enésima vez.

—Sabes que si me lo dices guardaré el secreto. —Lizandro me dice, mientras se apoya en el umbral de la puerta.

—No te hagas el leal, Lizandro. Que eres tú el que me ha entregado, y no sólo a mi sino que también a una familia inocente.

—Olvida de todo menos de eso ¿Eh?

Pongo los ojos en blanco.

—¿Cuando me darán tareas reales? —Le apropino un puñetazo a la bolsa de boxeo. —Estoy teniendo un entrenamiento impecable.

Había pasado una semana del vals. Una semana drogandome, pero a su vez también entrenando.

Me despertaba a la cinco y entrenaba en el gimnasio de casa hasta las diez. Desayunaba y volvía a entrenar. Mi padre no me daba tareas a otra cosa, de hecho, ni siquiera lo veía seguido.

Lo único que no me daba abstinencia era entrenar. Y si quería tener control de mi misma debía de ocuparme de aquello.

—Cuando tu padre confíe en ti.

—Debería de confiar. Estoy haciendo las cosas impecables.

—Sí, todos nosotros lo hemos notado. Y gracias, ya casi no me estreso pensando en un futuro disparate. Aún así, tu padre no se fía del todo.

Idiota.

—Logré convencerlo de no enviar a sus hombres a que vayan de vuelta por los O'Kelly. —Comentó.

—¿Te pesaba la consciencia?

No contesta, el comunicador de voz emite un sonido:

Amber, prepárate y ven.

Por fin mi padre me llama. Dejo el saco de boxeo aún lado y cojo mi botella de agua. Estoy toda sudada pero aún así esquivo a Lizandro para llegar a mi dormitorio.

Me doy una ducha rápida y me visto. Maquillo mi rostro velozmente. Opte por ropa de entrenamiento, una camiseta blanca con pantalones negros ajustados de entrenamiento donde colgué mi arma, munición y el comando de voz.

Al salir, arreglo la peluca nuevamente hasta llegar a la oficina de mi padre y entrar.

—¿Qué? —Pregunto a penas entré.

—Buenos días.

—Buenos días, buenos tardes, buenas noches, buenas semanas. ¿No? Me has ignorado toda la puta semana.

—Estuve ocupado, hija.

—Si, con el negocio. Negocio que será mio, debes incluirme.

—Me cuesta llevarte el ritmo, hija. ¿Ahora quieres ser la heredera?

—Tengo muy claro que esta mierda no me liberará nunca. —Me siento en la silla frente a él y su escritorio. —Me cansé de huir, así que heme aquí.

Él me queda mirando unos segundos hasta que ríe y se pone de pie.

—¿Estas renunciando oficialmente a todas tus identidades?

—Sí.

Él saca una enorme caja rectangular que me hace mirarlo desconfiada. La deposita sobre el escritorio y me mira.

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