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CAPÍTULO 19
MIERDA.



Por suerte pudimos movernos del acantilado.

En absoluto silencio, claramente.

El granjero le propuso llevar a rastras el coche hasta la estación de servicio a una hora y media de distancia y Bast aceptó para mi sorpresa.

Bast no parecía molestarse o inmutarse en algo, de hecho, condujo todo el camino tranquilamente como si yo no me hubiese subido sobre su regazo mientras me frotaba contra su aparato reproductor y nos besabamos como si dependieramos de ello.

Yo por mi parte, la vergüenza consumía mi cuerpo y cada vez me hacía más pequeña en mi asiento.

Hasta que me quedé dormida, claro.

Sentí un fuerte golpe en mi cabeza contra la ventanilla haciendo que despierte y me muevo despavoridamente. Mire con los ojos bien abiertos a Bast quien se había detenido en una estación de servicio y me golpeaba con un... ¿Folleto?

—¿Ya llegamos? —Floté mis ojos, soñolienta.

—Estación de servicio. Hay suficientes faros para iluminarme. Aprovecha para comprar algo y cenar.

—¿Qué hora es?

—Las doce.

—Es demasiado tarde. —Bostecé. —No tengo hambre, tengo sueño.

Él me quedo mirando.

—Vale, duerme en el asiento trasero mientras yo arreglo el coche.

—Nah. Te ayudaré.

Me quito el cinturón de seguridad y bajo del auto. Bast copia mi acción y ambos nos ponemos a ver el motor.

No sé qué hizo, pero estuvo tocando todas las cosas que había allí mientras yo me limitaba a iluminarlo bien con la linterna que nos regaló el granjero.

—Ilumina aquí.

Casi me caigo. Me estaba quedando dormida parada.

—Venga, vete. Ni para iluminar sirves.

—¡Bast!

—No he mentido.

Rodeo los ojos y decido dejar la linterna aún lado, flotando mis ojos con sueño.

—Ambos nos hemos averiado, ambos lo solucionaremos.

—¿Sabes si quiera algo de motores?

—Mmm... No.

—¿Alternadores?

—No.

—¿Herramientas?

—Son esas, ¿No?

—Ve a dormir, no sirves para nada.

—Me haces sentir inútil.

—Igual lo eres. —Se encogió de hombros, muy tranquilo.

—Bast. —Advertí con la mala cara.

—Vale, a ver. Si viene una pandilla a robarnos por estar en una estación de servicio más vacía que tu dignidad, te despierto y tú les disparas.

—O podrías comertelos. —Propuse, divertida.

—Vale, y te despierto para que escondamos el cadáver.

—Hecho. —Sonreí como cría y alcé mi puño. Bast lo chocó con el suyo con desconfianza y me giré para ir hacia otro lado.

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