Pequeña Hada

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Me encontraba en la entrada del árbol; curiosamente, subir fue más fácil de lo que recordaba, tal vez el entrenamiento con Blizt fue más benéfico de lo que creí.

Gaia no parecía estar por ningún lado, pero el árbol era enorme, lo suficiente para no dar pista del árbol de hojas azules en su interior y si quería encontrarla, tal vez ese sería el mejor lugar para hacerlo.

Me acerqué al espécimen. Las hojas brillaban con un vibrante azul rey y el tronco había adquirido una tonalidad similar, pero más oscura. Los frutos que Sasha a menudo tomaba de forma casual, lucían más grandes y jugosos, de un color rojizo.

Aún con una vista tan maravillosa, lo que llamó mi atención era el gran capullo que colgaba visible en una de las ramas.

Un capullo verde y blanco de unos veinte o veinticinco centímetros cuya transparencia permitía que la luz revelara una silueta humanoide en su interior. Con curiosidad, testereé el capullo con uno de mis dedos y este comenzó a partirse.

—Mierda —¿lo habré roto? ¿No era evitar este tipo de cosas la razón por la que me adelanté?

Di unos pasos hacia atrás y el capullo terminó de abrirse, dejando salir de su interior a una chica de unos quince centímetros, desnuda y perezosa, que se dejó caer libremente antes de reposicionarse en el aire con el constante y rápido aleteo de las grandes alas en su espalda.

—¿Ya es hora de despertar? —mencionó aún con los ojos cerrados mientras se estiraba y al abrirlos, su semblante se tornó serio—. ¿Quién eres?

—¿Yo? ¿Quién eres tú? —respondí en el mismo tono que ella—. No sabía que las hadas fueran reales.

—No soy un hada —repentinamente, algunas de las raíces del árbol se movieron y me ataron las piernas, luego la cintura y ella se acercó—. ¿Por qué estás invadiendo este árbol?

—Yo soy un invitado, tú estás invadiendo —recriminé.

—Que idiota ¿Esperas que crea eso? Gaia no invitaría a un sucio humano a su árbol además de Sasha.

No sé qué quieras, pero aquí solo encontrarás la muerte —se acercó a mí y más raíces me rodearon, aprisionandome más aprensivos.

—En ese caso —aprovechando que uno de mis brazos aún se encontraba libre, atrapé al hada con mi mano—. Te tengo, ¿quién es el idiota ahora?

—Sueltame, idiota —exigió mientras lar raíces apretaban mi cuerpo, yo hice lo mismo con el suyo.

—¡Sueltame primero! —a estas alturas, era obvio que ella controlaba las raíces.

—Si no me sueltas, morirás aplastado y te convertirás en alimento para el árbol madre.

—¡Lo mismo digo! ¡Si muero, te irás conmigo!

Esto se volvió una batalla de resistencia, ella apretó mi cuerpo y al sentir la presión, yo apreté el suyo.

Ambos gritamos antes de casi perder el aliento por la asfixia y relajamos nuestro agarre sobre el otro.

—Eres persistente, lo admito —mencionó el hada jadeante—. Pero es tu última oportunidad.

—¿Mi última oportunidad? Si no me sueltas, no saldrás de aquí.

De nuevo nos miramos con severidad el uno al otro y apretamos, esta vez más fuerte, pero el resultado fue el mismo, la falta de aire y el dolor nos agotaron, haciendo que relajaramos el agarre sobre el otro.

El hada me miró con severidad, parecía debatirse seriamente sobre qué hacer.

—... ¡Sueltame, cabron! —no esperaba esas palabras, pero apretó y yo apreté.

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